lunes, 14 de junio de 2021

Pelicula sobre Dionisio Dïaz, de Carlos Alonso

Un hito en la cinematografía nacional


                                        La película “El pequeño héroe del arroyo del Oro”, calificada en perspectiva histórica como “el único gran éxito taquillero de la cinematografía uruguaya”, y por muchos críticos especializados además considerada “el primer éxito cinematográfico de la historia en el sur del continente”, constituye además el primer ejemplo fílmico nacional verdaderamente popular, ayudado indudablemente por la notoriedad del hecho que lo motiva, y según los críticos de épocas modernas, por ser también la primer película que a través de su sencillez y carencias técnicas, “encierra un hasta entonces no gustado sabor de tierra nativa”, comparándolo con los ejemplos fílmicos de la época, que se constituyen básicamente por documentales e informativas.

                                        Como vimos en forma muy genérica en un artículo anterior de este mismo blog, el film fue realizado por el incansable Carlos Alonso, emprendedor personaje radicado en nuestro medio desde hacía un par de décadas, quien fuertemente impresionado con el suceso, encaró el propósito de elaborar una obra con la cual pudiera dar a conocer a la mayor cantidad de gente posible, el acto de heroísmo del niño gaucho que falleciera trágicamente, en el camino a Treinta y tres casi frente mismo a su domicilio.

                                        Alonso, sin ninguna experiencia previa en cinematografía ni en artes escénicas, apenas acallados los primeros ecos de la tragedia, se abocó a la tarea de plasmar su idea de recoger en una película los detalles del acontecimiento, poniéndose en contacto con la casa “Max Glucksman”, empresa que se dedicaba a la parte técnica/industrial del proyecto.

                                        En una nota de prensa del diario capitalino “El País” donde se anuncia “el próximo comienzo del proyecto de filme nacional”, el autor indica que “la aureola de gloria en que quedó envuelto Dionisio, aquel niño de destino trágico del Arroyo del Oro ha de tener dentro de poco una nueva exteriorización”, resaltando que “servirá de fundamento artístico para la obra la narración de la tragedia que hiciera nuestro compañero Pedro de Santillana”. Pedro de Santillana, aclaramos, era el seudónimo periodístico que usaba el periodista capitalino José Flores Sánchez, quien en una carta cuya copia adjuntamos, firmó en diciembre de 1931 la autorización correspondiente para que Alonso pudiera usar y adaptar “el relato del que soy autor” para la película que se filmará, renunciando además a “percibir remuneración alguna por derechos de autor”.


                                        Así, de esa manera, según los testimonios que se conservan en un completo libro de recortes de prensa de la época conservado por su nieto Juan Carlos Silvera Alonso, hoy residente en Canadá y quien amablemente nos lo compartió en forma virtual, comienza el intenso trabajo que significó la concreción del proyecto.

                                        Alonso se encargó personalmente, de la mayoría de los cientos de detalles que debían atenderse en un proyecto de esta magnitud. Consta también en el mencionado libro de recortes y recuerdos, por ejemplo, las boletas de préstamo y devolución correspondientes de elementos y uniformes policiales usados en la filmación, que fueron conseguidos en la Policía de Montevideo, procurando con cada detalle mantener la mayor rigurosidad estética posible. Como dato anecdótico, ese documento nos permite saber que para la filmación se usaron: dos gorras de gabardina verde, cuatro pares de botas caoba, cuatro uniformes de gabardina verde, y cuatro juegos de corretajes caoba.

                                        También los actores que protagonizaron el film interpretando los distintos personajes, fueron convocados personalmente por Alonso. Ariel Adonis Severino, de apenas 11 años de edad, fue el encargado de dar vida al personaje central de la historia, Dionisio, y la niña Hilda Quinteros es quien personifica a su hermana Marina. En otro de los papeles principales, estuvo el luego reconocido actor, director, escritor y gran locutor Alberto Candeau, entonces jovencísimo que representó a Eduardo Fasciolo, la bella Celina Sánchez en el papel de Luisa, la madre del protagonista y Vicente Rivero, encarnando al loco y malvado abuelo.

