martes, 8 de diciembre de 2020

Balsas en el Olimar

Historia, conflictos y huelgas pautaron sus 70 años de servicio


                                            No era cosa fácil cruzar el Olimar aún apenas algo crecido frente a lo que es hoy nuestra ciudad, por allá por mediados del siglo XIX. Estaba el Paso Real, también conocido como “Picada de Dionisio” según Orestes Araújo en su Diccionario Geográfico (Montevideo 1901. Dornaleche y Reyes), quién asegura esa denominación se debe, al igual que la de la cuchilla homónima, a que fuera abierta por un indio de ese nombre que tenía su rancho de vivienda en la loma “a finales del pasado siglo”, refiriéndose al XVIII. Pero el paso, bajito y firme en épocas de sequía, que había visto a un puñado de patriotas contener por algún tiempo, a un alto precio en vidas, a poderosas fuerzas invasoras enemigas, se convertía en obstáculo difícil para carruajes y carretas, apenas llenaba su cauce.

                                            Como consecuencia de estos hechos, -al menos en 1852, cuando está registrado por corresponsales capitalinos el pasaje por el lugar del Presidente Giró y su comitiva- ya existían pobladores locales que utilizaban sus botes para ayudar a los viajeros a vadear el río. Semanas antes de este viaje, en el mes de setiembre, el propio Gobierno Nacional encabezado por Juan Francisco Giró, había otorgado el primer contrato de explotación del paso, por espacio de cuatro años a la vecina María Francisca Pereira, al precio de 100 pesos anuales, ya que había sido la ganadora del llamado a licitación con ese propósito, según consigna en su libro “Treinta y Tres en su historia” (Montevideo 1986, Banda Oriental) el recordado profesor Homero Macedo.

                                            Al vencimiento de ese contrato, en 1856, es la Junta Económico Administrativa de Cerro Largo (recuérdese que el Olimar era el límite sur de este departamento con el de Minas), la que otorga la concesión del paso, nuevamente licitado, a Juan Etchepart (el mismo que dejó su nombre para la hoy conocida como Laguna de las Lavanderas), quien lo explota solamente un par de años. Cuando se ausenta del departamento, siempre según Macedo en la obra citada, le traspasa el contrato a Joaquín Lapido, quien era propietario de una fuerte casa de comercio en el predio que hoy ocupa la comisaría de la 7° sección. Lapido instala dos “canoas” (seguramente no fueran tales sino botes anchos tipo chalupas) facilitando la fluidez del tránsito de cargas y personas.

                                                En 1864, ya interviene en la adjudicación del servicio la oficina auxiliar de la JEA de Cerro Largo que funcionaba en la Villa ya formada y funcionando en pleno crecimiento. La propuesta más alta de varias presentadas fue la de Tomás Muniz, de 180  pesos anuales, a quien se le concede dicha explotación, realizada también con ese tipo de embarcaciones a remo y de pequeña capacidad.

 

Dionisio Vaco y la primera balsa

 

                                            Pero en 1868, a la vista de la necesidad de mayor capacidad de transporte y mejor comunicación aún, la respectiva licitación incluye la obligatoriedad de que el ádjudicatario construya e instale una balsa capaz de transportar una diligencia con su tiro (que habían comenzado a llegar regularmente a la Villa desde 1866 de la mano de la empresa Mensajerías Orientales), o una carreta cargada de mercadería y sus bueyes. Esta licitación es obtenida por el vecino Dionisio Vaco que es, en definitiva, quien introduce el servicio de balsa en el Olimar y el primer balsero, a quien se le concede en atención a las altas erogaciones que las condiciones estipuladas exigían, el plazo especial de 8 años de contrato.



                        Vaco, la historia así lo reconoce, cumple a satisfacción con las exigencias de ese contrato, construyendo no solo la primer balsa sino también los terraplenes necesarios para la carga y descarga de vehículos, y una casa de altos, destinada a taller de reparaciones y vivienda del personal encargado de la balsa, que existe hasta nuestros días, con algunas reformas.

                                            El paso mediante balsas se prolongaría entonces, en el Paso Real del Olimar, por más de 70 años, hasta bastante tiempo después de construido el actual “Puente Viejo”, que se inauguró en 1908, pero al tener la característica de ser sumergible, durante algún tiempo subsistió un servicio alternativo de balsa que ya no tenía ni la popularidad ni los márgenes económicos de antaño, pero que seguía siendo un servicio necesario en época clave.

                                            En el año 1872 en que el Escribano Lucas Urrutia realiza su valiosísimo “Informe de la Comisión Auxiliar de Treinta y Tres a la Junta Económica Administrativa de Cerro Largo”, en él  expone carencias en el servicio brindado por Vaco, centrando su  principal crítica en defectos constructivos de la balsa, a la que califica de demasiado alta y pesada para cumplir su función con total eficiencia. A pesar de ello, reconoce que Vaco “ha cumplido con lo que se obligó en cuanto a la calidad de los materiales”, y al tiempo que aclara “le consta” que el contratista paga sueldos regulares “es un trabajo penoso y fuerte”, que son frecuentes las quejas de las demoras considerables que los transeúntes sufren, ya que el sistema “de maromas no es el indicado”. Sugiere en el mismo texto, la colocación de dos cilindros, uno a cada orilla del “arroyo” con grandes volantes que faciliten a los peones el moverla en el largo trayecto que debe recorrer.

 

La experiencia municipal

 

                                                El contrato de Dionisio Vaco, que como recalca Urrutia vencía “el 23 de octubre de 1876” finalmente llega a su término, y tal está dispuesto, el comerciante hace entrega de la balsa y todos sus accesorios a la Comisión Auxiliar, que a partir de esa temporada y por un par de años, se hace cargo de la explotación del servicio, contratando personal para ello. Tras un par de años trabajando bajo dominio público y al no obtenerse los resultados económicos deseados, la propia Comisión Auxiliar pone a consideración ante la JEA con sede en Melo, la venta “de la balsa, con su respectiva canoa, implementos y herramientas”, ante una oferta realizada “por el vecino de Olimar en el Departamento de Minas” don Benito Pérez, quien fue el único oferente al llamado realizado para el “arriendo o venta” de la balsa y la concesión del servicio correspondiente.

                                                    Recibida la aprobación de las actuaciones en el mes de noviembre de 1879, se enajena la balsa y se concede el servicio al mencionado Benito Pérez por el precio de 1.630 pesos, según escritura pública realizada por el entonces actuario del Juzgado, escribano Lucas Urrutia. La venta, está firmada por el Presidente y Secretario de la Comisión Auxiliar, Pedro Aguiar y Manuel María Ramos, respectivamente.

                                                    Un par de años más tarde, en 1881, el fuerte comerciante treintaitresino Braulio Tanco realiza una sociedad con Benito Pérez en el negocio de explotación del Paso, y finaliza quedándose con la concesión.

