sábado, 24 de octubre de 2009

Broma pesada

Esta me la contaron: yo no estaba. En realidad, conocí a todos los participantes, pero soy de una generación unos años menor, aunque siempre anduve enredado, por cuestiones de coincidencia de lugar y tiempo. Quienes cuentan esta anécdota habitualmente, y que fueron partícipes, seguro recuerdan muchos más detalles que yo, y ellos aseguran que es totalmente verídica. Lo que sigue a continuación, es el relato tal cual lo recuerdo.
El bichito del coronilla


Había una vez en tierras olimareñas una barra de ya no tan muchachos, que periódicamente y con asiduidad , salían a pescar en excursiones muy bien organizadas, a veces de hasta 3 y 4 autos repletos de gente y equipamiento. Era una barra que obviamente se llevaban muy bien, que se entendían perfectamente, donde prácticamente nunca –a no ser broma mediante- se generaban desavenencias, y de gente con mucho humor, con muchas ganas de vivir y pasarla bien. Y esas jornadas de pesca eran ideales para eso, sobre todos las de las cálidas jornadas veraniegas, con sus noches tibias y claras, perfectas para pasarse la noche “agarrado al piolín”, tomando alguna “caipirinha” y pitando un tabaquito pa espantar los mosquitos.
Había varios pesqueros preferidos por la barra. Sin dudas uno de los más populares en la época estaba en las tierras de “Yanguta” Machado, en la séptima baja de Treinta y Tres, aunque también iban mucho a la represa de Bonomo y Gigena (en esa época, no se si sigue siendo), y otros varios lugares en las costas del Olimar o del Cebollatí, preferidas mayormente para los campamentos largos por la ventaja de contar con los recursos de sus frondosos montes naturales para abrigo y leña.
Treinta y Tres, la ciudad, siempre fue muy generosa con los inmigrantes. Forastero que venía a radicarse acá, sin distinción, se le abrían las puertas sin desconfianzas previas no presuposiciones, tanto a nivel profesional o de trabajo, como a nivel de relacionamiento social y de aceptación amistosa.
Por aquella época que nos ocupa, cayó a nuestra ciudad un muchacho bien joven, ansioso de abrirse camino en la vida, de esos buscavidas simpáticos, de trato agradable. A los pocos meses, era conocido de todos, integrado como uno más, y que sin tardar fue invitado a participar de una de las mencionadas pesquerías, a la cual adhirió con la vehemencia y el empuje que le caracterizaba y gracias a que ya estaba trabajando con solvencia, se equipó completo desde casaca pescadora, gorro, botas y cuchillo, hasta los implementos de pesca más sofisticados, no accesibles a todos en la época.
Al momento de partir, cuando le vieron llegar a la concentración desde donde partirían portando sus estrenados enseres, cuatro o cinco de los participantes de la aventura, decidieron gastarle una broma. Destinaron al novato a otro auto que no fuera donde iban a ir ellos, y en el viaje, planificaron hasta el más mínimo detalle de la cachada.
Cuando llegaron al lugar donde pasarían los siguientes dos días con sus noches viviendo “a monte”, y tras organizar el campamento, los bromistas fueron aprovechando las oportunidades para avisar a los demás que iban en el otro auto de la broma programada. Uno de los puntos clave de la misma, era no contar con ningún vehículo en el campamento, por lo cual mientras uno de los choferes desarmó no recuerdo que parte de su auto simulando una avería que no permitía mover el coche, el otro dijo que al otro día a la noche volvería a Treinta y Tres a buscar un supuesto repuesto para poder arreglarlo.
La jornada transcurrió normalmente, pescando, tomando mate, charlando, conversando, etcétera, hasta que al llegar la noche, todos de acuerdo menos la víctima, comenzaron a conversar sobre el “bicho del coronilla”, un supuesto insecto que según las versiones era sumamente venenoso y para el cual no había más cura que una rápida internación en un centro asistencial, bajo riesgo de muerte segura si no se lograba atención médica inmediata. Se manejaron varios datos sobre el tal bicho, pero estaban todos de acuerdo con que los primeros síntomas comenzaban con un adormecimiento de la boca y la lengua, tras lo cual solo se contaba con apenas un par de horas para la atención de emergencia. Con ese tema traído a colación cada dos por tres durante toda la noche en las varias reuniones que se forman rodeando el fogón, y al otro día, cuando la sorpresa del novato dio paso a la credulidad, “tragándose” el cuento completito, llega el momento en que el chofer del auto “sano” sale rumbo al pueblo a buscar el repuesto, a la tardecita.
Al poco tiempo de esto, la barra se junta al lado del fogón a tomar mate, pero los cómplices de la broma cada vez que el porongo pasaba a manos del destinatario de la broma, a escondidas de éste untaban la bombilla con “Durasensil”, un anestésico potente muy en onda en épocas previas a la aparición del Viagra.
Y por supuesto que al cuarto o quinto mate, el producto comenzó a hacer efecto en el novato, quien comenzó primero medio disimuladamente, y a medida que tomaba más mates con mayor aspaviento, a mordisquearse los labios y recorrer la boca con su lengua, hasta que no aguantó más y con la voz quebrada de susto y alarma gritó hablando con la torpeza característica de quien tiene la boca adormecida por anestecia:
_ “Me picó el bichito del coronilla!!!... Me picó el bichito del coronilla!!! Me muero… me muero…!!!
La barra, conteniendo la risa al ver la desesperación de la víctima, pusieron cara de preocupados e intentaron varios remedios caseros desesperandolo aún más ante la pérdida de tiempo que esto significaba, recordándole que no tenían vehículo para irse, y que no quedaba nada por hacer.
Así lo tuvieron como media hora, hasta que ya no aguantaban más la risa ante la cruel broma. ¡Cómo sería el susto de ese cristiano que cuando le dijeron que era todo una broma, pensaba que se lo decían para que se muriera tranquilo ya que no tenían posibilidad de llevarlo a salvarse! Hubo que mostrarle la pomada y hacerle ver que también varios de la barra que habían compartido el mate tenían los labios y la lengua dormida, para que se tranquilizara.
Hoy, por suerte, solo queda esta anécdota que me pareció merecedora de ser compartida, más allá de algún error que pueda tener el relato y de que preferí no dar nombres, que los conozco, porque en realidad para la víctima fue una broma muy pesada.