                                            La trama, en líneas generales, sigue fielmente el relato construido por Flores Sánchez, el primer cronista, autor del primer libro escrito sobre el tema, que sin duda se trata del hecho novelado por un periodista del crimen, que se convirtió en leyenda y no de la narración histórica y probada, de la cual después, en el correr del tiempo han aparecido nuevas luces y sombras.

                                            El film fue filmado -según las crónicas de la época-, en su mayor parte en nuestro departamento, ocasión que aprovechó Alonso, ya que contaba con los medios técnicos y con el personal indicado, para realizar tomas de muchos de los paisajes rurales y urbanos de Treinta y Tres, con cuyas imágenes, además, confeccionó una película documental que tituló “El Departamento de Treinta y Tres”, y que en las posteriores exhibiciones se presentaban como un programa completo, en primera función el documental y como broche la película.





                                            La película a nivel nacional fue estrenada en proyección privada por invitación en el cine Rex Theater el domingo 13 de marzo de 1932, mientras que en nuestro medio se realizó la presentación pública en la sala del Teatro Municipal, en la noche del viernes 15 de abril del mismo año, como lo anuncia el programa adjunto, sesión a la que concurrieron 273 espectadores a un costo individual de un peso la entrada, según se puede discernir del recibo de pago de los impuestos correspondientes, que también publicamos en esta misma página.

                                            En épocas de su estreno, “El niño héroe del Arroyo del Oro” fue una película muda, que a la usanza de entonces, en los momentos culmines de la trama, se publicaba una placa con los diálogos. Esta característica sin dudas destacaba la labor actoral del elenco, quienes debían hacer comprender a los espectadores todos los sentimientos por los que atravesaban los protagonistas, tanto en los momentos felices, como en los dramáticos, tristes o simplemente rayanos con la locura, en el caso del “viejo”. Muchos años después de su estreno, no se conoce la fecha a ciencia cierta, se le agregó sonido a la filmación original, anexando diálogos, música y sonidos ambiente que mejoraban notoriamente la producción, pero sufriendo como consecuencia la supresión de los letreros intercalados. La película se exhibió regularmente en todo el país, hasta los años cincuenta, cuando ante el fallecimiento de su gestor e impulsor, abandona el circuito de salas comerciales de todo el país, principalmente del interior, donde era programa habitual.


El periplo y su recuperación


                                            Tras el fallecimiento de Carlos Alonso, en 1953, según una crónica realizada por José Carlos Alvarez de Cinemateca Uruguaya, la familia del autor entrega el film para su comercialización a la empresa Remates Sarandí, junto a otras sesenta latas de películas que contenían el resto de su obra cinematográfica, entre la cual se destacan documentales de casi todos los departamentos del interior del país, filmados todos en la década de 1930, y la fusión de partes de ellos que conformaban una película de largometraje que Alonso había titulado “Mi madre patria”, y que también tuvo mucha aceptación del público, y recorrió en muchas oportunidades las salas cinematográficas nacionales.

                                                Siempre según la versión de Cinemateca, toda la obra desaparece de esa casa comercial en el año 1954 “sin dejar rastros”, habiéndose conocido versiones en el sentido que la película había sido traída a Treinta y Tres por su viuda, pero hoy sabemos que esto no es correcto, en primer lugar porque Alonso era viudo desde el nacimiento de su segunda hija, muchos años antes, y segundo porque un acervo de esa magnitud habría ameritado al menos una mención en alguno de os periódicos ocales de la época, y no hay registros de ello. 

                                                    Alvarez, además, sostiene que “trece años después, en la feria de Tristán Narvaja, se ubican algunas ajadas fotos de la película y por esa vía se llega hasta el Cerrito de la Victoria, donde en un rancho se descubren un par de rollos del negativo” de la versión muda, sin conseguirse más noticias de resto de la película ni de los demás rollos, ni siquiera otras pistas, y “por entonces e da por definitivamente perdido el resto del film”.