 

La primer huelga del departamento

 

                                  Al nacimiento del departamento de Treinta y Tres, en 1884, se vence nuevamente la concesión del paso, llamándose nuevamente a licitación, presentándose en el plazo establecido tres ofertas, una por parte del recientemente nombrado Jefe Político y de Policía Coronel Manuel M. Rodríguez, otra signada por el conocido e influyente jefe colorado del vecino departamento de Minas, Sargento Mayor Manuel Carabajal  (conocido popularmente como “Manduquiña”, y la tercera a cargo de los vecinos de Treinta y Tres Dionisio Vaco y Braulio Tanco, asociados.  En esta oportunidad, había sido reglamentado el arancel a cobrar por los servicios de peaje a nivel nacional por la Ley del 27 de junio de 1881, reduciendo en forma sensible los precios que se acostumbraban cobrar en el paso olimareño debido fundamentalmente a sus características de servicio muy temporal, ya que no siempre eran utilizadas las balsas porque durante mucho tiempo del año, el vado del Olimar podía hacerse sin mojarse a caballo o en carros, carretas y carruajes. Las tres ofertas que se presentaron, similares en sus planteos, todas hacían ver la necesidad de cobrar un arancel superior al legal para que las empresas fueran productivas, y por esta causa fueron rechazadas las propuestas por el Gobierno Nacional, que era quien tenía la última palabra.

                                                    La novel Junta Económica Administrativa de Treinta  y Tres, por parte de su Presidente Pedro Aguiar, interviene en defensa de los proponentes haciendo ver las dificultades tanto logísticas como económicas que significaría no contar con servicios de balsa para la época de lluvias y crecientes, pero es instado por el Gobierno Nacional a intentar cubrir el servicio con recursos propios, adquiriendo o expropiando la balsa existente, propiedad de Tanco, quien no acepta la propuesta oficial. Aguiar vuelve a argumentar en favor de las balsas tercerizadas, como se diría ahora, y con los aranceles subidos, sosteniendo que aún a ese precio el pasaje en balsa, el comercio local se vería beneficiado económicamente.  Explicaba, por ejemplo, que el pasaje de una carreta cargada que costaba 1.50 pesos, si hubiera que bajar la carga, pasarla en botes, contratar un transporte hasta el comercio, costaría más de 2 pesos, con lo que el ahorro para el comercio era evidente, sin contar además la menor demora que implicaría el pasaje en balsa. El Gobierno Nacional, intransigente, vuelve a negar la promulgación oficial de la licitación del paso en esos términos.

                                                    Mientras tanto, Tanco había continuado, en acuerdo con la JEA, prestando el servicio sin contrato vigente, y a la vista de las dificultades para lograrlo, resuelve asociarse con Dionisio Vaco, viejo conocedor del negocio, quien de esa manera vuelve a ser titular de una balsa sobre el Paso Real del Olimar, a quienes vuelve a otorgarse la concesión en forma provisoria, no obstante lo cual, en el correr de los siguientes años, otros emprendedores instalan otras balsas, ya que una única no daba abasto a cubrir el intenso tráficos de personas y bienes de la época.



                                                    Poco tiempo después, en el otoño de 1892, recrudecen las diferencias por los aranceles, y ante la  posición firme del Gobierno de hacer cumplir el servicio con los valores reglamentados, se produce lo que podría ser la primera huelga que tuvo lugar en nuestro departamento, cuando los balseros se rebelan, como lo prueba un urgente telegrama de la JEA al Ministerio de Gobierno, que el 13 de junio informa: “lo previsto por nota pasada a Vd respecto balsas Olimar sucedido. Desde ayer encuentran diligencia con correspondencia sin poder pasar. Hoy llega otra de capital que quedará tambien otro lado por creciente. Varias carretas igual estado. Imposible continue esto. Comercio reclama y pueblo grandemente perjudicado”. Una comunicación posterior, del 24 de junio, indica que Vaco y Tellechea no aceptaron la propuesta oficial y se negaron a pasar el correo, pero los dueños de otra de las balsas, Barreto y Arroyal, si aceptaron “pusieron a disposición del mayoral Diogo su balsa y botes para el paso de la correspondencia”, lo que en los hechos significó el levantamiento de la huelga. Los resquemores entre Vaco y la JEA, quedaron vigentes, y al tiempo las desavenencias entre el balsero y las autoridades, derivan en un pleito, que se soluciona recién en el año de 1894, culminando con la recisión del contrato de mutuo acuerdo.



 

En 1894, ya funcionan al menos tres balsas

 

                                                    En otro informe realizado por Urrutia, esta vez siendo titular de la JEA de Treinta y Tres, en 1995, refiriéndose al importantísimo tema del tránsito del Paso, destaca que “en este paso hay tres balsas de diferentes dueños sin contrato, pero todos ellos están de acuerdo y por más llamados que se hagan para hacer el servicio, ni los dueños de esas balsas ni ningún otro se presentará a hacerlo con los aranceles vigentes. La estación de invierno se aproxima y de un momento a otro nos veremos en serias dificultades”, argumenta en una solicitud que realiza a las autoridades nacionales para modificar a la suba los valores establecidos por ley.

                                                          La burocracia gubernamental, existente desde tiempos inmemoriales, demora la respuesta solicitando ampliación de consultas al respecto a vecinos y demás autoridades, por lo cual la JEA llega a un acuerdo provisorio con los dueños de las balsas, Vaco incluido, mediante el cual los balseros entregan de renta a la comuna el 10% de sus utilidades, régimen que se extiende por varios años.

                                                        Arribando al fin de siglo, siguen siendo dos o tres balsas las que habitualmente y de acuerdo con las necesidades, hacen el servicio de transporte de personas, vehículos y mercaderías, aunque solo una de ellas es la “oficial”, que registra contratos con el estado por el paso del correo y transportes estatales.

                                                    En oportunidad de planificarse y comenzar las obras para la construcción del Puente Sumergible proyectado por el Ingeniero Capurro, en el plano de 1905 cuyo detalle acompañamos, correspondiente a la ubicación del mismo, se puede observar claramente marcada la trayectoria de la balsa, como así también la ubicación de las “terminales” en piedra de ambos lados del río, e inclusive las construcciones de su propietario de la época, Urbano Mederos.


                                                    Luego de construido el Puente, y por algunos años más, al menos una balsa continuó prestando servicio durante las épocas de crecientes, como también lo documenta una de las fotografías adjuntas.

                                                    Por si ello no fuera suficiente testimonio, en los periódicos locales cada pocos años, se publicaban llamados municipales a concurso para la adjudicación de los servicios de peaje para los distintos pasos y cursos de agua del departamento, y el del Paso del Olimar al que hacemos referencia en este artículo, fue concesionado casi hasta mitad del siglo XX, cuando finalmente se realiza la construcción del recientemente remozado “puente nuevo”, de carácter insumergible.

                                                    En tal sentido, y a modo de ejemplo, acompañamos adjunto la fotografía de un aviso publicado en el periódico La Campaña en el año 1938, donde el intendente municipal de la época, Camilo Rodríguez y su secretario Guzmán, llaman a licitación “para la explotación de los servicios de peaje en los siguientes pasos”, que transcribimos a continuación:

“Real del Olimar, de la Laguna y Passano en el mismo río; del Peludo en el Arroyo Parao; del Yerbal en el arroyo del mismo nombre próximo a esta ciudad; del Dragón y Puerto Amaro en el río Tacuarí, y La Charqueada y Ramón Techera en el río Cebollatí”.




domingo, 11 de octubre de 2020

La tapera del coronel

 

Amaro, los de los cerros

Foto: José Gayo: en primer plano el cuadro de la tapera, al otro lado, la manguera.


                    Poco más que un enorme montón de piedras -la mayoría de gran tamaño-, algunos pedazos de paredes que se han salvado del derrumbe protegidas y amparadas por la misma vegetación que al invadirlas las va carcomiendo y una espectacular “manguera” de piedra en excepcional estado de conservación, son los vestigios actuales de lo que fuera la estancia o casa principal del enorme establecimiento propiedad del militar brasileño Manoel Amaro da Silveira, a mediados del siglo XIX, patriarca regional de una extensa familia, algunos de cuyos descendientes aún transitan calles treintaitresinas.



