sábado, 29 de agosto de 2020

de Turín al Olimar

  Los Perinetti del Molino



                                                                   La llegada de la familia Perinetti a las proximidades de la Villa de los Treinta y Tres, aproximadamente en la década de 1880, fue sin lugar a dudas un hecho trascendente en la vida comercial y social de la joven localidad.
                                                            Inmigrados originariamente antes del 70 desde la localidad italiana de Caluso, cercana a la capital Piamontesa de Turín, la familia encabezada por Juan Bautista Perinetti arribó a tierras uruguayas constituida además por su esposa Josefa Bianco y sus cinco hijos mayores, exactamente la mitad de la decena que la pareja progeniaría en su existencia.
                                                               El patriarca Perinetti, nacido en el año 1835, ya a sus treinta y pocos años era un fino artesano de la madera en lo que hoy llamaríamos carpintería de obra que vino en busca del sueño americano y su especialización en la construcción de pisos de madera de alta calidad le hizo conocido en corto tiempo, al punto que en el año 1872 el presidente Lorenzo Batlle le otorga una “Patente de Privilegio Comercial” por unas “baldosas de madera destinadas a pisos y frisos” (de las cuales se conserva al menos una en el Museo Histórico de Treinta y Tres), por un plazo de 6 años, como se puede apreciar en la foto que acompaña estas líneas.      

                                                             Para la llegada del año1881, los trabajos de Perinetti eran conocidos y apreciados en la capital del país y sus adyacencias, al punto que cuando el General Máximo Santos (luego presidente de la república) le encarga al arquitecto Capurro la construcción de su casa hoy conocida como Palacio Santos y actual sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, es convocado para la construcción de los pisos de madera.
                                                            Según la tradición oral, hay versiones contradictorias con respecto a la desvinculación de Perinetti y sus hijos de esa obra: algunas sostienen que Santos no le pagó el trabajo y el temor a ser perseguido hizo al inmigrante y sus hijos poner distancia con la capital, otros indican que la “disparada” se debió a un incendio parcial en la obra del que fueron culpados los Perinetti, y quizá el motivo real sea otro, ya que uno de sus hijos mayores, ya se había radicado en esta zona y habría sido quien mandó llamar la familia viendo buenas oportunidades de trabajo.
                                                                Lo concreto, es que entrados los años 80, la familia Perinetti casi en su totalidad viene a radicarse en Treinta y Tres, adquiriendo una fracción de campo en el camino de la Cuchilla de Dionisio, hoy conocido como camino Perinetti. Casi en su totalidad porque una de sus hijas mayores, ya casada, queda residiendo en una localidad de Canelones, y sería la madre del renombrado pintos uruguayo Cúneo Perinetti.
                                                           Poco ha quedado escrito de los primeros años de los Perinetti en nuestro medio, pero ya a finales de 1880 y principios de 1890, en el diario urrutista La Paz, se publicaba cotidianamente un anuncio en que se ofrecían como “Maestros constructores de obras, puentes y calzadas”. 
                                                   Al mismo tiempo, existen pruebas documentales que ya en 1887, “Perinetti e hijos” administraban un Molino en Las Chacras, según lo publica el mismo diario La Paz en su edición del 10 de julio. Y, por otra parte, hay versiones orales que aseguran que también tomaron parte en la construcción de la Jefatura Política, quizá considerando el parecido edilicio con el mencionado Palacio Santos, salvando las distancias. En consecuencia, se puede establecer que al menos al comienzo de su vida en Treinta y Tres, los Perinetti exploraban varios medios de vida, entre los que, en definitiva, triunfó el molino y sus colaterales.

                                                          
                                                Intentando datar esa actividad, nos encontramos con fotografías fechadas en 1893 en las que se muestra la  “Trilladora a Vapor de Domingo Perinetti”, y otra que expresa  “Maquina trilladora de Carlos Perinetti en lo de Ramón Rodríguez” (hijos de Bautista), lo que sin dudas nos permite afirmar que ya en ese entonces, la familia se dedicaba también al negocio de la recolección de trigo con al menos dos equipos conformados, y no solo al procesamiento del grano para convertirlo en harina y demás subpoductos.