                                                    Más adelante en su relato, el jerarca de Cinemateca cuenta que a fines de 1974 tuvieron conocimiento que una de las hijas de Alonso, que vivía en Montevideo, probablemente tuviera una copia de la película, que se recupera a mediados de 1975, “prácticamente como una masa herrumbrosa de celuloide en proceso de descomposición, con latas perforadas y deterioradas y nitrato a punto de producir combustión espontánea”.

                                                    En este proceso de búsqueda y recuperación del film en la que colaboran Cinemateca Uruguaya y Cine Arte del Sodre, se logra finalmente recuperar la totalidad de la imagen, utilizando parte de negativos y parte de copia positiva. Se perdieron, sin embargo, la banda sonora (nunca se recuperó el negativo de sonido) y también los letreros de la primera versión muda original. “Milagrosamente, culmina el informe técnico, las imágenes así restauradas de la película, mantienen casi siempre la calidad fotográfica original salvo en los últimos diez minutos, cuya restauración en un primer momento pareció imposible de lograr”. 

                                                    En la Dirección de Cultura, seguramente cedida por Cinemateca Uruguaya, existe una copia de la película restaurada, que en su parte inicial tiene, además, imágenes de aquel primer documental que siempre le acompañaba en sus giras de exhibición en el interior del país.


sábado, 12 de junio de 2021

Ejemplo de Berro y Saravia

Enemigos en la guerra, juntos en la paz

  




Hasta finales del siglo XIX, la Villa de los Treinta y Tres creada por decreto en 1853,había pasado en escasos 40 años a ser capital de un nuevo departamento y nuclear una población urbana que superaba los 5 mil habitantes, siendo casi una quinta parte de ellos extranjeros, fundamentalmente brasileros, españoles, italianos y franceses.

La evolución del pueblo fue auspiciosa desde sus inicios, principalmente a impulso de los inmigrantes europeos  que encontraron en la localidad campo fértil para el desarrollo de las actividades comerciales, y que constituyeron el motor determinante de las primeras conquistas  traducidas en mejoras y adelantos para la Villa.

Aun a riesgo de olvidar varios, sólo al pasar habría que recordar españoles como Palacios, Urrutia, Salvarrey, Basaldúa, a los italianos Perinetti, Pomatta, Tanco, Bulgarelli o los franceses Hontou, Bodean, Arnaud y tantos más.

En esos mismos cuarenta y tantos años de vida desde su creación, Treinta y Tres no había sido ajena a las desestabilizaciones de los tiempos de guerra, ya que en ese período se habían sucedido no menos de una cincuentena de revoluciones, motines o levantamientos en contra a los gobiernos establecidos, ni tampoco al desarrollo de las revoluciones o guerras civiles del tan cercano Rio Grande del Sur, en Brasil. Pero sin lugar a dudas, la historia lo prueba, pocas veces se vio conmocionada la plaza local con hechos relacionados a estos sucesos.

En esos últimos años, fundamentalmente desde  la creación del departamento en 1884, se habían intercalado en el máximo cargo político departamental representantes del partido Colorado dominante en el país, representado por los militares Manuel Rodríguez, Lino Arroyo y Antonio Pigurinas, exceptuando el período comprendido entre el 87 al 90 en que Máximo Tajes nombra a Agustín de Urtubey como Jefe Político y de Policía de Treinta y Tres.

La llegada al gobierno de Julio Herrera y Obes, trae como consecuencia el nombramiento de otro colorado en ese puesto, Joaquín Suárez Ximénez, y es el período de mayor enfrentamiento entre blancos y colorados en la cotidianeidad de la villa. Suarez acusa a Urtubey de malversación de fondos, Urtubey lo lleva a juicio por injurias; en octubre del 91 las actuaciones de la policía de Suarez ante Urtubey y sus simpatizantes es cuando menos “incorrecta y tendenciosa”, y aun al ser sustituido Suarez por Robidio primero y Pan después, la brecha continuaba abierta.

