La estatua de Lavalleja:
gloria y ocaso del primer monumento a un héroe nacional erigido en el país
Con más de 130 años, destruida, sigue pendiente su restauración
Con más de 130 años, destruida, sigue pendiente su restauración
En 1886, un grupo de ciudadanos afincados
en la aldeana villa capital del departamento recientemente creado, a instancias
del primer Jefe Político de Treinta y Tres, coronel Manuel María Rodríguez
Morgades, se reúnen con el propósito de homenajear al General Juan Antonio
Lavalleja, jefe de los “Treinta y Tres Orientales”, con la construcción de un
monumento que perpetúe su memoria.
Según un detallado recuerdo del profesor
Homero Macedo, José Antonio Oliveres, español, comerciante y Eufemio Buenafama,
en calidad de Presidente y secretario respectivamente, se constituyen en
Comisión con tal cometido acompañados por Felipe Díaz, Urbano Mederos, Juan
Hontou y Nicolás Minelli, entre otros, y enterados de la presencia en la zona
del constructor italiano Giusseppe Ravagnelli, emparentado con la familia del
industrial Bautista Perinetti (hermano por parte de madre), convienen con aquel la construcción de una
estatua, por un precio de 500 pesos oro, incluyendo la base, columna y molduras
necesarias.
Un par de días más tarde, a mediados de
noviembre de 1886, los integrantes de la comisión, junto al Jefe político y
simpatizantes del emprendimiento, realizan un acto formal en la plaza céntrica,
colocando la “piedra fundamental” de la obra, y siempre según la versión de
Macedo, se enterró también una caja de zinc perfectamente cerrada en la cual se
depositaron objetos de distintos donantes, monedas, medallas, pañuelos,
tarjetas, timbres y una copia de la nómina de contribuyentes para la obra.
En la lista de colaboradores, que asegura
Aníbal Barrios Pintos en un artículo de publicado en el diario El Día en el año
1966 se encuentra en custodia en el Archivo General de la Nación, con la suma
de 100 pesos aparece la Jefatura Política, al igual que el diputado Federico
Demartini y el estanciero Juan Pedro Ramírez; colaborando con la suma de 60
pesos figuran los comerciantes Manuel González y cia., Furest y Rivera y Juan
Irisarri. Con un monto de 50 pesos, se anotaron los hermanos Oliveres,
Buenafama Hnos., y el Regimiento de Caballería Nº 5. Con donaciones de 10 pesos
o menor monto, figuran entre otros Prudencio Salvarrey, Braulio Tanco, Eusebio
Tanco, Helguera y cia., y otros. Según esta información, la suma recaudada
alcanzó la cifra de $1.096.76.
Llegada la fecha prevista para la
inauguración del monumento, el 1º de enero de 1887, ya había cesado en su
puesto (a fines de noviembre), habiendo sido sustituido por el coronel Lino
Arroyo, con cuyo apoyo se continúa el cronograma establecido, al punto que su
nombre figura junto a los de los integrantes de la comisión en las invitaciones
formales impresas para el acto inaugural, que “tuvieron que ser firmadas a mano
por los invitantes” – curiosidad que expone Macedo-, ya que la única impresora
existente en la población en ese entonces, una Minerva propiedad de José Oliveres,
tenía un tamaño de impresión sumamente reducido. A este respecto, además,
Macedo informa que el amplio programa de festejos, hubo de ser escrito a mano,
tarea en la que “se ocupó a maestros y otras personas, inclusive a niños de
clases superiores”.
La fiesta de inauguración consistió en un
programa de actos que comenzó a la hora 16 con el ingreso a la plaza de la
Comisión Organizadora portando la bandera de los Treinta y Tres al centro de
dos pabellones nacionales, encabezando un desfile que con el marco musical de
la banda dirigida por el profesor José A. Batlle, estuvo integrado por los
grupos escolares de la población, las agrupaciones de las Sociedades de Socorro
Mutuo Española e Italiana, el Jefe Político y los invitados de honor, el Dr.
Carlos María Ramírez y los jefes políticos de los vecinos departamentos, y
damas y vecinos de la población. Tras
una extensa parte oratoria en la cual –entre otras alocuciones- se estrenó la
leyenda histórica “Los Orientales” escrita por Eduardo Acevedo Díaz, clausuró
el acto el coronel Arroyo con la lectura de un telegrama del Presidente de la
República, seguido por cohetes, bombas y una asistencia popular que según
manifiesta Francisco N. Oliveres en su “Datos, apuntes y recuerdos” “aplaudía
con frenesí soportando con entusiasmo el mal tiempo que durante toda la fiesta
se desencadenó”.
El monumento
Ubicado en el centro de la actual Plaza
19 de Abril, el monumento tenía una altura total de 13 metros y 15 centímetros,
componiéndose de cuatro cuerpos diferenciados. Un ancho pedestal de base
cuadrada se alzaba hasta una altura de 3
metros, seguido por una columna estriada y orden compuesto de 7 metros de
altura, que finalizaba en un capital de
orden toscano, de 80 centímetros que constaba de cuatro temas pompeyanos, donde
se apoyaba la estatua propiamente dicha, de 2,10 metros de altura.