Los restos de lo que fuera según se puede apreciar una señorial casa de generosas proporciones, se enclavan dentro de un guarda-patios de casi media manzana de extensión, de 50 metros de largo por casi 30 de ancho. Así lo testimonian los remanentes de sus paredes de piedra, situados cerca del nacimiento de la hoy denominada “cañada del cercado”, ubicación que está registrada en el plano del agrimensor Alfonso De Lara, del año 1881. Sin ningún lugar a dudas, es esta familia Amaro a la que recuerda la nomenclatura departamental, en el nombre del caserío y paraje conocido como los “Cerros de Amaro”.



El mencionado plano de De Lara, mesurado “según operación judicial practicada en los días 1| al 16 de febrero y partición hecha en los días 2, 3 y 4 de marzo” registró la sucesión del matrimonio compuesto por Manoel Amaro da Silveira (filho) y su esposa María Ignacia Barbosa, estableciendo la partición entre sus tres hijos de un área mayor a las 17 mil hectáreas, ubicada en el entonces departamento de Cerro Largo, y que tenía como límites de la propiedad al Oeste la Cuchilla Grande, al sur la Cuchilla de Dionisio y el arroyo Leoncho hasta el arroyo De la Horqueta (límite este junto a una línea desde sus nacientes hasta el Otazo); al norte el Otazo hasta el Portela, y más al norte hasta el actual poblado de Puntas del Parao.

Manuel Amaro da Silveira (fihlo) era integrante de una vieja y longeva familia fronteriza, fundadora de la localidad brasileña de Herval.  Manoel Amaro da Silveira (padre 1742-1842), de orígenes azorianos, se casó en 1772 con María Antonia Muniz también hija de azorianos pero nacida en San Carlos en 1757, que falleció en 1871 contando con 114 años de edad. Tuvieron 12 hijos, entre ellos el que nos ocupa, que fue el séptimo, nacido en 1786 y fallecido en 1860.

Amaro da Silveira (filho), según el historiador brasileño Manoel da Costa Medeiro índica en su libro “Historia do Herval era “hombre de vida y modos aristocráticos” y se había casado con su “riquísima y muy respetada” coterránea María Ignacia Rodrígues Barbosa y tuvieron tres hijos: el mayor y único varón, Manuel Amaro Barbosa, de quien el mismo historiador señala que tuvo una vida intensa en la sociedad de Jaguarón donde desempeñó varios cargos públicos y fue uno de los fundadores del Partido Republicano. Terminó su vida pobre en Uruguay después de haber sido allí fuerte estanciero. La segunda hija fue María Magdalena, quien se casó con Joaquim Augusto Vilasboas y fue la madre de la reconocida artista de Yaguarón, Percília Vilasboas; la otra, María del Carmo (María del Carmen), siempre según el mencionado cronista, fue una de las mujeres más famosas de su tiempo en la sociedad de Yaguarón y con influencia hasta en el propio Palacio Imperial capitalino. Se casó dos veces, primero con el militar Teniente Alencastro y la segunda con el doctor Melo Rego.



Entre estos tres hermanos, pues, se dividieron la herencia de las tierras olimareñas mensuradas por De Lara. Magdalena quedó con el tercio este del establecimiento mencionado, María del Carmen con la parte oeste, y el varón, Manuel con el centro del establecimiento que incluyó la casa principal, y toda la zona conocida hoy con su nombre. Todos ellos vendieron posteriormente sus propiedades: las mujeres a poco tiempo de haber recibido sus parcelas.

Cabe destacar, en este punto, que otra de las características relevantes del plano varias veces mencionado, es que a lo largo y ancho de todo el terreno mesurado, De Lara fue identificando casa, puestos, taperas y hasta algunos vecinos y linderos, lo que permite descubrir la presencia ya desde entonces de apellidos tradicionales en la zona, como por ejemplo Ubilla, Barcelo, Alcaraz, Joaquín Pereira, Portela, Macedo, Carballeda, Meireles, Batalla, Araújo, Pimienta y Olivera. O nombres que suenan aún en la zona: Laurindo, Elías, Clemente, Rosas, Justino o Polidoro.

 

La conexión olimareña
 

Manuel Amaro Barbosa, como terrateniente vecino de la zona, fue partícipe secundario y testigo del crecimiento de la villa de los Treinta y Tres. Militar de prestigio, alcanzó el grado de coronel del ejército de su país probando su batalla en combate en las reiterados conflictos bélicos que en esos años azotaban la zona fronteriza. Había nacido en Herbal en 1830.

Fue casado en primeras nupcias con Theodora Neto, con quien tuvieron seis hijos varones: Aldano, Manoel, Fernando, Carlos, Fabio y Aladio Santos. Una vez enviudó, ya mayor, contrae matrimonio en nuestra ciudad con Filisbina Nerea Macedo Magallanes, integrante de dos destacadas familias del medio: hija de Valentín Macedo y de Natalia Magallanes, y hermana de ciudadanos tan ilustres como el escribano Luciano Macedo, Anselmo Macedo y otros ocho hermanos.

Fuente: Dr. Sergio Silveira Canhada Arroio Grande RS
Este último matrimonio, que no tuvo descendencia, se realizó en 1896, cuando él contaba con 66 años de edad y ella 41 y el sobreviviría apenas tres años más, habiéndose radicado en nuestra ciudad, en una finca ubicada en la calle Pablo Zufriategui, entre Manuel Oribe y Juan Spikerman. Amaro, había enajenado la mayor parte de su capital,  y había mandado a sus hijos del primer matrimonio, algunos aún menores, a radicarse en la vecina ciudad de Yaguarón, bajo la influencia y cuidados de su tía María del Carmen y de sus primas Vilasboas.  Algunos de sus hijos, utilizaban los apellidos compuestos de ambos progenitores: Amaro Neto, pero Manoel, prefirió agregar el “junior” a su nombre, y siempre fue conocido como Manoel Amaro Barbosa Junior.



De ellos descienden aún Amaros radicados en la zona, tanto en la ciudad de Treinta y Tres, como en Yaguarón, y más adentro de Brasil con seguridad. Los fuertes comerciantes Amaro de Yaguarón, así como el reconocido Mariscal del ejército brasileño, Leónidas Amaro Neto, fueron algunos de los más conocidos descendientes de esta familia con parte olimareña.

De Amaro Junior fue, además una de las últimas propiedades que quedó en la familia Amaro del inmenso patrimonio legado por el abuelo Amaro da Silveira (filho), que es la casa en pleno “Cerros de Amaro” donde vive Martín Machado Maitía y su familia, y que fuera vendida por sus herederos en 1934, tras su trágica muerte.

 



        Doble homicidio acongoja la frontera

 

Al igual que sus antepasados próximos, Manuel Amaro Junior abrazó la carrera de las armas en su país, además de haberse recibido de doctor en Medicina. Siguiendo la tradición política de su padre, en la revolución “gaúcha” de 1923, formaba parte de las fuerzas republicanas. Tras la paz acordada por el “Tratado das pedras altas”, ostentaba el cargo de teniente coronel y vivía en Yaguarón, donde fuera también delgado de policía y Comandante de la 14°  Brigada Militar.  Otavio Esteves, estanciero de Arroio Grande, oficial revolucionario, acusaba a Amaro, apodado “Maneco”, de haber dirigido y permitido saqueos en su estancia, con importantes pérdidas, durante los meses del conflicto armado, en los que él había tenido que exiliarse en nuestro país. Se conforma una enemistad profunda, y solo faltaba un enfrentamiento, pero no habían nunca coincidido, hasta el invierno de 1925.