En ese estado de cosas encuentra a Treinta y Tres -en el año de 1896- el primer alzamiento de Aparicio Saravia, y aunque los caudillos olimareños no llegan a unirse a la asonada, los ánimos se caldean y se producen apoyos a la revolución de varios tipos. Al año siguiente, apenas vuelve a levantarse Saravia en marzo, el Comandante Bernardo Berro, por entonces Comisario de la policía olimareña, reúne sus propios hijos y algunos seguidores, y sumándose al grupo convocado por Urtubey en su estancia ubicada a escasas 4 leguas del pueblo, conforman la 3° División revolucionaria, comúnmente llamada la “División Treinta y Tres”, que el 13 de marzo se incorpora con 100 hombres a la columna comandada por Aparicio Saravia. El Jefe de la División 33 blanca fue en los primeros tiempos el veterano Coronel Urtubey, quien luego fue capturado, pasando ésta a ser comandada por su Segundo Jefe, el Coronel Bernardo Berro hasta el final de las hostilidades.

Coronel Agustín Cecilio de Urtubey Estrada, nació el 21 de noviembre de 1822, hijo del constituyente Agustín de Urtubey Farías y de Concepción Estrada y Viana, Hombre en la paz dedicado a su establecimiento rural de la sexta sección del departamento, apenas con residencia ocasional en la ciudad capital, fue sin embargo uno de los referentes del partido nacional, fundando incluso un periódico y convocando para dirigirlo a su pariente Javier de Viana en 1890, para intentar contrarrestar la prédica política que realizaba el escribano Urrutia desde las páginas de su publicación “La Paz”.


Fue Diputado por el departamento de Minas en la 9ª legislatura, de 1861 a 1864, Jefe Político y de Policía de Cerro Largo entre 1875 y 1880  y más tarde es nombrado Jefe Político y de Policía de Treinta y Tres en julio de 1887, (el tercero luego de la creación del departamento en 1884, sucediendo a Lino Arroyo), extendiéndose su mandato hasta marzo de 1890.

Abrazó la carrera de las armas a los 2º años, en 1842, en el departamento de Cerro Largo y a órdenes del comandante Joaquín Diego Pereyra, batallando al siguiente año en los numerosos encuentros que el general Burgueño tuvo con el general Rivera en las inmediaciones de Santa Lucía Chico.

Pocos meses después, Urtubey figuraba en las tropas que vencieron al coronel Camacho, entre las que se encontraban la División Florida y los jefes Burgueño y Dionisio Coronel. En los años sucesivos, siguió prestando sus servicios a las órdenes del comandante Pereyra, haciendo una azarosa, cruenta y larga campaña. Se encontró en el Sitio de Minas, en el que fue rechazado el general Rivera tras tenaz resistencia. Participó en la batalla de India Muerta, una de las más sangrientas de nuestras luchas civiles.

En la campaña de 1851 tomó activa parte, desempeñando importantes comisiones –como la conducción de comunicaciones- para el general Oribe, con inminente riesgo de su vida.

En la revolución armada contra el gobierno de Giró, Urtubey, ya capitán, reunió tropas en Minas y se dispuso para la ofensiva. A poco, resolvió órdenes de disolver sus fuerzas, debido al triunfo de los revolucionarios. Promovida la reacción a favor del gobierno de Giró, el capitán Urtubey, comisionado por el coronel Lamas, entrevistó a algunos jefes de prestigio y preparó la reunión de tropas, trabajos que fracasaron por el sometimiento de las fuerzas revolucionarias del Norte.

En la revolución contra el presidente Bustamante, Urtubey militó entre los defensores del poder constituido, en calidad de ayudante del general Oribe.

En la contienda iniciada en 1857, a órdenes del coronel Moreno, tomó parte en la acción de Cagancha; prestó sus servicios durante toda la administración de Berro, en la que fue investido del grado de teniente coronel, y por consiguiente en la guerra de Flores, que terminó con el sitio a Paysandú y la muerte de Leandro Gómez.