El molino

                                               Sin ningún lugar a dudas, el hecho de haberse establecido a fines del siglo XIX los Perinetti en esa zona aledaña a nuestra ciudad fue un elemento primordial de la fundación -años más tarde- de la población adyacente, Poblado Alonso, que fuera delimitada en 1929, pero que en los hechos como agrupación poblacional, se había ido formando con la radicación de gran número de trabajadores que los Perinetti empleaban, como se aprecia en las fotografías publicadas, y la cercanía de la comisaría de policía de la “1º sección rural”. 


                                                Lo que popularmente se conocía como “Molino de Perinetti”, no era solamente el alto edificio del molino propiamente dicho, sino que había en su entorno varias construcciones más: galpones, depósitos, la capilla de que nos ocuparemos en una próxima edición y también edificios para  residencia familiar, inclusive alguna que en diferentes épocas funcionó también como sede de la Escuela de la zona, y como almacén de ramos generales.
                                                  El negocio iniciado continuó en franco crecimiento. En 1907, por ejemplo, el recaudador de impuestos Pedro Aguiar otorga una “Patente de Giro” a Juan Bautista Perinetti e hijos, de 12,50 pesos oro, correspondiente a “Motor a vapor aplicado a Molino 10 caballos efectivo fuerza motriz”, que seguramente implicaba un enorme adelanto para la época.
                                                      A lo largo de los años sigue en ascenso, al punto que para los años 20 y 30 toda la campaña olimareña era recorrida en tiempos de cosecha por las carretas que traían el trigo al molino, y devolvían a sus dueños las bolsas de harina producidas, y por los diferentes equipos de trilla capataceados por los Perinetti. 

                                                                                     En documentos que he podido observar de varias casas de comercio de principios de siglo, como la de Sala en El Oro, o la de Desplast y Fabeiro en Yerbalito, por ejemplo, constan anotaciones de acopio de cargas de trigo de productores chicos de la zona, que luego eran llevadas al molino, lo que da una idea de la organización y logística que desarrollaron los Perinetti hasta llegar a ser líderes del negocio en el departamento.
                                                         El molino dejó de funcionar a mediados del siglo pasado, cuando ya no eran tan abundantes las plantaciones de trigo en la zona, y la mejora de las comunicaciones y otras variables de los tiempos “modernos”, cambió el negocio y comenzó a dar pérdidas seguirlo explotando, causa también, sin dudas, de la desaparición de las tahonas y molinos harineros de toda la zona. Probablemente, las trilladoras a vapor y ese sistema itinerante utilizado por ellos, ya había caído en desuso tiempo antes.

                                       Fue entonces en esa época, que el polo productivo e industrial que significó durante al menos 50 años el Molino de Perinetti, comenzó su largo periplo para convertirse paulatinamente en la pobre tapera de nuestros días, con restos tan deteriorados que es difícil reconocer algún trazo de las construcciones originales; algunas pocas partes “rescatadas”, como algunas de las ruedas de piedra de moler y la baranda de hierro del balcón, están en exhibición en el Museo Histórico, pero poco más queda. Gracias a la previsión del artista e historiador Néstor Faliveni, quien logró tomar fotos del edificio ya sin funcionar y con algunos faltantes, pero completo en su edificación u otros detalles, existen algunas imágenes que dan idea de su estado en los años 80, una de las cuales compartimos.