Un día de agosto, el ganadero Esteves estaba haciendo compras en Yaguarón, y “Maneco” Amaro, desde su farmacia donde trabajaba con su hijo, sale a realizar unas gestiones. Ambos, con costumbre de andar armados, y buenos tiradores, se cruzaron calle por medio, intercambiaron insultos y tiros, cayendo muerto Amaro. La noticia corrió como reguero de pólvora   hasta la farmacia donde estaba atendiendo Adémar, su hijo, quien tomó un arma y salió corriendo dispuesto a vengar a su padre. Ver a Esteves a punto de entregarse a la policía que había llegado rápidamente, y gritarle que se diera vuelta que no quería matarle de espaldas, fue solo un instante. El estanciero dispara en fulminante media vuelta, hiriendo de muerte al hijo que cae en la misma calle donde yacía su padre muerto. Con las últimas fuerzas de sus jóvenes 26 años, descargó su revolver contra su oponente, hiriéndole en el pecho sin mayores consecuencias, ya que fue curado y luego preso. (Resumido de la narración del autor brasileño Joao Felix Soares Neto, en su libro "O cigarro ensangüentado e outros contos" , 2007 Editora Ponto de Vista, Pelotas, RS)

La muerte de los Amaro fue muy sentida también en nuestra ciudad, ya que la relación entre los Amaro radicados en ambos lugares, siempre había sido muy cercana.



 

domingo, 27 de septiembre de 2020

Carlos Alonso: sueños y legados

La vida novelesca de un creador incansable

Alonso y su hija Laura en un alto en la filmación de su documental "Madre Tierra"


                                                Tema de una novela sería, quizá, la vida y obra de Carlos Alonso, personaje de suma importancia en el desarrollo del Treinta y Tres de la primera mitad del siglo XX, que al igual que otros impulsores del progreso local, han sido olvidados y relegados por la historia regional.
Poco se sabe de sus orígenes, más allá de lo que cuenta su partida de nacimiento, ocurrido en Montevideo el 26 de junio de 1886, hijo de Encarnación Alonzo, soltera, planchadora, española. Tampoco de su infancia, adolescencia o primera juventud, aunque podemos especular que recibió una buena educación para la época, que le convirtió en un hombre cultivado y buen lector, que sin dudas modeló su carácter y su impronta, impulsándole a emprender, innovar y concretar sueños.
                                                    De las primeras noticias que tiene Treinta y Tres de Alonso, es de alrededor de 1910 cuando concreta su matrimonio con Laura Fernández, conocida joven de la sociedad olimareña, con su propio bagaje historial a cuestas, ya que era una de las hijas no reconocidas de escribano Lucas Urrutia, y se instalan en el paraje Cañada de las Piedras “en la vecindad de la Primera Sección rural”, en un campo cercano a la comisaría y a corta distancia del molino de los Perinetti y su entorno, poblando su estancia “La Mimosa”, e irrumpiendo en la vida social treintaitresina, gracias a su simpática y extrovertida forma de ser.
"La Mimosa" actualmente


              Al poco tiempo, ya en 1914, muere su esposa en el parto de su segunda hija quien llevará también el nombre de la madre, Laura. Su primer hija, María Carmen, apenas tenía tres años en ese momento; y Alonso asume responsable y cariñosamente su rol de padre único, adecuando sus actividades a las necesidades de atención de sus hijas.
                 En su establecimiento, Alonso comienza a realizar emprendimientos que le permitan pasar más tiempo en casa, y pronto se inicia en la arboricultura, siendo junto al doctor Francisco Oliveres y la campaña de la Sociedad Fomento, uno de los más tenaces propulsores en favor de la plantación de eucaliptus y otras especies en los campos de la región. Aun se ven en el camino, en los alrededores de su antigua hacienda, antiguos árboles de la original plantación realizada por él y que daba sombra y abrigo a un largo trecho del entonces camino real.
                                                            Criador de la raza Durhan, fue también protagonista del movimiento ruralista treintaitresino que buscaba el mejoramiento genético de las haciendas, introduciendo en la zona la raza Shorthorn, de la cual instaló cabaña. Pero sin lugar a dudas, su actividad principal a la cual dedicó esos años, fue a la cría de aves, tornando la avicultura en el centro de su actividad centrado en la crianza de gallinas de la raza Rhode Island, y convirtiéndose en un verdadero especialista y conocedor de esa actividad.

               En este sentido, promovió la venta de sus productos de todas las maneras que pudo, con una inusitada campaña de márquetin para la época, publicando en los periódicos avisos de tono jocoso, y organizando incluso una “exposición avícola” de repercusión nacional, que duró todo un fin de semana y se llevó a cabo en el local más céntrico de Treinta y Tres donde había funcionado el “Café La Pirámide” (en la esquina de la Plaza, donde después fue el Plaza, Las Brisas, Yaro´s, etc., y que hoy está vacío y casi abandonado).

 

La “Escuela Industrial Femenina”

                                                                        Corren los años y junto al tiempo que comienzan los estudios en nuestra localidad sus hijas, Alonso va descubriendo las casi nulas posibilidades de estudio y trabajo de las muchachas treintaitresinas una vez que terminan sus estudios iniciales. Atento a su impronta “dinámica y progresista”, como lo calificó un periodista de la época, Alonso emprende la tarea de crear una escuela de oficios dirigida a esa cantidad de jovencitas, y tras algunas reuniones  que no ofrecen resultados, asume personalmente el desafío de hacerla realidad, y para eso recorre durante semanas, día a día, todas las casas de la localidad, haciendo conocer la idea, pidiendo ayuda para concretarla y comprometiendo posibles alumnas y profesoras. Un artículo del periódico La Actualidad, años después, destaca ese hecho indicando que “solo tres amigos le acompañaron en sus esfuerzos desde la primera época: el doctor Francisco N. Oliveres, Teodoro Viana y Agustín Bilbao”, quienes integraron junto a él la primera Comisión de la Escuela creada.


                                                                            El 14 de enero de 1929 se inician las clases en un local alquilado en la esquina de las calles Gregorio Sanabria y Juan Antonio Lavalleja de la denominada entonces Escuela Industrial Femenina, que con una matrícula inicial de 520 alumnas impartió sin apoyo público, ni municipal ni nacional, cursos de Corte, Cestería, Bordado a máquina, tejidos a máquina, Confección de sacos, pantalones y chalecos, Blanco, Lencería y Dactilografía, en salones equipados con maquinarias donadas conseguidas por Alonso con las propias empresas distribuidoras en el país, y profesoras del medio, muchas de ellas al principio actuando de forma honoraria.

                                                                            Alonso continuó algunos años al frente del instituto que fue creciendo, aceptando varones y agregando oficios “masculinos”, hasta que logró que la Escuela fuera absorbida por el Ministerio de Instrucción Pública, institucionalizándose y profesionalizándose.

 

Poblado Alonso y la película de Dionisio

 

                                                                            Cuando en mayo de 1929 se produce el múltiple crimen del Oro y como consecuencia el acto heroico de Dionisio salvando a su pequeña hermana para fallecer


después en el camino hacia Treinta y Tres, a poca distancia de la estancia La Mimosa, obviamente Alonso queda sumamente impresionado, al punto que el hecho le ocupará por muchos años.