domingo, 11 de octubre de 2009

Adiós al Beco

Pal Beco ...


El “Beco” Macedo estará seguramente armando un pife con los Eguren Tapia, “Cololo”, el “Manso” y el “Mono”, o invitando al “Tio Viejo” Denis, a don Mariano Carbone, a Carlitos Gigena, a “Cacho” Bezón, al “Flaco” Ortiz y a Blanco Fernández para jugar una pifarola 5, 10 y 20… para pasar un rato de su eternidad recién estrenada.
Y con certeza -me parece verlo-, al poco tiempo ya estrá rezongando con los mirones cuando las cartas le sean esquivas, y matizando con sus agudos comentarios y su excelente humor el devenir del juego, o inventando alguna broma inteligente para “calentar” al contrario.
Con casi medio siglo de vida, un período enormemente largo si lo consideramos desde los años mozos, pero nada más que un chasquido de dedos para quienes hoy los llevamos a cuesta o venimos cerca, conservamos tantos recuerdos, de tanta gente que en tantos años ha marcado de manera indeleble en nuestra memoria múltiples episodios y vivencias cotidianas que con el paso del tiempo se han convertido en anécdotas memorables que conservamos con cariño.
Albérico Ipacio Macedo, el “Beco” Macedo, es sin dudas uno de ellos, a quien no pude despedir en su partida, pero del que conservo el mejor recuerdo; un hombre excelente, padre, compañero y amigo. En mi juventud, su casa fue nuestra casa, la de las barras de sus hijos, Ricardo y Gustavo, ambos adictos a la juntadera de gurises.
Inolvidables son las noches de guitarreadas en el fondo de la vieja casa al lado de la Onda, las tardes de timba en el garage, las madrugadas de charla cuando ya pelados nos quedábamos comentando los sucesos, y tantos momentos compartidos. Y siempre estaba “Beco”, veterano, pero uno más de nosotros. Sin hablar de las reuniones en el Progreso o en lo de Benito, donde se destacaba por su humor sin par y por su habilidad comunicativa que le llevaba a convertirse en el eje de las conversaciones.
Hace ya algunos años que teníamos poco contacto, más allá de algun saludo ocasional cuando aparecía por el centro y que nos encontrábamos, charlando fundamentalmente de cosas banales y de poca importancia, pero que sin mencionarlo dejaban entrever el afecto que nos profesábamos, con un abrazo, un apretón de manos, o un grito a las apuradas al cruzarnos.
Por eso y por mucho más, es que tenía la necesidad de escribir esto. Para decirles al Rulo, al Trucha, a Hilda y a los gurises todo lo que me apena que ya no esté. Pero para decirle a él, también, que siempre estará, con ellos y con nosotros, en nuestro recuerdo y en el lugar de nuestro corazón que se ganó no ahora cuando se fue, sino cuando nos abrió el suyo para brindarnos su amistad hace tantos años ya…
Nos vemos, Beco, nos vemos por ahí…

lunes, 5 de octubre de 2009

De Robert Arismendi


Franquicias en Matemáticas


A la memoria del Prof. Idris Fernández, y de todos los profes macanudos.


