jueves, 1 de diciembre de 2016

El "viejo feo" del patio del Liceo...

La estatua de Lavalleja: gloria y ocaso del primer monumento a un héroe nacional erigido en el país

Con más de 130 años, destruida, sigue pendiente su restauración


                       En 1886, un grupo de ciudadanos afincados en la aldeana villa capital del departamento recientemente creado, a instancias del primer Jefe Político de Treinta y Tres, coronel Manuel María Rodríguez Morgades, se reúnen con el propósito de homenajear al General Juan Antonio Lavalleja, jefe de los “Treinta y Tres Orientales”, con la construcción de un monumento que perpetúe su memoria.               
                        Según un detallado recuerdo del profesor Homero Macedo, José Antonio Oliveres, español, comerciante y Eufemio Buenafama, en calidad de Presidente y secretario respectivamente, se constituyen en Comisión con tal cometido acompañados por Felipe Díaz, Urbano Mederos, Juan Hontou y Nicolás Minelli, entre otros, y enterados de la presencia en la zona del constructor italiano Giusseppe Ravagnelli, emparentado con la familia del industrial Bautista Perinetti (hermano por parte de madre), convienen con aquel la construcción de una estatua, por un precio de 500 pesos oro, incluyendo la base, columna y molduras necesarias.
                      Un par de días más tarde, a mediados de noviembre de 1886, los integrantes de la comisión, junto al Jefe político y simpatizantes del emprendimiento, realizan un acto formal en la plaza céntrica, colocando la “piedra fundamental” de la obra, y siempre según la versión de Macedo, se enterró también una caja de zinc perfectamente cerrada en la cual se depositaron objetos de distintos donantes, monedas, medallas, pañuelos, tarjetas, timbres y una copia de la nómina de contribuyentes para la obra.
                               En la lista de colaboradores, que asegura Aníbal Barrios Pintos en un artículo de publicado en el diario El Día en el año 1966 se encuentra en custodia en el Archivo General de la Nación, con la suma de 100 pesos aparece la Jefatura Política, al igual que el diputado Federico Demartini y el estanciero Juan Pedro Ramírez; colaborando con la suma de 60 pesos figuran los comerciantes Manuel González y cia., Furest y Rivera y Juan Irisarri. Con un monto de 50 pesos, se anotaron los hermanos Oliveres, Buenafama Hnos., y el Regimiento de Caballería Nº 5. Con donaciones de 10 pesos o menor monto, figuran entre otros Prudencio Salvarrey, Braulio Tanco, Eusebio Tanco, Helguera y cia., y otros. Según esta información, la suma recaudada alcanzó la cifra de $1.096.76.

                                    Llegada la fecha prevista para la inauguración del monumento, el 1º de enero de 1887, ya había cesado en su puesto (a fines de noviembre), habiendo sido sustituido por el coronel Lino Arroyo, con cuyo apoyo se continúa el cronograma establecido, al punto que su nombre figura junto a los de los integrantes de la comisión en las invitaciones formales impresas para el acto inaugural, que “tuvieron que ser firmadas a mano por los invitantes” – curiosidad que expone Macedo-, ya que la única impresora existente en la población en ese entonces, una Minerva propiedad de José Oliveres, tenía un tamaño de impresión sumamente reducido. A este respecto, además, Macedo informa que el amplio programa de festejos, hubo de ser escrito a mano, tarea en la que “se ocupó a maestros y otras personas, inclusive a niños de clases superiores”.

                                    La fiesta de inauguración consistió en un programa de actos que comenzó a la hora 16 con el ingreso a la plaza de la Comisión Organizadora portando la bandera de los Treinta y Tres al centro de dos pabellones nacionales, encabezando un desfile que con el marco musical de la banda dirigida por el profesor José A. Batlle, estuvo integrado por los grupos escolares de la población, las agrupaciones de las Sociedades de Socorro Mutuo Española e Italiana, el Jefe Político y los invitados de honor, el Dr. Carlos María Ramírez y los jefes políticos de los vecinos departamentos, y damas y vecinos de la población.  Tras una extensa parte oratoria en la cual –entre otras alocuciones- se estrenó la leyenda histórica “Los Orientales” escrita por Eduardo Acevedo Díaz, clausuró el acto el coronel Arroyo con la lectura de un telegrama del Presidente de la República, seguido por cohetes, bombas y una asistencia popular que según manifiesta Francisco N. Oliveres en su “Datos, apuntes y recuerdos” “aplaudía con frenesí soportando con entusiasmo el mal tiempo que durante toda la fiesta se desencadenó”.