Como jefe superior de la división de Minas, militó en la campaña de 1870 con el general Timoteo Aparicio, batiéndose en Severino, Corralito, Sauce y Manantiales; reunió nuevamente tropas al producirse el movimiento del Quebracho en el 86, herido en Rocha, se internó en Brasil.

La 3° División Revolucionaria, entonces, tiene su bautismo de fuego casi de inmediato, participando en Arbolito., en el flanco izquierdo apoyando al comandante Mena, y en el fragor de la batalla, a Berro le matan el caballo en el momento de ordenarse la retirada por falta de municiones, regresando a la posición del Jefe de la misma, Urtubey, para quien esa batalla será la última acción en el campo de guerra.  En ese lugar, se entera de la muerte de “Chiquito”, y comprueba que sus hijos Carlos, Pedro y Teodoro, que le acompañan, resultaron ilesos.

Bernardo Gervasio Berro Bustamante, era casi 20 años más joven, nacido en 1840. Vástago también de una familia patricia, hijo del Presidente Bernardo Prudencio Berro y sobrino nieto del presbítero Dámaso Antonio Larrañaga. También desde muy joven toma las armas; a los 18 años tiene su bautismo de fuego en el levantamiento del General César Díaz que culmina con la conocida como “hecatombe de Quinteros”, y continúa algunos años más en la actividad militar, la que cesa luego de la victoria de Venancio Flores en el 65 y antes de la campaña de la Triple Alianza.

Tras el asesinato de su padre en 1868, se radica en Buenos Aires donde se dedica al comercio, ya casado con Jacinta Antuña y donde nacen algunos de sus hijos. Retorna a Uruguay y viene a Treinta y Tres en el año de 1877, como administrador de la Sociedad Pastoril Cebollatí, un emprendimiento de 18 suertes de estancia en las costas del Cebollatí y la Laguna Merín, aunque ubica su hogar familiar en la joven ciudad de Treinta y Tres donde nace el resto de su prole.

Bajo la Jefatura Política de Urtubey, Berro acepta formar parte de los cuadros policiales, volviendo a usufructuar un cargo similar luego de la gestión de Suárez, y llega a ser comisario de la 3ª. Sección de Treinta y Tres, y más tarde integrante de la escolta del propio Jefe Político, a pesar de ser de partidos diferentes. Estando en ese cargo lo encuentra la revolución del 97, que abandona para unirse a Saravia.

 

En las filas de enfrente,  como es sabido, uno de los hermanos colorados de Aparicio Saravia, radicado en el departamento de Treinta y Tres y con un prestigio de caudillo en ascenso cada vez más afianzado, de la misma manera había reunido sus simpatizantes para ponerse a la orden del ejército regular, y también mostrando su importante compromiso con la causa que defiende, permite a sus hijos mayores acompañarle a la guerra.

 

Basilicio Saravia Da Rosa, el menor en edad de los personajes de que nos ocupamos hoy, había nacido en 1853, según la tradición familiar en nuestro país, según la documentación bautismal en “Arroio Grande”, en el estado de Río Grande del Sur.  Era el segundo hijo del matrimonio conformado por Francisco Saravia (Chico) y Propicia Da Rosa, y como es sabido, hermano de Aparicio, “Chiquito” y Francisco  entre otros, por nombrar solo los combatientes en las fuerzas revolucionarias, al frente de los cuales combatió cada vez que el gobierno lo llamó a la batalla.

Gran comerciante, poderoso productor pecuario que llegó a poseer unas 30 mil cuadras pobladas. A partir de 1894, Basilicio comenzó a desarrollar una intensa actividad política. Organizó la opinión colorada de la zona de Cerro Largo y Treinta y Tres, convocando asambleas y hablando en actos públicos, sentando imagen de caudillo y acrecentando su  influencia. En el 1897 Basilicio fue convocado al Ejército y se le otorgó el grado de teniente coronel de Guardias Nacionales. El Jefe político y comandante militar de 33, Angel Casalla, lo puso al frente de media división del departamento, mientras la otra quedaba al mando de Gabriel Trelles; hizo toda la campaña acompañado por sus cinco hijos varones de más edad. En el mes de junio, ya firmada la paz, fue designado Jefe Político y de Policía de Treinta y Tres y es quien entrega “el departamento” a los blancos cumpliendo la condición del acuerdo, nombrándose en el cargo a Bernardo G. Berro tras un par de meses en que lo ocupó Areco.

