jueves, 5 de septiembre de 2013

En las noches de invierno...

Nostalgias treintaitresinas



                                                     
Un color, un paisaje, un sonido, un aroma, un roce… en fin, casi cualquier cosa, en cualquier momento, nos hace asomar a la nostalgia abriendo la puerta de los recuerdos.
A veces tiñe de gris el ánimo y estimula una profunda tristeza difícil de resignar, pero en ocasiones, en mi caso casi siempre, dibuja una sonrisa en la cara y nos alegra el corazón.
La “noche de la nostalgia”, celebrada e institucionalizada simbólicamente en la noche del 24 de agosto, se ha convertido desde hace ya algunos años para los uruguayos en la oportunidad en que mayor cantidad de personas deja de lado otras actividades para salir de fiesta y boliches y baile.
                    Ante el advenimiento, en pocos días nomás, de una nueva edición de ese evento, y cuando apenas se empiezan a conocer en nuestro medio las diferentes propuestas que habrán de presentarse, la sola mención del hecho disparó mi pensamiento hacia mis propios recuerdos de tiempos idos, de viejos bailes, eternos amigos, frustradas pasiones e inolvidables amores.
              Y cual reflexión común a todos aquellos que ya hemos “doblado el codo” de la primera juventud, la nostalgia se convierte cada vez más en añoranza, evocando situaciones, anécdotas y personas. Y entre estos recuerdos –no necesariamente de bailes y fiestas-, se materializan los amigos de todas las horas, las anécdotas comunes, y los personajes de la época.
         Y hablando de personajes, ¿quién no recuerda, por ejemplo, a “Carlitos” con su eterna sonrisa contagiosa y su impecable traje negro, bailando y moviéndose sin ritmo en las pistas del Progreso o del Democrático en los “bailes oficiales”?
¿Cómo no recordar al “Flaco” Armendáriz filosofando con su eterno mate, al propio “Cabito” con su silbido o al “Canillita Cantor” Pereira que religiosamente todos los sábados antes del baile nos lustraba los zapatos al ritmo de algún tango a viva voz elegido según su propio estado de ánimo?
              Y va paso a paso la memoria abriendo puertas, y aparecen clarito en el London de principios de los 80 Jesús “levantando” quiniela quejumbroso siempre porque nunca nadie que le hubiera jugado a él acertó, el “Pito Pito” que según recuerdo era sordomudo pero se hacía entender con sonidos guturales e inclusive algunos carnavales subió al tablado intentando cantar, “Juan Velorio” y Eduardo “Lalo” Cabrera, cuya cercanía familiar con nuestro círculo de amistades les convertía más en cómplices que en objetivo de chanzas.
                Como olvidar a “Varelita” (Juan Walter Rodríguez) pintor de brocha gorda de quien contaban que en una oportunidad le habían contratado para pintar un living y lo hizo con tanta eficiencia que pintó también cuadros, sillones y alfombra “porque no le habían dicho que no eran para dejar como estaban”.  Realizaba una excelente imitación de la forma de hablar de Wilson Ferreira Aldunate, y en plena dictadura, cuando éste se dirigía a la gente desde el exterior en “cassetes” que se ingresaban de contrabando, “Varelita” memorizaba pasajes de ellos y erguido en el monumento de la plaza o en el muro del banco Hipotecario los recitaba a viva voz, lo que varias veces hizo que le llevaran preso.
               Sería imposible olvidar a “Nacha” Ubilla de Almeida, funcionaria de la ONDA quien según sus propias palabras tenía campo “afuera, en campaña” y de quien sobreviven tantas simpáticas anécdotas, más o menos exageradas por el tiempo, pero con base absolutamente verídica, como la que narró hace tiempo el profesor Luis Víctor Anastasía –a quien sus amigos apodaban “Lobo”, cuando en una oportunidad compró un pasaje para Montevideo y lo dejó olvidado sobre el mostrador y se fue hacia su casa. “Nacha” se dio cuenta y le salió persiguiendo, lo vió como a media cuadra en la bajada de Pablo Zufriategui y apuró el paso gritándole: “Señor Zorro!!!  Señor Zorro!!!”  Cuando llegó hasta él con el aliento entrecortado y tendiéndole el billete, Anastasía tras agradecer la gentileza le informó: “a mi me dicen Lobo, no zorro…”, a lo que prontamente ella respondió: “Ah, disculpe… ¡¡me equivoqué de bicho!!!
Injusto sería también soslayar el recuerdo de Baladán. ¿quién no ha oído alguna vez la frase “-Pique, pique, que es pa’ Izmendi, dijo Baladán”?