                                                                        Una vez acallados los primeros ecos de la resolución judicial del suceso y habiendo adquirido tiempo libre al ceder la administración de la Escuela Industrial al estado, el progresista empresario enfoca todo su esfuerzo en filmar una película que recuerde por siempre el hecho, y que inmortalice la heroicidad del pequeño niño. Y pone manos a la obra.

                                                                            Para financiar su emprendimiento, realiza durante 1929, un primer fraccionamiento en tierras de su propiedad, vendiendo terrenos de chacra de 3 y 4 hectáreas frente a su propia casa. Algunos años después, en 1935, algunas de esas chacras no vendidas, las vuelve a parcelar esta vez en 68 terrenos de entre 800 y 1200 metros, que conforman el centro poblado que lleva su nombre: Poblado Alonso.


                                                                      En aras de cumplir su propósito de realizar una película, consigue del cronista del diario El País que primero narró los hechos el permiso para usar su relato como base para su guión; obtiene permisos, aprende a utilizar material filmográfico, realiza un contrato con la entonces poderosa productora Max Glucksman, elije los actores y en corto plazo, queda pronta la película “El héroe del Arroyo del Oro”, una de las primeras películas de ficción nacionales, por supuesto muda y en blanco y negro, de la cual se conserva una copia restaurada por Cinemateca a fines del siglo pasado.

                                                                        El film se exhibe en sesión privada en el Cine Rex Theatre de Montevideo el domingo 13 de marzo de 1932, con singular éxito de taquilla y crítica, y llega a nuestra ciudad, al Teatro Municipal, el 15 de abril del mismo año, dando inicio a varios años de gira ininterrumpida por la mayoría de las salas nacionales.


                                                                    En oportunidad de filmar “en el lugar de los hechos” la historia del crimen, Alonso aprovechó para filmar un documental sobre nuestro departamento, que también fue presentado en la misma ocasión, y que tituló “El Departamento de Treinta y Tres” y que según se anunciaba contenía una “visión grandiosa de esta región del Este, insuperables paisajes de los ríos Olimar, Yerbal, Cebollatí y la maravillosa Quebrada de los Cuervos”

                                                                Este documental, años después, se convirtió en parte de un largometraje que Alonso compuso con imágenes de todos los departamentos, que fueron tomadas mientras acompañaba la gira de su película por todo el país. El film titulado “Mi madre Patria”  se exhibió en todas las salas nacionales a partir del año 37, y de él, lamentablemente, no quedan más que registros de prensa.

 






























Vida política: propuestas y concreciones

 

                                                            Tras los éxitos obtenidos con sus emprendimientos cinematográficos, Alonso retorna a Treinta y Tres y comienza una nueva etapa de intenso trabajo social, eligiendo para ello la actividad política. Resulta electo edil departamental en el año 1946 por la lista 1010 del partido Nacional que llevó de intendente al doctor Valentín Cossio, labor a la que dedica toda su impronta pujante y ejecutiva, encargándose de promover desde el seno de la Junta Departamental muchos emprendimientos sociales (carroza fúnebre, higiene y administración del matadero municipal, creación del vivero, entre otros) y culturales centrados en la reivindicación y homenaje a Dionisio Díaz. A su instancia se nomina la calle del Barrio España que aún lleva su nombre, la nominación de escuelas y se inicia a nivel nacional la campaña para la erección del monumento que aún hoy –aunque no en su emplazamiento original- forma parte del acervo  treintaitresino, construido por Bellini ante la personal insistencia y requerimiento de Alonso.

                                                                        Asimismo, los diarios de la época informan, además, que el proyecto de pavimentación de nuestra ciudad, fue presentado conjuntamente por el Intendente Cossio y Alonso, en una alocución donde el primero reconoció la iniciativa al respecto de edil que le acompañaba.

                                                                    Aun así, en medio de tanta actividad, tuvo tiempo para otra de sus pasiones, y en su propio domicilio, en el incipiente caserío que él mismo había impulsado, instituye un “Costurero Vecinal”, que enseña “Corte, confección, bordado y tejido a más de 30 niñas y señoritas de ese entorno rural”. Un par de años más tarde, con ayuda de una comisión de apoyo y autoridades departamentales, construye en uno de sus terrenos, que dona, un nuevo edificio para el Costurero, donde hoy es la Policlínica Municipal.


                                                                Terminado su período como edil en 1951, por razones particulares Alonso vuelve a radicarse en Montevideo, aunque nunca deja de colaborar con cuanta iniciativa se le plantaba desde nuestro medio. Allí fallece en 1953, a la edad de 67 años, rodeado de hijos y nietos y habiendo concretado la mayoría de los sueños que persiguió.

                                                                Sin dudas, don Carlos Alonso fue una persona extraordinaria, polifacético, emprendedor, filántropo, un verdadero hacedor, poco conocido, que merecería un recuerdo más tangible de su pueblo. Gracias a uno de sus nietos, Juan Carlos Silveira Alonso y a la conservación amorosa de un álbum de recortes de prensa y documentos referentes a su abuelo que su madre había reunido con el profundo amor y admiración que les unió, y que amablemente me compartió en imágenes desde la lejana Canadá, donde actualmente reside, pude resumir en estas pocas líneas los aspectos más sobresalientes de la vida y obra de este prohombre olimareño., de cuyo legado oportunamente nos iremos a referir con mayor detalle.

domingo, 20 de septiembre de 2020

A 139 de la creación del departamento

                               .

 Treinta y Tres, 1884: terrenos arachanes y minuanos pasan a ser treintaitresinos por decreto

 

                         Al igual que en el enunciado de la conocida “Ley de la conservación de la materia” de Antoine Lavoisier, que en su forma más conocida afirma que “Nada se gana, nada se pierde, todo se transforma”, la evolución histórica de la división geopolítica del país, sufrió una constante transformación desde el inicio de la colonización hasta finales del siglo XIX, cuando con la creación del departamento de Flores, se completan los 19 departamentos que hasta la fecha constituyen nuestro división administrativa nacional.

                        Para llegar ello, se sufrió un largo proceso que podríamos valorar comenzó junto a las distintas demarcaciones de límites de la época de la conquista entre las posesiones españolas y lusitanas, que serían muy largas y tediosas de detallar. Pero lo cierto es que al inicio del camino institucional como república independiente, nuestro país contaba con tan solo diez departamentos: solito Paysandú al norte del Río Negro, dos enormes al este: Cerro Largo y Maldonado, tres más al centro: Durazno, San José y Canelones y dos al oeste, Soriano y Colonia, que junto al capitalino Montevideo completaban el mapa nacional.

                        Pocos años más tarde, en 1837, al norte del Negro se divide Paysandú para crear los departamentos de Salto y Tacuarembó, mientras que al sur, nace el departamento de Minas, generado con tierras tomadas de Maldonado y Cerro Largo, que por primera vez ve achicado su territorio. En esa partición, cabe señalar, el departamento de Minas “le roba” a Cerro Largo una generosa porción de terreno, desde el Cebollatí, antiguo límite con Maldonado, hasta el Olimar en toda su extensión, desde las nacientes hasta la barra, un área aproximada a las 625 mil hectáreas.

                        Veinte años después, en 1856, nace Florida, partido de tierras maragatas. Más de otros 20 años pasarán para una nueva división administrativa: en 1880 se crean Río Negro, escindido de Paysandú, y Rocha, dividiendo terrenos con Maldonado. Algunos pocos años después, en 1884, ocurre la creación de tres departamentos más: al norte Artigas, con área suprimida a Salto, Rivera con parte de las tierras de Tacuarembó, y al este Treinta y Tres, que toma territorios de dos “donantes”, Minas y Cerro Largo. La cuenta, se completará al año siguiente, con el fraccionamiento de San José para el nacimiento de Flores.

