domingo, 18 de diciembre de 2016

Desde Desplats a Fabeiro...

Un viaje al pasado rescató un tesoro de documentos

De todo como en botica: antiguo comercio de Yerbalito según sus propios registros


La antigua pulpería, mezcla de bar, club social, taberna, casa de juego y almacén, con sus característicos salones enrejados, fue paulatinamente evolucionando a finales del siglo XIX, en completos comercios de campaña, verdaderos “shoppings” de la época de ramos generales, que generalmente oficiaban además también de intermediarios en ventas de ganados, acopiadores de frutos del país, tahonas y banco.
Antiguo comercio del Yerbalito,  Desplats, luego Fabeiro

A medida que se fueron afincando familias en la campaña, se fueron subdividiendo las grandes propiedades y poblando las pequeñas, facilitado esto por períodos de paz cada vez más prolongados y el hecho no menor que aún en medio de las confrontaciones, casi siempre por parte de ambos bandos, se respetaban las viviendas familiares, ayudado por la instalación de escuelas rurales y la aplicación del Código Rural con sus normas de convivencia campesina, el respeto a la propiedad y alambrado de los campos y delimitación de los caminos.
Esta “repentina” población de la campaña contó con una variedad de orígenes que incluían desde el gaucho emancipado, los portugueses asentados en tierras orientales huyendo de tiempos difíciles en su patria y una primera gran inmigración europea compuesta mayoritariamente de españoles, italianos y franceses, conformó una sociedad rural cada vez más demandante de productos de comercio y ello dio lugar sin dudas a la reconversión de las pulperías.

Eran épocas pioneras, de reparto de correo por intermedio de chasques, de carretas repletas a la ida de mercaderías que como mayoristas iban vendiendo en los distintos comercios a su paso, y levantando a la vuelta lanas, cueros, cerdas y hasta plumas, en un interminable viaje de ida y vuelta. Tiempos de las  primeras líneas de diligencias, aún si autos ni ferrocarril, de las grandes tropas hacia los mataderos capitalinos o a las sobrevivientes “charqueadas”.

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El pasado mes de enero, ante la invitación de unos amigos, concurrimos a un establecimiento de campo que había sido recientemente enajenado, enterados que en él, al abrir unas habitaciones que permanecían en desuso y cerradas hace muchos años, se habían encontrado una gran cantidad de libros comerciales antiguos, así como casi intactas muchas instalaciones y mobiliario de un almacén de campaña que habría funcionado allí.
Una vez que arribamos allí, observamos una buena casa de construcción quizá centenaria, relativamente en buen estado de conservación que en si misma constituye un buen ejemplo a conservar como representante de la arquitectura de principios de siglo XX, como se puede apreciar en las fotos que acompañan estas líneas, tomadas por Andrés “Tuerca” Costa en la oportunidad.

El ala de la casa destinada a comercio, como mencionamos había permanecido cerrada por varios años, y además de conservar las estanterías y algunos muebles del almacén que ahí funcionó, había casi un centenar de libros de comercio algunos de hasta 125 años de antigüedad, los que gentilmente los nuevos dueños de la propiedad pusieron a nuestra disposición en calidad de préstamo.
Tras realizar una primera rápida clasificación y selección, encontramos documentos de al menos cuatro diferentes etapas determinadas en principio por los titulares de libros, que corresponde a la titularidad del comercio, con toda seguridad.
Los más antiguos, unos libros “Diario” de 1871 y 73, corresponden a un comercio en el paraje “Yerbalito”, propiedad de la firma “Martínez y Marín”, y entre las anotaciones del movimiento de dineros y mercaderías, en varias oportunidades hacen mención a recibir mercaderías y enviar efectivo “a nuestra casa de Avestruz”, lo que nos lleva a pensar que estas instalaciones fueran tan solo una sucursal de algún fuerte comercio con sede en el paraje mencionado.