Familia, sociedad y religión

                                                    Juan Bautista Perinetti y sus hijos, después del traspié sufrido en la capital, iniciaron con buen pie la etapa de su vida en esta tierra olimareña no solo en el aspecto laboral y comercial, sino que pronto su familia se amalgamó con el lugar: la mayoría de sus hijos formaron familias y muchos de sus descendientes, a más de un siglo, aun transitan nuestras calles.
                                                      Entrar en detalles de la genealogía de esta extensa familia, en este corto espacio, es imposible, pero no podemos dejar de mencionar que se emparentaron con muchas familias de la zona, por ejemplo los Pagliotti, Almeida, Freire, Alberti, Peña, Cardozo, Izmendi, Tabeira, Medina, Barnada, Casteriana, Larronda, y otros. 
                                   
        Perinetti y su familia, asimismo, se constituyen desde los primeros momentos en parte del entorno social: se integran con la mayoría de los inmigrantes italianos y sus descendientes ( los Lagreca, Decrezencio, Melazzi, Lamanna, Gambardella, Giacovazzo, Castiglioni, Pisani, Ferrari, Malzone, Gaetano, Faliveni, etc.) radicados en la zona. Integró la “Societá di Mutuo Soccorso” denominada Operai, una de las dos que funcionaba en Treinta y Tres, comprometido con la colectividad italiana  al punto que la fiesta anual de la Reunificación de Italia, que se celebra los 20 de septiembre, durante muchos tendrá su sede en el Molino y su entorno. Aun se conserva, una vieja fotografía conmemorando una de esas fiestas, en el año 1899.  

                                                 Ya a principios del siglo XX, el veterano italiano fue delegando en sus hijos varones la responsabilidad comercial, al tiempo que fue quedando ciego. Trasladó su domicilio a la capital olimareña, donde transcurrió sus últimos años en una casa del barrio Artigas, rodeado de familiares hasta su deceso en el año 1917.






La Capilla San Juan Bautista 

                                             Don Bautista Perinetti era profundamente católico, y cuando comenzó a prosperar económicamente, se propuso la construcción de una capilla que imaginó sería el centro religioso familiar y de la zona, y en eso puso su esfuerzo a finales del siglo XIX. 
                                               Tanto fue su empeño, que en 1895 Monseñor  Pío Stella, obispo que transitaba en misión evangélica por estos pagos, bendijo la colocación de la piedra fundamental de una capilla a erigirse costeada por Perinetti y una serie de vecinos colaboradores que habían dado su beneplácito y el compromiso de su aporte económico para su realización.

                                                       El proyecto original, que según un interesante documento de la época titulado “Génesis de la Capilla San Juan” era la construcción de un edificio de “24 metros de fondo por 12 de frente siendo éste adornado con una torre de 18 a 20 metros de altura y columnatas y molduras de gran gusto arquitectónico, según el plano ya confeccionado”, fue primero demorado por el desarrollo de la guerra de 1897, y luego reducido en sus pretensiones a consecuencia de las dificultades económicas para reunir el dinero necesario para una obra de la envergadura proyectada por su pariente Giovanni Ravagnelli, escultor, constructor y artista también italiano, quien elaboró un plano muy ambicioso –cuya fotografía acompañamos- y que no se llegó a construir. En cambio, con la ayuda de una “suscripción popular” entre amigos y gente de la zona, se logró concretar otro proyecto más sencillo, que culminó con el edificio que aún hoy existe calle por medio de lo que fuera el viejo molino.

                                               La obra finalmente dio comienzo a fines de siglo XIX por mano propia de su iniciador Perinetti ayudado por sus hijos, según el mencionado “Génesis”, para dar término “cuanto antes a la construcción que, con el Molino, casa de negocio y otras moradas y afincadas,  será la base de la futura Aldea de los Perinetti”.
                                                        Fue entonces que se efectivizó el aporte de los colaboradores, al decir del documento mencionado para “determinar su más amplia y mejor aplicación en la obra que simbolizará el culto religioso y las ideas progresistas de una parte considerable de los habitantes del Departamento de “33”, cuyos nombres serán grabados en lápidas de mármol que adornarán las paredes laterales de la proyectada capilla”. 