                     Pío María Baladán Franco, nativo de “El Avestruz” vivía en el barrio Tanco cuando le conocí, en el repecho de Pablo Zufriategui hacia la “Plaza de las Américas”. Ya era un hombre entrado en años. Amigo de algunos, conocido de todos, “gurisero” como pocos, su honestidad y buena disposición le ganaron la confianza de muchos que le encargaban pequeños mandados o trabajos manuales que le permitían ganar su sustento. Su inconfundible carcajada escandalosa, su baja estatura y particular forma de caminar con el cuerpo hacia un lado, le valieron no pocas bromas. Hombre gracioso, de hablar singular, muy trabajador y obediente, una vez alguien le propuso que le acompañara a campaña que tenía que hacer unos trabajos con el ganado, y él, por supuesto, concurrió. Cuando llegaron a la mañana, el dueño de casa junto a un par de ayudantes que tenía ensillaron y salieron al campo a juntar la hacienda, dejando a Baladán de casero para picar leña y prender la cocina, y le dijo: “cuando terminés, no cocines, pero dejá peladas algunas verduras para el ensopado”. Cuando volvieron cerca del mediodía Baladán estaba terminando de pelar las últimas papas de una bolsa de 30 kilos que habían llevado esa mañana.

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                     Seguramente, muchos más memoriosos que yo recordarán cientos de anécdotas que construyeron esa magia olimareña que nos da identidad y que forma parte de la nostalgia.  A pesar de nuestra corta edad como ciudad, siempre hemos tenido los treintaitresinos muy buenos narradores orales y escritos. No hay reunión –estoy seguro- que compartan dos olimareños donde no se saque a relucir alguna que deja perplejos a quienes no son del pueblo ni han vivido en él. Y contadores, anécdotas y bromistas, sin dudas ha habido en todas las épocas de nuestra ciudad. Desde los famosos Quijano, bromista sin igual o el cura Pererey de principios del siglo pasado, hasta la broma quizá más famosa de los 80 que hasta fue noticia en los diarios de la capital, Treinta y Tres ha cosechado un vasto anecdotario, a tal punto que varias autores han publicado libros con ellas (Luciano Obaldía, Serafín García, Julio Da Rosa, José Maria Obaldía, Lucio Muniz y tantos otros), y aún quedan muchísimas más únicamente en la memoria popular
                           Habría que intentar rescatar las más viejas al menos, aquellas que el inexorable paso del tiempo se encarga de extinguir junto a los hombres y mujeres que las protagonizaron. Como por ejemplo las anécdotas que se cuentan del respetado doctor Percovich, que son muchas y no hay certeza que sean verídicas o simples cuentos asignados, generadas casi siempre a raíz de su fastidio por evacuar consultas médicas fuera de su horario y lugar de trabajo. Hablando en criollo, odiaba que le “garronearan” consultas en sus horas libres. Hay dos al menos, que le pintan magistralmente. En una ocasión, estaba tal cual era su costumbre tomando el aperitivo a la nochecita con unos amigos, y se acerca una señora preocupada porque su marido había tomado por equivocación un vaso de kerosén, preguntándole que hacía, y Percovich, tras chasquear la lengua saboreando un trago le contestó: “póngale una mecha atrás y tiene farol para toda la noche” … o en otra ocasión que alguien lo paró en la calle preguntándole si le daba algo para la diarrea que lo traía a mal traer, y el médico sin decir una palabra echó mano al bolsillo, tomó su lapicera y un librillo de recetas y escribió: 20 rollos de papel higiénico.

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                          En fin, existen tantos dichos  y anécdotas que conforman una lista casi interminable.
                      Le sigo haciendo caso a las alas de la nostalgia, y en su vuelo rememoro cuentos del viejo Yaro´s, o de Correa, taximetrista de la parada de la plaza a quien le decíamos el “Siete Colores” por los distintos tonos de pintura de su viejo Ford 8 del 50 que la mayor parte de las veces debía arrancarlo a manija. O del panchero Rey, verdadero empresario del ramo que si bien tenía tres o cuatro “pancheras” sucursales, si no te alcanzaba la plata para un pancho entero te vendía medio.
          Se mezclan en mi recuerdo cual la biblia y el calefón de Cambalache las prestigiosas actividades culturales lideradas por el Ateneo con el “Nego-nego” desfilando para Reina de la Primavera envuelto en una sábana a modo de toga;  “Charly” llevando manta térmica en pleno enero a la playa del Olimar para recostarse en ella a tomar sol y las edificantes charlas del “Presidente” Perdomo o de “Situación” Dalessandro; el tintineo que acompañana al “Negro de la Lata” y  las ruedas de café a la siesta donde los prohombres del pueblo hacían negocios e intercambio de información.
                    “No se si te va a gustar dijo María Olmos”, “No puedo irme ni quedarme, dijo el Rapay”, o la famosa frase de don Eustaquio contestándole a Pinho en tiempos más puritanos “yo aprendí a bailar en los quilombos”, y tantas otras frases o situaciones son parte también de esos recuerdos.

                      ¡Si quedarán cosas en el tintero!!! Vivencias e historias de algunos que siguen entre nosotros y otros que ya no están, pero que sin dudas, su recuerdo llena de ternura y puebla de evocaciones a quienes les conocimos y aún sigue indeleble en la memoria treintaitresina, muchas cosas verídicas, pero la mayoría exageradas o tergiversadas por el boca a boca popular, que como decía Lacuesta Denis… “es un hecho históóóricooo…”

 Publicado originalmente en "Panorama 33" del mes de Julio de 2013