Algunos otros libros, ya corresponden a la década del 900, y entre ellos se destaca, por ejemplo, el Diario  Nº 1 del comercio de Juan Desplats, “empezado hoy abril 10 de 1903”. De esta época, además del mencionado y de otros similares, son además unos detallados libros de compras de Frutos del país, donde se especifica no solamente qué se le compraba a quién y el precio correspondiente, sino también se anotaba en el mismo renglón, la marca y la señal del vendedor.
Hay dentro del montón de libros encontrados, además, otros de un comercio a nombre de Héctor Sala, de los alrededores de 1915, los que en un principio supusimos fueran del mismo comercio que hubiera cambiado de titular (Desplats era suegro de Sala), pero que una observación más detallada de un libro de archivo de facturas de la época, nos informa que el comercio de Sala estaba en “Arroyo del Oro”. Suponemos, sin confirmación a esta sospecha, que al cierre del mismo los libros fueron dejados en depósito por alguna razón en casa del suegro, y fueron mezclados con el tiempo con los correspondientes al comercio de Yerbalito.

Otro grupo de libros, un poco más “modernos”, corresponden al mismo comercio ya en manos del yerno mayor de Desplats, Francisco N. Fabeiro, quien junto a su esposa fueron los últimos titulares del mismo.
Ya será tiempo, en próximas entregas, de contar un poco más detalladamente la intrincada saga de estas dos familias dueñas de este comercio, Desplats y Fabeiro, verdaderos pioneros del progreso de la época y cuyos descendientes aún hoy conviven en Treinta y Tres y la zona.

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El dedicado y detallado estudio de estos libros descubiertos dará sin dudas para que investigadores genealógicos, históricos y sociológicos inclusive cuenten con un relevante material de un período de nuestra historia del cual se ha conservado relativamente muy poca información.
Sin ánimo de atribuirme de  éstas cualidades, como simple aficionado a la historia local, una primera lectura de algunos de ellos me ha permitido sacar algunas conclusiones que me gustaría compartir.
En primer lugar, sin dudas, está el tema de las mercaderías que se vendían. Los productos de almacén, se vendían en esa época no por kilo, sino  por arroba, unidad de peso de origen español que corresponde a unos 12 kilos. Productos de primera necesidad, como arroz, fideos, azúcar, yerba, sal, harina, fariña, se entremezclaban en los pedidos con tabaco, papel y fósforos, galletitas, gofio y cascarilla, y completaban el surtido con algo de aceite, café, pasas, especias y enlatados, generalmente provenientes de europa.
Pero casi en cada cuenta anotada de los clientes, figura también algo extra: productos tan diversos como los de bazar: juegos  de loza y de te, cubiertos, ollas, adornos; de barraca y ferretería: máquina de matar hormigas, alambre, clavos, herramientas diversas, remedios médicos y veterinarios, materiales de construcción: maderas, cerraduras, picaportes, loza de baño y cerámicas; productos de tienda: sombreros, zapatos, alpargatas, ponchos, suecos, botas, pañuelos, bombachas, vestidos, y de mercería: piezas enteras de telas “sarasa, percal, madraz o lienzo” acompañaban a carreteles de hilo, botones, broches y festones en cada cambio de estación. Y no olvidar los misceláneos y de cuidado personal: peines, peinetas, perfumes, escencias, talco y “jabón de olor” eran tan solicitados como velas, cuchillos, facones, añil, pólvora, balines, chumbos y fulminantes.
Estos libros son la demostración fehaciente de la vieja afirmación que en los boliches de campaña hay de todo, mucho más cuando se profundiza en la lectura y se encuentran ventas aisladas de casi cualquier producto: “5 timbres y un certificado”, sombrero y zapatitos de niño, libretas de papel y sobres, argollas y productos de talabartería, cognac francés, vino español y caña brasilera o bombones alemanes.
Otra de las particularidades que nos permiten conocer estos libros es, sin dudas, el precio de comercialización de las haciendas y productos de la zona en esos momentos específicos. Por ejemplo, en el año 1893, Martínez y Marín le compran a varios vecinos vacas a 5, 50;  bueyes a 8,50; novillos a 7; toros en 5 y 9. Los cueros, por su parte, valían centavos: 0.08 los lanares pelados, 0.14 el kilo de vacuno fresco; los borregos a 0.11 y un cuero de yeguarizo a 0.50. Solo para tener un elemento de comparación, un par de alpargatas costaba 0.40, una reja de arado 0.60, una botella de caña 0.24, una lata de sardinas 0.20 y ¼ arroba de azúcar se vendía por 0.80 (3 kilos aproximadamente)