                                                      En efecto, como se puede apreciar en las fotos que acompañan estas líneas, los nombres de los colaboradores principales fueron plasmados en el frente de la misma, con una particularidad muy especial: los que figuran a un lado de la puerta corresponden a dirigentes o simpatizantes del Partido Colorado, mientras que los del Partido Nacional están plasmados en la pared opuesta. 
                                                          La capilla, que funcionó durante muchos años a impulso particular de la familia, nunca pasó a jurisdicción eclesiástica, y hoy está enclavada en un terreno particular y prácticamente abandonada, sirviendo de galpón y depósito, habiendo desaparecido muchas de las figuras religiosas y muebles que la ornaban.

Cuneo Perinetti, descendiente famoso

                                                    Dentro de todas las relaciones familiares que mencionábamos al principio de la nota, sin dudas es de destacar el matrimonio de una de las hijas, Isabel, con Rolando Cuneo, quienes radicados en el departamento de Canelones, fueron los progenitores de José Cuneo Perinetti, reconocido artista plástico uruguayo de gran renombre.

                                                          Cuneo Perinetti era asiduo visitante de sus familiares en nuestra ciudad, sobre todo en su infancia y primera juventud, e inclusive en varias oportunidades permaneció grandes temporadas en la casa de sus abuelos, lo que motivó que el artista generara fuertes lazos afectivos con el pago olimareño.
                                                  Cuenta la tradición familiar que no solamente venía durante sus primeros años a visitar su familia, sino que a causa de una dolencia para cuya cura le recomendaron vida al aire libre, se radicó en el año 1914 en el establecimiento de su abuelo, donde ejerciendo ya su arte, no solo pintó algunos de sus series más reconocidas (su primer contacto con los “Paisajes de Treinta y Tres” en el período entre 1914 y 1917, sino también algunos retratos, entre los que se cuenta uno de su abuelo Juan Bautista, que durante años estuvo en poder de la familia y hoy integra el acervo de una colección particular en nuestra ciudad.
                                                       José Cuneo Perinetti,  nacido en 1887, a sus 20 años había sido becado a continuar sus estudios de Bellas Artes en Turín, Italia, cerca del solar natal de los Perinetti, a influencias de sus maestros uruguayos y con la ayuda y complicidad del ya nombrado artista y pariente Ravagnelli. Retorna a Uruguay un par de años más tarde, y en el período comprendido entre 1910 y 1917, viaja dos veces más a Europa en viajes de estudio. Respecto a su estadía en Treinta y Tres, en 1964 en un artículo publicado por Eduardo Dieste en una revista especializada, éste publica: “entre los años 1914 y 1917, período pautado por un viaje a Francia e Italia, trae la novedad, en 1914, del descubrimiento del paisaje nativo a raíz de la estadía de varios meses que hace en el establecimiento de sus tíos en el departamento de Treinta y Tres:  “Es la primera vez que salí al interior –nos dijo- con un intento vago de pintar lo que saliere.  Me causó efecto de deslumbramiento al principio.  No veía el color, diluido monótonamente en las extensas planicies, ofuscado por la luz torrencial de reverberaciones sutiles.  Los horizontes parecían marinos, si no fuesen tan recios, tan decisivos sus límites, aun cuando abundan las ondulaciones suaves del suelo”.  “Fue mi primera excursión en el paisaje nuestro.  Pinté allí.  Me quedé unos seis meses porque yo estaba en pleno campo...Me resultó interesantísimo, sorprendente, para mí que venía, que tenía en los ojos el paisaje europeo siempre abigarrado, lleno de cosas, muy pintoresco, todo poblado.  El paisaje nuestro me resultó una cosa enteramente nueva, totalmente contrario a ese paisaje;  un paisaje así vacío, diríamos” 

                                           El artista, prolífico y reconocido a nivel mundial, solamente volvería a Treinta y Tres en esporádicas visitas luego del fallecimiento de su abuelo, en 1917, y desarrollará la mayor parte de su carrera artística entre Florida, Melo y Europa, donde fallece con 90 años en Alemania en 1977.