 

139 años del departamento de Treinta y Tres

 


                        El 20 de setiembre de 1884, el entonces Presidente de la República General Máximo Santos, cumpliendo una perseguida aspiración de lugareños encabezados por el escribano Lucas Urrutia, firmó el decreto de creación del Departamento de Treinta y Tres, tomando tierras de los vecinos departamentos de Lavalleja (entonces Minas) y Cerro Largo, y designando a nuestra ciudad como su capital.

                        En el artículo primero del mencionado decreto, se establecen los límites departamentales:

AL NORTE el Arroyo Parao desde sus nacientes hasta el límite exterior del llamado “rincón de Ramírez”; desde dicho límite hasta el Río Tacuarí; este río aguas abajo hasta su desembocadura en la Laguna Merín.

AL ESTE. La ribera de la Laguna Merín desde la barra del Tacuarí hasta la barra del río Cebollatí, y siguiendo el curso de este río aguas arriba hasta la barra del Arroyo Corrales.

AL SUR: el Arroyo Corrales desde su barra con el río Cebollatí hasta sus nacientes, un rumbo desde dichas nacientes hasta la barra del Arroyo Averías en el río Olimar Chico, y desde dicha barra de Averías, siguiendo el mismo Olimar Chico hasta sus nacientes en la Cuchilla Grande.

AL OESTE: la Cuchilla Grande en toda su extensión desde las nacientes del Olimar Chico hasta las nacientes del Arroyo Parao.

                        En el artículo segundo, se establece una contribución especial de los pobladores del nuevo departamento por el espacio de 3 años para solventar los gastos de instalación, y el tercero establece la obligatoriedad del nuevo departamento de contar en las elecciones con dos Representantes Nacionales y sus respectivos suplentes.

 

Las tierras que componen el departamento

 


                                Es normal, a partir de los límites establecidos por el decreto fundacional, no cuantificar cuales fueron las resignaciones de territorio que debieron realizar por orden superior los departamentos de Minas y Cerro Largo para la conformación de Treinta y Tres.

                                Más allá de caseríos informales, más o menos aglomerados, generalmente situados en torno a escuelas, puestos policiales o algunas grandes concentraciones de trabajo zafrales, el territorio adjudicado al nuevo departamento, no tenía más centros poblados que la ciudad de Treinta y Tres, y un reciente Santa Clara de Olimar (en 1878, apenas 6 años antes Modesto Polanco había pedido la autorización para fundar el pueblo Olimar, en Santa Clara, departamento de Minas)

                                De las 953 mil hectáreas que conforman nuestro departamento, más de las dos terceras partes, fueron desmembradas de Cerro Largo, unas 680 mil hectáreas, que comprenden el área limitada por el Olimar y Cebollatí al suroeste y su, la Laguna Merin al Este hasta la desembocadura del Tacuarí, por éste aguas arriba hasta la punta del Rincón de Ramírez desde donde continúa al arroyo Parao siendo el límite hasta sus nacientes, y desde allí hasta las nacientes del Olimar, la demarcación recorre la cima de la Cuchilla Grande. En ese territorio, estaban comprendidas, por ejemplo, una media docena de escuelas rurales, y al menos cuatro puestos policiales, sin contar los de la zona urbana.

En celeste, versión libre de la porción de Minas; en color crema, la de Cerro Largo

 

                             De las casi 275 mil hectáreas segregadas del departamento de Minas, acotados entre los ríos Olimar Grande, Cebollatí, arroyo Corrales, Olimar Chico y desde sus nacientes hasta las del Olimar Grande recorriendo la Cuchilla homónima, nohe encontrado registros que se hayan heredado ni escuelas ni comisarías, aunque es de suponer que si hubieran algunas establecidas. En los hechos, por la cercanía con la nueva capital que ya estaba establecida como villa desde unos cuarenta años antes, los pobladores de esa vasta zona minuana ya tenían contacto comercial asiduo, y muchos de ellos o sus familias radicaban en la urbe de la confluencia del Olimar y el Yerbal


Las autoridades del nuevo departamento


                            Al tiempo de la fundación, según el libro del Presupuesto Nacional para ese período que se conserva en el acervo de la Jefatura de Policía de Treinta y Tres  y al que tuvimos acceso gracias a los buenos oficios y el esfuerzo mancomunado en la búsqueda de material del comando y personal encabezado por el Jefe de Policía Inspector Víctor Sánchez, el departamento contaba con un personal público, que entre jefes y subordinados superaba los dos centenares de personas.

Lucas Urrutia, considerado Fundador del Dpto.

                            Según el mencionado libro, en el ámbito policial, era donde revistaban la mayoría, según el siguiente detalle:

                            Un Jefe Político y de Policía –que lo fue el Coronel Manuel M. Rodríguez-, un Oficial 1º, un Oficial 2º, un Comisario de órdenes e Inspector de Policía, un Auxiliar, un Alcaide Escribiente, un Médico de Policía y un Portero, en Jefatura, totalizando 8 plazas.

                            En lo que tiene que ver con el personal de las seccionales, se establece que existían dos Sub Delegados, seis Comisarios de seccional, un Comisario Volante, tres Escribientes, nueve Vigilantes de 1º, once Vigilantes de 2º y noventa y cinco guardiaciviles, o se que en total se empleaban 127 personas.

                            En el área administrativa del departamento, la recientemente creada “Junta Económica Administrativa”, (de carácter honorario presidida por Pedro Aguiar),  heredó los cargos rentados de la anterior Comisión Auxiliar que le rendía cuentas a Melo, a saber: un secretario, un escribiente, un Inspector de Salubridad, un portero, un jardinero, y un sepulturero.

                            En lo que tiene que ver con la Educación Pública, cuyo Inspector Departamental fue Saturnino Roldán, el Presupuesto de Gastos indica los siguientes cargos, además del nombrado Roldán: un Secretario/Tesorero, un maestro de 2º grado, una maestra de 2º grado, un ayudante para la escuela de varones y una ayudante para la escuela de niñas, en lo que tiene que ver con la capital, mientras que en el área rural, se crean seis cargos de escuelas rurales, entre ellas para las ya establecidas en Isla Patrulla, Yerbalito y Cuchilla de Dionisio , y cuatro cargos apartes para “maestros de frontera”

                            Por último, en el plano impositivo, se nombra un Administrador de Rentas – que fue el Capitán Alejandro G. González-, a quien acompañarían tres auxiliares, y  en el plano del Poder Judicial a pesar de que como poder aparte no figura en ese entonces el Presupuesto de Gastos del Estado, cabe recordar que el Juez Letrado era el Dr. Pedro Garzón, actuando en la actuaría el escribano Indalecio Rodríguez y Rocha.