La estatua, que hoy sabemos construida de
ladrillos con armazón de hierro y recubierta en tierra romana, orientada con el
frente hacia el sur, representa al General Lavalleja de cabeza descubierta,
alta la frente, en ademán de desenvainar la espada, vestido de chaqueta
militar, pantalón con franja y botas granaderas.
Algunos días después de la inauguración
oficial, el 9 de enero, se colocaron en cada una de las caras de la base, las
cuatro lápidas de mármol realizadas por la firma Ramón Rivera y cia., con un
costo de 110 pesos. Dos de ellas, llevaban el nombre de los restantes 32
libertadores (del listado de la época), en tanto que la situada hacia el sur
llevaba la inscripción: “El Pueblo de Treinta y Tres, por iniciativa del Señor
Jefe Político Coronel Don Manuel M. Rodríguez, a la memoria del General Dn.
Juan Antonio Lavalleja y demás héroes de la independencia nacional. – 1º de
enero de 1887”. La otra restante, ubicada hacia el norte, tenía grabados los
nombres de los integrantes de la Comisión encargada de realizar el monumento y
organizar los festejos. El saldo de lo recolectado, poco más de 100 pesos, fue
utilizado para la instalación en la propia plaza de un “banco de hierro”, con comodidad
para 30 personas sentadas.
Poco duraron las placas con los nombres
de la Comisión y del Jefe Político. Ya antes de inaugurar el monumento se
habían hecho sentir críticas hacia la iniciativa, fundamentalmente por parte de
los integrantes de la Junta Económico-Administrativa, principal organismo
municipal del departamento recién creado, argumentando que no había sido ni
invitada a participar ni consultada siquiera cuando lo que se había hecho era
una obra pública y edilicia, que la Comisión había sido designada por el Jefe
Político a su gusto y con mayoría de extranjeros, y luego de colocado el
monumento se juzgó duramente el hecho que los organizadores se auto homenajearan
poniendo sus nombres en los mármoles del pedestal, así como se criticó ácidamente
también la propia estatua desde el punto de vista estético.
Menos de 5 meses después de inaugurado el
monumento, el 2 de mayo, por resolución de la mencionada Junta presidida por
Salvador Ferrer, fueron sustituidas dos de las placas y destruidas las que se
sacaron. Las nuevas instaladas, dicen una: “El Pueblo de Treinta y Tres a la
memoria del General Juan Antonio Lavalleja y sus 32 compañeros del 19 de abril
de 1925”, y la otra: “Inaugurado el 1º de Enero de 1887 bajo los auspicios de
la Paz y la Libertad”
Demolición y
conservación
Con fecha 3 de agosto de 1918, apenas 20
años despúes de erigido el monumento, el periódico treintaitresino “El
Comercio” levantaba su voz de protesta por la demolición del monumento que,
argumentaban, “representaba un símbolo encarnación del patriotismo, de lo que
lleva el alma uruguaya en su ser para orgullo de la estirpe y de las
generaciones”
Muchos años se extendió dominante su pétrea presencia en el patio Liceal |
Por resolución municipal, ese año se
desmanteló el monumento, quedando las placas de mármol y la estatua de
Lavalleja intactas, depositadas en un patio al fondo de las oficinas
municipales, durante muchos años. En ocasión de una reforma del edificio
comunal, las lápidas de mármol fueron empotradas en las paredes del hall
principal de la intendencia, donde se conservan hasta la fecha, como lo grafica
el collage fotográfico que acompaña estas líneas.
La estatua, por su parte, en el año 1955,
ocupando la dirección del Liceo el profesor Homero Macedo, solicitó a las
autoridades municipales encabezadas por don Félix Olascuaga, la custodia de la
estatua, la que fue concedida y trasladada al instituto ese mismo año, siendo
depositada en el patio principal del Liceo donde permaneció casi 60 años siendo
mudo testigo del paso de docenas de generaciones de estudiantes.
Al comienzo del año 2015, a instancias del
profesor José María Mujica, entonces director del Museo Histórico Departamental, fue
solicitada la devolución a la égida municipal de la estatua que aún dañada por
la acción de los elementos se conservaba en una pieza. Lamentablemente, en
oportunidad de levantarla de su emplazamiento y moverla, muy probablemente por
algún descuido, fue severamente dañada, estando actualmente algunos pedazos
depositados en el Corralón Municipal y otros en la propia Casa de la Cultura, a
la espera de una restauración que – según se informó en la época- se habrá de realizar "a corto plazo a cargo de especialistas en la
materia que ya han tomado contacto con el proyecto", hecho que aún hoy, a casi cinco años del insuceso, continúa siendo nada más que una intención olvidada .
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