Tras la guerra del 4, vuelve Basilicio a ocupar nuevamente el cargo de Jefe Político, en el que se mantendrá por una década entera, hasta 1914  cuando renuncia a causa de sus frecuentes problemas cardíacos, que finalmente lo llevan a la tumba en el año 17.

Las semanas y los encuentros se suceden, y varias veces los vecinos del Olimar, blancos y colorados  se enfrentan en combate, a veces directo, otras con choques o refriegas menores. En Arbolito ya mencionado, en Cerro Colorado, Cerros Blancos, Guaviyú, Cuñapirú, Hervidero, y finalmente la Batalla de Aceguá, el 8 de julio, que en realidad no pasa de ser “un barullo” al decir de muchos cronistas contemporáneos, pero en el marco del cuál cae muerto Teodoro Berro, el hijo menor de Coronel.

Narrando el hecho algunos años más tarde para “La Revista Uruguaya”, Berro escribió:

Se habían agotado las municiones y había corrido sangre de mi sangre: mi valiente y querido hijo Teodoro había caído gravemente herido... Corrí adonde estaba; lo examiné... Había recibido un balazo en la parte izquierda de la frente.; tenía como un bulto en esa misma sien, y me pareció que allí estaba la bala, haciéndomelo creer así algunos compañeros, diciéndome que estaba atontado del golpe. ¡Pobre mi hijo tan valiente, tan noble y grande en su desinteresada y patriótica sencillez: ya tus labios no vivarían más á la santa causa que defendimos!; ¡ya no apostrofarían á los miserables acobardados, ni sonreirían ante los mayores peligros! Tuve esperanzas de que mi hijo viviría; busqué municiones y me preparé para continuar la pelea, cuando vino el general y apretándome la mano, me dijo, con los ojos llenos de lágrimas: “Lo acompaño en su dolor”.

Entonces recién me di cuenta de mi horrible, eterna desgracia, y pedí licencia para ir á ver á mi hijo. Es una página que no puedo continuar escribiendo ¡es tan triste!

Después de haber velado á mi hijo fuimos a dar cristiana y patriótica sepultura á sus restos queridos, y al enterrarlo, pronuncié las siguientes palabras:

 ¡Sangre de mi sangre, que todos los que llevan tu nombre sepan honrarlo tan bien como tú lo has honrado y sirva á tu patria tan bien como tú la has servido!


Obras en Paz


El tiempo pasa, la revolución termina con el Pacto de Aceguá, y de acuerdo al mismo es nombrado Jefe Político de Treinta y Tres el Coronel Bernardo Berro, cargo que ejerció desde octubre de 1897 hasta marzo de 1903, en una localidad con enorme influencia y poderío del máximo caudillo colorado del este del país, Basilicio Saravia, quien cambiando transitoriamente la espada por las letras, monta un periódico desde el cual prosigue la defensa de sus intereses partidarios.

Al centro de la foto, Bernardo Berro con su característica barba blanca. A su izquierda, el doctor Julio María Sanz, y a continuación el General Basilicio Saravia, entre otros integrantes de la comisión organizadora de la Exposición Ganadera

Las heridas estaban frescas: vecinos, parientes y amigos se habían enfrentado y causado mutuamente serios daños difíciles de reparar. Y es en ese marco de cosas, cuando la verdadera grandeza de los hombres emerge en la villa de los Treinta y Tres, grandeza personificada en las actitudes y comportamiento de esos dos grandes caudillos, el blanco Bernardo Berro y el colorado Basilicio Saravia.