Los que cursaron Quinto Humanístico y después Derecho saben bien de lo que hablo, por que en muchos casos vamos a dar allí huyendo despavoridos de la matemáticas.

Pero Quinto año te cobra peaje, hay Matemáticas Teórico y Práctico, que es exonerable, pero si llegás a caer en el abismo del examen es salado aprobar, por que aparte cuesta sumergirse en ese mar de fórmulas, ecuaciones de primer y segundo grado, lógica y otras cosas que a Dios Gracias ya pasé.

Pero lo pasé por que el diablo puso en el Tribunal a el viejo Idris, y completaban el honorable otras profesoras a las que llamaremos la Srta. Catetos y la Sra. Hipotenusa.

Fue en Julio del 95, en los salones nuevos, allá atrás de la cantina y con un frío atroz.

La historia que quiero contarles había comenzado el día antes, en el Práctico. Se venían las tres horas y los sabiondos ya habían entregado, pero yo estaba trancado en un ejercicio, y si no lo terminaba seguramente era boleta. Faltando media hora el Idris se levantó y entró a recorrer bancos: “a ver m’hjita, ¿en que te trancaste?... pero acá te equivocaste en la fórmula… ¿te das cuenta? Bueno, corregí y seguí. Y siguió banco a banco hasta llegar al mío. Se acercó y me dijo "haber ¿que te pasa a vos? ¿Por qué no terminaste ese ejercicio? ¿Cómo que no sabés? A ver: mirá lo que pusiste acá" y me tiró unas pistas, me guió (me hizo parte del ejercicio) "¿sabés como sigue ahora?", claro, ahí se me destrabó la neurona y lo terminé. Cuando estaba recogiendo los escritos nos dijo: "bueno muchachos, nos vemos mañana en el teórico".

Yo había ido a clases particulares pero el Teórico estaba salado igual. Hacía mas frío que el día anterior. Pusieron el examen y nos quedamos mirando, estaba a tres horas de terminar la Secundaria y me sentía en la silla eléctrica.

Me tomé unos mates mientras leía detenidamente los ejercicios. Los profesores conversaban del tiempo.

Fue en ese momento que la Sra Hipotenusa se quejó del frio que tenía en los pies, y los otros integrantes del Tribunal le dijeron -¡pero muchacha, que vas a estar pasando frío! andá a tu casa a abrigarte.-

-Hay, ¿les parece?.- y el Idris le dijo, pero claro muchacha, andá tranquila, que problema va a haber.-

Pisó del lado de afuera y la Srta. Catetos dijo: "bueno muchachos, nosotros vamos al solcito a tomar unos mates, pero las cosas bien claras, si cuando venga la Profesora Hipotenusa llega a haber uno copiando: pierde el examen". Nadie pidió explicaciones aunque cuando quedamos solos no faltó la voz inocente e ingenua de alguien medio lelo que preguntó "chiquilines: ¿Uds. Que entendieron que quiso decir?" y no falto otro que le contestó "agarrá el cuaderno pedazo de idiota pero que Hipotenusa no te vea". No conforme (mientras el ruido de las hojas de los cuadernos dejaban sonar su música) volvió a preguntar "¿les parece chiquilines?" y ahí salté yo que era el mas grande (terminé el liceo a los 29) "Nena: ¿vos querés que te peguemos? Dale, no pierdas mas tiempo”.-

A las dos horas íbamos todos por el corredor, abrazos, besos y felicitaciones mutuas: ninguno perdió.

jueves, 1 de octubre de 2009

Hombre araña en 33


La "quinta de los nabos" y el "Palito"



La “quinta” era el lugar de reunión por excelencia de la gurisada de mi época, y lo fue por muchas generaciones. 
La quinta, pa’ los que no saben es el muro y los escalones del Banco Hipotecario, en la esquina más céntrica de Treinta y Tres. No se sabe quién ni cuándo le puso ese nombre, que ya se ha casi perdido en el vocabulario local actual, únicamente recordado cuando los de ya viejas generaciones nos referimos al lugar, pero fue una designación un tanto jocosa y pensada con carácter despreciativo, ya que me imagino el nombre comenzó a usarse cuando empezaron a calificar de “nabos” a quienes éramos asiduos concurrentes al lugar, y por ende el lugar donde estaban los “nabos”, era la “quinta de los nabos”.