Coronel Manuel M. Rodríguez, Primer Jefe Político

sábado, 29 de agosto de 2020

de Turín al Olimar

  Los Perinetti del Molino



                                                                   La llegada de la familia Perinetti a las proximidades de la Villa de los Treinta y Tres, aproximadamente en la década de 1880, fue sin lugar a dudas un hecho trascendente en la vida comercial y social de la joven localidad.
                                                            Inmigrados originariamente antes del 70 desde la localidad italiana de Caluso, cercana a la capital Piamontesa de Turín, la familia encabezada por Juan Bautista Perinetti arribó a tierras uruguayas constituida además por su esposa Josefa Bianco y sus cinco hijos mayores, exactamente la mitad de la decena que la pareja progeniaría en su existencia.
                                                               El patriarca Perinetti, nacido en el año 1835, ya a sus treinta y pocos años era un fino artesano de la madera en lo que hoy llamaríamos carpintería de obra que vino en busca del sueño americano y su especialización en la construcción de pisos de madera de alta calidad le hizo conocido en corto tiempo, al punto que en el año 1872 el presidente Lorenzo Batlle le otorga una “Patente de Privilegio Comercial” por unas “baldosas de madera destinadas a pisos y frisos” (de las cuales se conserva al menos una en el Museo Histórico de Treinta y Tres), por un plazo de 6 años, como se puede apreciar en la foto que acompaña estas líneas.      

                                                             Para la llegada del año1881, los trabajos de Perinetti eran conocidos y apreciados en la capital del país y sus adyacencias, al punto que cuando el General Máximo Santos (luego presidente de la república) le encarga al arquitecto Capurro la construcción de su casa hoy conocida como Palacio Santos y actual sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, es convocado para la construcción de los pisos de madera.
                                                            Según la tradición oral, hay versiones contradictorias con respecto a la desvinculación de Perinetti y sus hijos de esa obra: algunas sostienen que Santos no le pagó el trabajo y el temor a ser perseguido hizo al inmigrante y sus hijos poner distancia con la capital, otros indican que la “disparada” se debió a un incendio parcial en la obra del que fueron culpados los Perinetti, y quizá el motivo real sea otro, ya que uno de sus hijos mayores, ya se había radicado en esta zona y habría sido quien mandó llamar la familia viendo buenas oportunidades de trabajo.
                                                                Lo concreto, es que entrados los años 80, la familia Perinetti casi en su totalidad viene a radicarse en Treinta y Tres, adquiriendo una fracción de campo en el camino de la Cuchilla de Dionisio, hoy conocido como camino Perinetti. Casi en su totalidad porque una de sus hijas mayores, ya casada, queda residiendo en una localidad de Canelones, y sería la madre del renombrado pintos uruguayo Cúneo Perinetti.
                                                           Poco ha quedado escrito de los primeros años de los Perinetti en nuestro medio, pero ya a finales de 1880 y principios de 1890, en el diario urrutista La Paz, se publicaba cotidianamente un anuncio en que se ofrecían como “Maestros constructores de obras, puentes y calzadas”. 
                                                   Al mismo tiempo, existen pruebas documentales que ya en 1887, “Perinetti e hijos” administraban un Molino en Las Chacras, según lo publica el mismo diario La Paz en su edición del 10 de julio. Y, por otra parte, hay versiones orales que aseguran que también tomaron parte en la construcción de la Jefatura Política, quizá considerando el parecido edilicio con el mencionado Palacio Santos, salvando las distancias. En consecuencia, se puede establecer que al menos al comienzo de su vida en Treinta y Tres, los Perinetti exploraban varios medios de vida, entre los que, en definitiva, triunfó el molino y sus colaterales.

                                                          
                                                Intentando datar esa actividad, nos encontramos con fotografías fechadas en 1893 en las que se muestra la  “Trilladora a Vapor de Domingo Perinetti”, y otra que expresa  “Maquina trilladora de Carlos Perinetti en lo de Ramón Rodríguez” (hijos de Bautista), lo que sin dudas nos permite afirmar que ya en ese entonces, la familia se dedicaba también al negocio de la recolección de trigo con al menos dos equipos conformados, y no solo al procesamiento del grano para convertirlo en harina y demás subpoductos.




El molino

                                               Sin ningún lugar a dudas, el hecho de haberse establecido a fines del siglo XIX los Perinetti en esa zona aledaña a nuestra ciudad fue un elemento primordial de la fundación -años más tarde- de la población adyacente, Poblado Alonso, que fuera delimitada en 1929, pero que en los hechos como agrupación poblacional, se había ido formando con la radicación de gran número de trabajadores que los Perinetti empleaban, como se aprecia en las fotografías publicadas, y la cercanía de la comisaría de policía de la “1º sección rural”. 


                                                Lo que popularmente se conocía como “Molino de Perinetti”, no era solamente el alto edificio del molino propiamente dicho, sino que había en su entorno varias construcciones más: galpones, depósitos, la capilla de que nos ocuparemos en una próxima edición y también edificios para  residencia familiar, inclusive alguna que en diferentes épocas funcionó también como sede de la Escuela de la zona, y como almacén de ramos generales.
                                                  El negocio iniciado continuó en franco crecimiento. En 1907, por ejemplo, el recaudador de impuestos Pedro Aguiar otorga una “Patente de Giro” a Juan Bautista Perinetti e hijos, de 12,50 pesos oro, correspondiente a “Motor a vapor aplicado a Molino 10 caballos efectivo fuerza motriz”, que seguramente implicaba un enorme adelanto para la época.
                                                      A lo largo de los años sigue en ascenso, al punto que para los años 20 y 30 toda la campaña olimareña era recorrida en tiempos de cosecha por las carretas que traían el trigo al molino, y devolvían a sus dueños las bolsas de harina producidas, y por los diferentes equipos de trilla capataceados por los Perinetti. 

                                                                                     En documentos que he podido observar de varias casas de comercio de principios de siglo, como la de Sala en El Oro, o la de Desplast y Fabeiro en Yerbalito, por ejemplo, constan anotaciones de acopio de cargas de trigo de productores chicos de la zona, que luego eran llevadas al molino, lo que da una idea de la organización y logística que desarrollaron los Perinetti hasta llegar a ser líderes del negocio en el departamento.
                                                         El molino dejó de funcionar a mediados del siglo pasado, cuando ya no eran tan abundantes las plantaciones de trigo en la zona, y la mejora de las comunicaciones y otras variables de los tiempos “modernos”, cambió el negocio y comenzó a dar pérdidas seguirlo explotando, causa también, sin dudas, de la desaparición de las tahonas y molinos harineros de toda la zona. Probablemente, las trilladoras a vapor y ese sistema itinerante utilizado por ellos, ya había caído en desuso tiempo antes.

                                       Fue entonces en esa época, que el polo productivo e industrial que significó durante al menos 50 años el Molino de Perinetti, comenzó su largo periplo para convertirse paulatinamente en la pobre tapera de nuestros días, con restos tan deteriorados que es difícil reconocer algún trazo de las construcciones originales; algunas pocas partes “rescatadas”, como algunas de las ruedas de piedra de moler y la baranda de hierro del balcón, están en exhibición en el Museo Histórico, pero poco más queda. Gracias a la previsión del artista e historiador Néstor Faliveni, quien logró tomar fotos del edificio ya sin funcionar y con algunos faltantes, pero completo en su edificación u otros detalles, existen algunas imágenes que dan idea de su estado en los años 80, una de las cuales compartimos.






Familia, sociedad y religión

                                                    Juan Bautista Perinetti y sus hijos, después del traspié sufrido en la capital, iniciaron con buen pie la etapa de su vida en esta tierra olimareña no solo en el aspecto laboral y comercial, sino que pronto su familia se amalgamó con el lugar: la mayoría de sus hijos formaron familias y muchos de sus descendientes, a más de un siglo, aun transitan nuestras calles.
                                                      Entrar en detalles de la genealogía de esta extensa familia, en este corto espacio, es imposible, pero no podemos dejar de mencionar que se emparentaron con muchas familias de la zona, por ejemplo los Pagliotti, Almeida, Freire, Alberti, Peña, Cardozo, Izmendi, Tabeira, Medina, Barnada, Casteriana, Larronda, y otros. 
                                   
