jueves, 25 de junio de 2020

Escudo Departamental de 33

La descripción de su creador


        
Fotografía del escudo publicado en la revista del 75 aniversario del Colegio. A su pie, indica: Es el símbolo de este solar olimareño, creación del ex alumno Dr. José Gorosito Tanco, conocido poeta de fina sensibilidad. A su delicado gusto amigo debemos el poder engalanar nuestras páginas con esta hermosa realización suya.



    El polifacético José Gorosito Tanco, médico, poeta, profesor, político, artista, tiene entre sus incontables méritos el haber sido el creador no del escudo y de la letra del himno de Treinta y Tres, su lugar natal al cual profesaba, según definición de contemporáneos que le conocieron, verdadera devoción y cariño.

                                                       Habiendo nacido en las cercanías de la ciudad, en Olimar Grande, en el hogar de Tolentino Gorosito y Gregoria Tanco, en agosto de 1899, creció con el siglo, haciendo sus primeras letras en el Colegio Santa Catalina de Sena de nuestra ciudad, en ese entonces de las Hermanas Domínicas, cultivando el tiempo que su intelecto una profunda fe católica que le acompañaría por el resto de su vida.
                                                     Cuando esa institución cumplió sus 75 años, en 1955, se realizó una publicación conmemorativa de la cual participó en su calidad de ex alumno, con un trabajo explicativo acerca del diseño y heráldica del mencionado escudo de su creación, que transcribimos a continuación y que tituló:



Nuestro escudo regional


El lema aplicado, alusivamente, lo condensa y lo signa: “Mañana, flor de los ayeres”.
He ahí la síntesis de su biología. Sentido. Símbolo.

Mañana: acaecer luminoso. Sol naciendo en su oriente; Este promisorio de nuestro pago. Advenimiento de prósperas conquistas, fecundas esperanzas y dones de labor, paz y progreso.
Flor (en la agreste del ceibo): tributo a la placidez y a la belleza fragante de nuestros montes. Filialismo a la tierra natal. Devoción a lo nuestro. Gauchicidad. Homenaje al angélico Dionisio Dïaz; a su sangre de aromas.
Ayeres: prócer pasado. Raíces; en liturgias de limo, beatitud de la tierra o en ásperas eclampsias redentoras por la luz, por el agua y por el aire de las altas esencias: libertad, humanismo.
Ayeres: autoctonía fiera. Brava conquista. Independencia intrépida. Después… surco fecundo hacia destino ubérrimo. Paso adelante.
“Mañana, flor de los ayeres”

 Blasón
 Su heráldica es sencilla.
Un cuartel superior: alegoría geográfica. ESTE de Treinta y Tres. EXTREMO ORIENTE del país que, a su vez, se llama República ORIENTAL. Sol naciente -en oro- besado por las olas de la Laguna Merín –azur y blanco- plasmando así ese bello retazo de Patria en su atributo emblemático más alegórico y emocional: la bandera: sol, azur, blanco.
El el ángulo básico del campo, ritual, típico símbolo de esa región: un “terromote” indio –arachán alarido- con dos flechas cruzadas y abatidas. Cruzadas y abatidas bajo la empuñadura de una tizona (a la que las alas le ciñe la Cruz del misionero) pregonan nuestras étnicas raíces: autoctonía aborigen, hispánica epopeya.
Aurea fimbria basal alegoriza extensos arenales de playas promisorias; ariscas de soledad, casi ignoradas, virginales aún, en su edénico hechizo.
Un cuartel inferior (en la punta del escudo): alegoría espiritual del predio solariego. Homenaje a sus afanes, a su amor, a su civilidad. Por eso sus tres ríos –“caminos que andan”- deben estar ahí en incomparable tertulia y trilogía de paisaje, feracidad y mansedumbre. Y lo están. Con aules de ese tríptico de ceibo, flor nacional. Tres ríos tutelares, “temblando en la memoria” Tacuarí, Cebollatí. Entre los dos –proceridad, afecto-, nuestro viejo y amado río Olimar, el verdaderamente autóctono del pago, enteramente nuestro, cuyo gracioso rumbo se ha intentando copiar en el tallo, apenas serpenteante, del símbolo floral.
Y en fin, ante la concreción vital de este blasón, ¿Qué otra figura se hubiera podido plasmar, ahí, en esa contrabanda, a no ser la majestad del lienzo de Blanes o un gajo mirtáceo de “La Leyenda Patria”, para simbolizar con el esquema rancio y austero de la heráldica, la desbordante escenidad de un hecho histórico- tal vez el más trascendente de nuestra emancipación- cuyo señorío de advocación es para Treinta y Tres providencia de génesis y galardón de su nombre?
Treinta y Tres es alabanza viva de la cifra que nombra. Sus calles y sus plazas tenaces pregoneros de hazaña tan gigante y de tan victoriosos paladines.
Cuando uno dice Treinta y Tres hinca la rodilla ante la historia. Saborea en alma y labios esta miel: Patria.
Treinta y Tres mantiene alta y desvelada aquella cifra majestática, aquella titánica aventura, aquella consigna de jaguares.
Broten, pues, con su magia espectral de braveza, de gloria, de vertical tributo, esas treinta y tres lanzas de media luna –lises de plata- sobre el oro radiante de la augural ribera.
Empero, además, el lema concordante que fundamente la efigie del escudo constituye, según creemos, divisa cabal del sello nativista –geografía y numen- con que hemos anhelado sintetizar su predicamento telúrico en el mapa del mundo, en el antifonario del pasado y en el cordial acervo de las almas criollas: “Treinta y Tres es el pago más oriental”.
José Gorosito Tanco