El monumento

                             Ubicado en el centro de la actual Plaza 19 de Abril, el monumento tenía una altura total de 13 metros y 15 centímetros, componiéndose de cuatro cuerpos diferenciados. Un ancho pedestal de base cuadrada  se alzaba hasta una altura de 3 metros, seguido por una columna estriada y orden compuesto de 7 metros de altura, que  finalizaba en un capital de orden toscano, de 80 centímetros que constaba de cuatro temas pompeyanos, donde se apoyaba la estatua propiamente dicha, de 2,10 metros de altura.
                           La estatua, que hoy sabemos construida de ladrillos con armazón de hierro y recubierta en tierra romana, orientada con el frente hacia el sur, representa al General Lavalleja de cabeza descubierta, alta la frente, en ademán de desenvainar la espada, vestido de chaqueta militar, pantalón con franja y botas granaderas.

                              Algunos días después de la inauguración oficial, el 9 de enero, se colocaron en cada una de las caras de la base, las cuatro lápidas de mármol realizadas por la firma Ramón Rivera y cia., con un costo de 110 pesos. Dos de ellas, llevaban el nombre de los restantes 32 libertadores (del listado de la época), en tanto que la situada hacia el sur llevaba la inscripción: “El Pueblo de Treinta y Tres, por iniciativa del Señor Jefe Político Coronel Don Manuel M. Rodríguez, a la memoria del General Dn. Juan Antonio Lavalleja y demás héroes de la independencia nacional. – 1º de enero de 1887”. La otra restante, ubicada hacia el norte, tenía grabados los nombres de los integrantes de la Comisión encargada de realizar el monumento y organizar los festejos. El saldo de lo recolectado, poco más de 100 pesos, fue utilizado para la instalación en la propia plaza de un “banco de hierro”, con comodidad para 30 personas sentadas.
                               Poco duraron las placas con los nombres de la Comisión y del Jefe Político. Ya antes de inaugurar el monumento se habían hecho sentir críticas hacia la iniciativa, fundamentalmente por parte de los integrantes de la Junta Económico-Administrativa, principal organismo municipal del departamento recién creado, argumentando que no había sido ni invitada a participar ni consultada siquiera cuando lo que se había hecho era una obra pública y edilicia, que la Comisión había sido designada por el Jefe Político a su gusto y con mayoría de extranjeros, y luego de colocado el monumento se juzgó duramente el hecho que los organizadores se auto homenajearan poniendo sus nombres en los mármoles del pedestal, así como se criticó ácidamente también la propia estatua desde el punto de vista estético.
                              Menos de 5 meses después de inaugurado el monumento, el 2 de mayo, por resolución de la mencionada Junta presidida por Salvador Ferrer, fueron sustituidas dos de las placas y destruidas las que se sacaron. Las nuevas instaladas, dicen una: “El Pueblo de Treinta y Tres a la memoria del General Juan Antonio Lavalleja y sus 32 compañeros del 19 de abril de 1925”, y la otra: “Inaugurado el 1º de Enero de 1887 bajo los auspicios de la Paz y la Libertad”

Demolición y conservación

                             Con fecha 3 de agosto de 1918, apenas 20 años despúes de erigido el monumento, el periódico treintaitresino “El Comercio” levantaba su voz de protesta por la demolición del monumento que, argumentaban, “representaba un símbolo encarnación del patriotismo, de lo que lleva el alma uruguaya en su ser para orgullo de la estirpe y de las generaciones”
Muchos años se extendió dominante su pétrea presencia en el patio Liceal

                             Por resolución municipal, ese año se desmanteló el monumento, quedando las placas de mármol y la estatua de Lavalleja intactas, depositadas en un patio al fondo de las oficinas municipales, durante muchos años. En ocasión de una reforma del edificio comunal, las lápidas de mármol fueron empotradas en las paredes del hall principal de la intendencia, donde se conservan hasta la fecha, como lo grafica el collage fotográfico que acompaña estas líneas.
La estatua, por su parte, en el año 1955, ocupando la dirección del Liceo el profesor Homero Macedo, solicitó a las autoridades municipales encabezadas por don Félix Olascuaga, la custodia de la estatua, la que fue concedida y trasladada al instituto ese mismo año, siendo depositada en el patio principal del Liceo donde permaneció casi 60 años siendo mudo testigo del paso de docenas de generaciones de estudiantes.

                             Al comienzo del año 2015, a instancias del profesor José María Mujica, entonces director del Museo Histórico Departamental, fue solicitada la devolución a la égida municipal de la estatua que aún dañada por la acción de los elementos se conservaba en una pieza. Lamentablemente, en oportunidad de levantarla de su emplazamiento y moverla, muy probablemente por algún descuido, fue severamente dañada, estando actualmente algunos pedazos depositados en el Corralón Municipal y otros en la propia Casa de la Cultura, a la espera de una restauración que – según se informó en la época- se habrá de realizar "a corto plazo a cargo de especialistas en la materia que ya han tomado contacto con el proyecto", hecho que aún hoy, a casi cinco años del insuceso, continúa siendo nada más que una intención olvidada .


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