        Perinetti y su familia, asimismo, se constituyen desde los primeros momentos en parte del entorno social: se integran con la mayoría de los inmigrantes italianos y sus descendientes ( los Lagreca, Decrezencio, Melazzi, Lamanna, Gambardella, Giacovazzo, Castiglioni, Pisani, Ferrari, Malzone, Gaetano, Faliveni, etc.) radicados en la zona. Integró la “Societá di Mutuo Soccorso” denominada Operai, una de las dos que funcionaba en Treinta y Tres, comprometido con la colectividad italiana  al punto que la fiesta anual de la Reunificación de Italia, que se celebra los 20 de septiembre, durante muchos tendrá su sede en el Molino y su entorno. Aun se conserva, una vieja fotografía conmemorando una de esas fiestas, en el año 1899.  

                                                 Ya a principios del siglo XX, el veterano italiano fue delegando en sus hijos varones la responsabilidad comercial, al tiempo que fue quedando ciego. Trasladó su domicilio a la capital olimareña, donde transcurrió sus últimos años en una casa del barrio Artigas, rodeado de familiares hasta su deceso en el año 1917.






La Capilla San Juan Bautista 

                                             Don Bautista Perinetti era profundamente católico, y cuando comenzó a prosperar económicamente, se propuso la construcción de una capilla que imaginó sería el centro religioso familiar y de la zona, y en eso puso su esfuerzo a finales del siglo XIX. 
                                               Tanto fue su empeño, que en 1895 Monseñor  Pío Stella, obispo que transitaba en misión evangélica por estos pagos, bendijo la colocación de la piedra fundamental de una capilla a erigirse costeada por Perinetti y una serie de vecinos colaboradores que habían dado su beneplácito y el compromiso de su aporte económico para su realización.

                                                       El proyecto original, que según un interesante documento de la época titulado “Génesis de la Capilla San Juan” era la construcción de un edificio de “24 metros de fondo por 12 de frente siendo éste adornado con una torre de 18 a 20 metros de altura y columnatas y molduras de gran gusto arquitectónico, según el plano ya confeccionado”, fue primero demorado por el desarrollo de la guerra de 1897, y luego reducido en sus pretensiones a consecuencia de las dificultades económicas para reunir el dinero necesario para una obra de la envergadura proyectada por su pariente Giovanni Ravagnelli, escultor, constructor y artista también italiano, quien elaboró un plano muy ambicioso –cuya fotografía acompañamos- y que no se llegó a construir. En cambio, con la ayuda de una “suscripción popular” entre amigos y gente de la zona, se logró concretar otro proyecto más sencillo, que culminó con el edificio que aún hoy existe calle por medio de lo que fuera el viejo molino.

                                               La obra finalmente dio comienzo a fines de siglo XIX por mano propia de su iniciador Perinetti ayudado por sus hijos, según el mencionado “Génesis”, para dar término “cuanto antes a la construcción que, con el Molino, casa de negocio y otras moradas y afincadas,  será la base de la futura Aldea de los Perinetti”.
                                                        Fue entonces que se efectivizó el aporte de los colaboradores, al decir del documento mencionado para “determinar su más amplia y mejor aplicación en la obra que simbolizará el culto religioso y las ideas progresistas de una parte considerable de los habitantes del Departamento de “33”, cuyos nombres serán grabados en lápidas de mármol que adornarán las paredes laterales de la proyectada capilla”. 


                                                      En efecto, como se puede apreciar en las fotos que acompañan estas líneas, los nombres de los colaboradores principales fueron plasmados en el frente de la misma, con una particularidad muy especial: los que figuran a un lado de la puerta corresponden a dirigentes o simpatizantes del Partido Colorado, mientras que los del Partido Nacional están plasmados en la pared opuesta. 
                                                          La capilla, que funcionó durante muchos años a impulso particular de la familia, nunca pasó a jurisdicción eclesiástica, y hoy está enclavada en un terreno particular y prácticamente abandonada, sirviendo de galpón y depósito, habiendo desaparecido muchas de las figuras religiosas y muebles que la ornaban.

Cuneo Perinetti, descendiente famoso

                                                    Dentro de todas las relaciones familiares que mencionábamos al principio de la nota, sin dudas es de destacar el matrimonio de una de las hijas, Isabel, con Rolando Cuneo, quienes radicados en el departamento de Canelones, fueron los progenitores de José Cuneo Perinetti, reconocido artista plástico uruguayo de gran renombre.

                                                          Cuneo Perinetti era asiduo visitante de sus familiares en nuestra ciudad, sobre todo en su infancia y primera juventud, e inclusive en varias oportunidades permaneció grandes temporadas en la casa de sus abuelos, lo que motivó que el artista generara fuertes lazos afectivos con el pago olimareño.
                                                  Cuenta la tradición familiar que no solamente venía durante sus primeros años a visitar su familia, sino que a causa de una dolencia para cuya cura le recomendaron vida al aire libre, se radicó en el año 1914 en el establecimiento de su abuelo, donde ejerciendo ya su arte, no solo pintó algunos de sus series más reconocidas (su primer contacto con los “Paisajes de Treinta y Tres” en el período entre 1914 y 1917, sino también algunos retratos, entre los que se cuenta uno de su abuelo Juan Bautista, que durante años estuvo en poder de la familia y hoy integra el acervo de una colección particular en nuestra ciudad.
                                                       José Cuneo Perinetti,  nacido en 1887, a sus 20 años había sido becado a continuar sus estudios de Bellas Artes en Turín, Italia, cerca del solar natal de los Perinetti, a influencias de sus maestros uruguayos y con la ayuda y complicidad del ya nombrado artista y pariente Ravagnelli. Retorna a Uruguay un par de años más tarde, y en el período comprendido entre 1910 y 1917, viaja dos veces más a Europa en viajes de estudio. Respecto a su estadía en Treinta y Tres, en 1964 en un artículo publicado por Eduardo Dieste en una revista especializada, éste publica: “entre los años 1914 y 1917, período pautado por un viaje a Francia e Italia, trae la novedad, en 1914, del descubrimiento del paisaje nativo a raíz de la estadía de varios meses que hace en el establecimiento de sus tíos en el departamento de Treinta y Tres:  “Es la primera vez que salí al interior –nos dijo- con un intento vago de pintar lo que saliere.  Me causó efecto de deslumbramiento al principio.  No veía el color, diluido monótonamente en las extensas planicies, ofuscado por la luz torrencial de reverberaciones sutiles.  Los horizontes parecían marinos, si no fuesen tan recios, tan decisivos sus límites, aun cuando abundan las ondulaciones suaves del suelo”.  “Fue mi primera excursión en el paisaje nuestro.  Pinté allí.  Me quedé unos seis meses porque yo estaba en pleno campo...Me resultó interesantísimo, sorprendente, para mí que venía, que tenía en los ojos el paisaje europeo siempre abigarrado, lleno de cosas, muy pintoresco, todo poblado.  El paisaje nuestro me resultó una cosa enteramente nueva, totalmente contrario a ese paisaje;  un paisaje así vacío, diríamos” 

                                           El artista, prolífico y reconocido a nivel mundial, solamente volvería a Treinta y Tres en esporádicas visitas luego del fallecimiento de su abuelo, en 1917, y desarrollará la mayor parte de su carrera artística entre Florida, Melo y Europa, donde fallece con 90 años en Alemania en 1977.