Apenas meses habían pasado –en el otoño de 1898- y a instancias de algunos vecinos, interesados en restañar heridas y con gran visión de futuro, se constituye una comisión con integrantes de ambos partidos políticos, con el propósito principal de “servir a los intereses ganaderos de la zona, y promover la fundación de un centro social con fines educativos y de instrucción”. Esa comisión, en la que participaron  el propio Jefe Político Bernardo Berro y el veterano Agustín de Urtubey, otros blancos relevantes como Luciano Macedo, Ricardo Areco y otros, y colorados de la talla de los Hontou, los Tanco, y Luis Hierro Rivero quien fue secretario personal de Basilicio Saravia durante toda la campaña del 97 y que no hay dudas que su participación se debió al consejo y aprobación de su caudillo, quien por esos tiempos estaba completamente abocado a reconstruir sus negocios e intereses particulares, que habían sido descuidados por tanto tiempo.

De esa misma Comisión, convocando para cada nuevo emprendimiento a más gente idónea para cada uno de los temas, emanan como en un crisol de ideas, muchos de los emprendimientos de progreso que marcan al Treinta y Tres pujante y progresista del 900, algunos que se concretaron y otros que por diferentes razones quedaron sin ejecutarse.

El diputado Francisco Ros, propone la canalización y navegación de los ríos Tacuarí, Cebollatí y Olimar hasta la Laguna Merín para favorecer y profundizar el comercio con Rio Grande y el Brasil todo;

Se presentan y ejecutan los primeros proyectos zonales para la fundación de Colonias Agrícolas; otro grupo se aboca a urgir la continuación del ferrocarril desde Nico Pérez hasta la capital departamental.

En el área cultural, se funda la primer biblioteca pública, se crea el Club Progreso, baluarte de sociabilización y cultura que aún hoy a más de un siglo, aunque tímidamente, continua vigente, se promueve la creación de una banda de música, se instaura un grupo de animadores de fiestas y serenatas, se crea una sociedad recreativa que tenía por objeto realizar fiestas camperas, bailes y representaciones teatrales, etc.

Pero el punto más trascendente, sin dudas de todo este período y del Progreso en la paz, como me gusta llamarlo, ocurre el día 26 de agosto de 1901, cuando coinciden personalmente ambos máximos caudillos Berro y Saravia, para conformar juntos una misma comisión tendiente a la realización de una Exposición Feria Ganadera local, tras sellar su compromiso de trabajar mancomunadamente por el futuro, con un abrazo pleno de significado. La exposición se concreta tras más de un año de trabajos, el 1° de enero de 1903.

Pocas semanas después, otra vez revolución: primero el alzamiento del 3, y algunos meses después la guerra del 4, que vuelve a enfrentar a vecinos y caudillos, postergando los trabajos que se venían realizando mancomunadamente, entre ellos el más importante, como lo era la construcción del puente sumergible sobre el Río Olimar, sin dudas el proyecto más relevante y significativo para la sociedad toda que se había propulsado desde esas comisiones.

Tras finalizar la guerra con las consecuencias conocidas, otra vez se abrazan con miras al futuro blancos y colorados, y en esta oportunidad tiene preponderante relevancia la participación de Basilicio, tanto en su calidad de nuevo Jefe Político, como de gestor de influencia ante el gobierno nacional para facilitar por ejemplo esa obra del puente que estaba pendiente.

Dice una crónica de la época: “Otra vez juntos, en el Centro Progreso, para seguir trabajando por el deseado puente, allí están, alrededor de una mesa como si nada hubiera sucedido, Bernardo Berro y Basilicio Saravia, Luis Hierro y Luciano Macedo, Ramón de la Cerda y el Dr. Manuel Cacheiro. Feroces enemigos en la guerra, amigos respetuosos en la paz”.

Cuando con la perspectiva actual miramos el presente, sus pasiones y desencuentros no podemos menos que preguntarnos:

¿Seremos capaces los hombres de hoy de seguir los ejemplos históricos que nos legaron aquellos que a principios del siglo pasado, sabían unir los colores que llevaban en su pasión cuando el progreso lo requería, pese que aún tenían olor a sangre, pólvora y lágrimas en sus manos?