Y es que antes –en eso estamos todos de acuerdo-, Treinta y Tres no era como ahora. Yo no valoro si mejor o peor. Era distinto. Hace 30 años, más o menos, a ningun veinteañero o de menos edad se nos habría ocurrido sentarnos al cordón de la vereda a tomar algo, ni mate, menos vino o cerveza, como se acostumbra ahora (y ni hablar de algún porrito o algo más). Había lugares para eso, para sentarse o juntarse: los bancos y muritos de la plaza con tertulias interminables, las sillas de chapa de afuera del Progreso que hasta hoy dejaron la huella de sus respaldos en la pared del frente del Club, y la “quinta”. Y las “juntas” o reuniones, eran sobretodo para hablar. Horas pasábamos conversando. Ja ja ja… arreglábamos el mundo, nosostros…
Así, pasaron años y generaciones. Allí se formaron y deshicieron parejas y líos. Allí caíamos apenas almorzados y nos íbamos cuando picaba nuevamente el hambre. Luego, regresábamos a esperar la madrugada “desculando hormigas” como decía mi padre.
A veces, éramos pocos, pero la mayor parte del tiempo no bajábamos de la veintena de gurises de jolgorio. Y a estas reuniones no era raro que se acercaran muchos personajes. Quienes recuerdo iban con mayor asiduidad eran “Carlitos”, “Varelita”, y “Palito Ortega”.
Este tal “Palito”, era un muchacho con problemas mentales, uno de esos “locos buenos” que no son mentalmente normales, pero totalmente inofensivos, dueño de una inocencia y un candor que se ganaba el cariño de todos, a pesar de las crueles “tomaduras de pelo” que le hacíamos.
“Palito” era de Rocha. Llegó a Treinta y Tres con su familia, ya que su padre, según recuerdo. Trabajaba en una arrocera de la zona. Este muchacho –estoy seguro que muchos lo recordarán-, era alguien que le gustaba ser el centro de la atención, y para ello había desarrollado en su psiquis la posibilidad de convertirse en casi cualquier personaje de las revistas o la televisión. Había comenzado por intentar cantar como Palito Ortega, y de ahí su sobrenombre, pero con el correr del tiempo fue “El Hombre Nuclear”, el flaco de los Cartwrigth, de Bonanza, Tarzán, Batman, Superman y el Hombre Araña, entre otros.
Por esa época también –estamos hablando de la época final de la dictadura duarante la cual a la policía se le respetaba y temía- había llegado al pueblo procedente de Melo un funcionario policial que se destacaba por su intransigencia y, hablando en criollo, por su “mala leche”. A pesar que Treinta y Tres en esa época era un pueblo más chico que ahora y donde entonces sí que nos conocíamos todos, él no permitía reuniones de más de dos o tres gurises, y además si te agarraba sin la cédula aún en la puerta de tu casa, te llevaba detenido.
Por supuesto que aunque temíamos su llegada, le dábamos la poca bolilla que le correspondía, así que las reuniones no faltaban y las disparadas tampoco cuando veíamos aparecer los uniformes azules cruzando la plaza, por las dudas que fuera él.
Y una tarde de domingo de primavera estábamos una barra en la quinta, perdiendo el tiempo, cuando aparece “Palito” a acortarnos la tarde. Entre bromas y risas, le pedimos que hiciera sus imitaciones, lo que comenzó a hacer de inmediato, arrancando con Superman, y luego el Hombre Nuclear. Hasta el ruidito hacía junto a los gestos en cámara lenta: tac tac tac… me parece verlo.
A raíz de ello, se fue juntando cada vez más gente en la esquina, hasta que se conformó un extenso auditorio de una cincuentena de personas, y “Palito”, a mayor cantidad de espectadores, más detalles le incorporaba a sus personajes, él parado en el “balcón” del Banco, de espaldas al gran ventanal enrejado, y nosotros, su público, aplaudiendo desde la vereda misma del Banco, y desde la de la plaza otros.


En el momento que comienza a personificar al “Hombre Araña”, saltando y agachándose para tomar impulso en la posición característica del personaje, alguien de los presentes se percata que aprovechando nuestra distracción ante el espectáculo, nos habían rodeado algunos policías comandados por el oficial mencionado, con la idea de cortar la reunión y detener al causante de tanta aglomeración de gente. Y ese alguien gritó avisando:


- “Los miliiicoooos…”


Y se produjeron tres reacciones bien diferentes, pero complementarias. El público (nosotros) atinamos a intentar la huída. Los policías, se adelantaron hacia el improvisado escenario para capturar al que consideraban causante del alboroto (“Palito”), y éste, sin pensarlo, y directamente desde su posición agachado, dio un salto y trepó un par de metros de altura de la reja del banco.
A la vista de ello, los policías le gritaban que bajara de la reja, mientras que “Palito”, fiel a su personaje, se sujetaba de la misma con una sola mano mientras quebraba la muñeca de la otra imaginando que les lanzaba una tela de araña a quienes quierían capturarlo, mientras gritaba:


- “zassss, zassss, zassss!!!”

Solamente con la promesa (que cumplieron) de que no lo iban a llevar preso lograron que el Hombre Araña descendiera de la reja. Lo que si se llevaron los milicos, fueron las carcajadas de los presentes que ante la inesperada escena real, hasta nos habíamos olvidado de disparar.