Tantos detalles e información se pueden extraer de estos ejemplares rescatados, que sin dudas el espacio se hace chico para revelarlos minuciosamente. Sin embargo, otras de las anotaciones relevantes para construir la “historia chica del pago”, son las relativas al envío de las mercaderías acopiadas a los compradores capitalinos, ya que en casi todos los casos, se consignan los nombres de los carreros que conducen las cargas y sus cargas en sí.

Habría más para destacar en referencias que se pueden extraer: nombres de los vecinos de la época en la zona y evolución y desarrollo de las familias, puntos fuertes de producción se pueden deducir basados en la cantidad de fardos de lana que compraban en cada zafra en el caso de la lana, por ejemplo, o la cantidad de sacos para trigo que muchos  productores retiraban para embolsar sus cosechas y con seguridad llevar al molino de Perinetti en carretas para volver con la harina producida, en fin… datos y deducciones que seguramente serán producto de nuevas entregas.



12 comentarios:

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  2. Disculpa, soy José Fabeiro y tengo que informarte que ese inmueble nunca fue enajenado sino arrendado, por lo que tú información es incorrecta.
    Quiero saber quién fue el que te permitió ingresar a dicha propiedad para realizar el informe, debido a que como los "gentilmente los nuevos dueños" te dieron bajo préstamo los informes, solicito que los devuelvas inmediatamente y que realices una aclaración pública de este infame informe; de lo contrario se tomarán las medidas judiciales correspondientes.
    Cualquier aclaración o duda comunicarse con josecfabeiro@gmail.com

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    1. Señor: tome las medidas que crea necesarias.

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    3. Discúlpeme, me parece qu está clarísimo que está hablando con el dueño del establecimiento, me parece una falta de respeto como usted se está refiriendo. La falsa información está totalmente plasmada en esa cita y sabe perfectamente que ese lugar sigue en la familia Fabeiro-Silva desde hace años.
      No hay ningún nuevo dueño que pueda haberle dado en calidad de préstamo libros de NUESTRA PROPIEDAD, dígame usted señor si eso no es una falacia.

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  3. En primera instancia el inmueble nunca se enajenó, por lo que sigue estando en el patrimonio de la familia Fabeiro. En segundo lugar no sé quién le brindó la autorización para utilizar material de ahí o que lo invito sin la autorización correspondiente.

    Fabeiro Constanza.

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  4. Gerardo: que oportuno que fue tu articulo! Hoy seria muy dificil u ir el relato con lo que resta de la parte edilicia. Gracias por haber plasmado en la historia lo que fue parte de nuestro Uruguay rural gracias a esos documentos. Mi familia paterna son los protagonistas de esa historia y Doña Juanita como se la conocia en el lugar ( mi abuela) merece (1893- 1983) ese recuerdo.

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  5. Gracias, Nelly. Tengo más fotos y estoy buscando un poco más atrás en la interesante vida de Francisco Fabeiro.

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  6. Disculpas que recién leo el comentario. El tema de la acusación quedó tan solo en eso, en acusación y falsa además. Luego de que los acusadores supieron la verdad ni siquiera fueron capaces de pedir las disculpas correspondientes. Estoy preparando una nueva nota con más detalles de los libros encontrados, sobre todo en mercaderías, precios, etc.

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