Un viaje al pasado rescató un tesoro
de documentos
De todo
como en botica: antiguo comercio de Yerbalito según sus propios registros
La
antigua pulpería, mezcla de bar, club social, taberna, casa de juego y almacén,
con sus característicos salones enrejados, fue paulatinamente evolucionando a
finales del siglo XIX, en completos comercios de campaña, verdaderos
“shoppings” de la época de ramos generales, que generalmente oficiaban además
también de intermediarios en ventas de ganados, acopiadores de frutos del país,
tahonas y banco.
Antiguo comercio del Yerbalito, Desplats, luego Fabeiro |
A
medida que se fueron afincando familias en la campaña, se fueron subdividiendo
las grandes propiedades y poblando las pequeñas, facilitado esto por períodos
de paz cada vez más prolongados y el hecho no menor que aún en medio de las
confrontaciones, casi siempre por parte de ambos bandos, se respetaban las
viviendas familiares, ayudado por la instalación de escuelas rurales y la
aplicación del Código Rural con sus normas de convivencia campesina, el respeto
a la propiedad y alambrado de los campos y delimitación de los caminos.
Esta
“repentina” población de la campaña contó con una variedad de orígenes que
incluían desde el gaucho emancipado, los portugueses asentados en tierras
orientales huyendo de tiempos difíciles en su patria y una primera gran
inmigración europea compuesta mayoritariamente de españoles, italianos y
franceses, conformó una sociedad rural cada vez más demandante de productos de
comercio y ello dio lugar sin dudas a la reconversión de las pulperías.
Eran
épocas pioneras, de reparto de correo por intermedio de chasques, de carretas
repletas a la ida de mercaderías que como mayoristas iban vendiendo en los
distintos comercios a su paso, y levantando a la vuelta lanas, cueros, cerdas y
hasta plumas, en un interminable viaje de ida y vuelta. Tiempos de las primeras líneas de diligencias, aún si autos
ni ferrocarril, de las grandes tropas hacia los mataderos capitalinos o a las
sobrevivientes “charqueadas”.
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El
pasado mes de enero, ante la invitación de unos amigos, concurrimos a un
establecimiento de campo que había sido recientemente enajenado, enterados que
en él, al abrir unas habitaciones que permanecían en desuso y cerradas hace
muchos años, se habían encontrado una gran cantidad de libros comerciales
antiguos, así como casi intactas muchas instalaciones y mobiliario de un
almacén de campaña que habría funcionado allí.
Una
vez que arribamos allí, observamos una buena casa de construcción quizá
centenaria, relativamente en buen estado de conservación que en si misma
constituye un buen ejemplo a conservar como representante de la arquitectura de
principios de siglo XX, como se puede apreciar en las fotos que acompañan estas
líneas, tomadas por Andrés “Tuerca” Costa en la oportunidad.
El
ala de la casa destinada a comercio, como mencionamos había permanecido cerrada
por varios años, y además de conservar las estanterías y algunos muebles del
almacén que ahí funcionó, había casi un centenar de libros de comercio algunos
de hasta 125 años de antigüedad, los que gentilmente los nuevos dueños de la
propiedad pusieron a nuestra disposición en calidad de préstamo.
Tras
realizar una primera rápida clasificación y selección, encontramos documentos
de al menos cuatro diferentes etapas determinadas en principio por los
titulares de libros, que corresponde a la titularidad del comercio, con toda
seguridad.
Los
más antiguos, unos libros “Diario” de 1871 y 73, corresponden a un comercio en
el paraje “Yerbalito”, propiedad de la firma “Martínez y Marín”, y entre las
anotaciones del movimiento de dineros y mercaderías, en varias oportunidades
hacen mención a recibir mercaderías y enviar efectivo “a nuestra casa de
Avestruz”, lo que nos lleva a pensar que estas instalaciones fueran tan solo
una sucursal de algún fuerte comercio con sede en el paraje mencionado.
Algunos
otros libros, ya corresponden a la década del 900, y entre ellos se destaca,
por ejemplo, el Diario Nº 1 del comercio
de Juan Desplats, “empezado hoy abril 10 de 1903”. De esta época, además del
mencionado y de otros similares, son además unos detallados libros de compras
de Frutos del país, donde se especifica no solamente qué se le compraba a quién
y el precio correspondiente, sino también se anotaba en el mismo renglón, la
marca y la señal del vendedor.
Hay
dentro del montón de libros encontrados, además, otros de un comercio a nombre
de Héctor Sala, de los alrededores de 1915, los que en un principio supusimos
fueran del mismo comercio que hubiera cambiado de titular (Desplats era suegro
de Sala), pero que una observación más detallada de un libro de archivo de facturas
de la época, nos informa que el comercio de Sala estaba en “Arroyo del Oro”.
Suponemos, sin confirmación a esta sospecha, que al cierre del mismo los libros
fueron dejados en depósito por alguna razón en casa del suegro, y fueron
mezclados con el tiempo con los correspondientes al comercio de Yerbalito.
Otro
grupo de libros, un poco más “modernos”, corresponden al mismo comercio ya en
manos del yerno mayor de Desplats, Francisco N. Fabeiro, quien junto a su esposa fueron los últimos titulares del mismo.
Ya
será tiempo, en próximas entregas, de contar un poco más detalladamente la
intrincada saga de estas dos familias dueñas de este comercio, Desplats y
Fabeiro, verdaderos pioneros del progreso de la época y cuyos descendientes aún
hoy conviven en Treinta y Tres y la zona.
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El
dedicado y detallado estudio de estos libros descubiertos dará sin dudas para
que investigadores genealógicos, históricos y sociológicos inclusive cuenten
con un relevante material de un período de nuestra historia del cual se ha
conservado relativamente muy poca información.
Sin
ánimo de atribuirme de éstas cualidades,
como simple aficionado a la historia local, una primera lectura de algunos de
ellos me ha permitido sacar algunas conclusiones que me gustaría compartir.
En
primer lugar, sin dudas, está el tema de las mercaderías que se vendían. Los
productos de almacén, se vendían en esa época no por kilo, sino por arroba, unidad de peso de origen español
que corresponde a unos 12 kilos. Productos de primera necesidad, como arroz, fideos,
azúcar, yerba, sal, harina, fariña, se entremezclaban en los pedidos con tabaco,
papel y fósforos, galletitas, gofio y cascarilla, y completaban el surtido con
algo de aceite, café, pasas, especias y enlatados, generalmente provenientes de
europa.
Pero
casi en cada cuenta anotada de los clientes, figura también algo extra:
productos tan diversos como los de bazar: juegos de loza y de te, cubiertos, ollas, adornos;
de barraca y ferretería: máquina de matar hormigas, alambre, clavos,
herramientas diversas, remedios médicos y veterinarios, materiales de
construcción: maderas, cerraduras, picaportes, loza de baño y cerámicas;
productos de tienda: sombreros, zapatos, alpargatas, ponchos, suecos, botas,
pañuelos, bombachas, vestidos, y de mercería: piezas enteras de telas “sarasa,
percal, madraz o lienzo” acompañaban a carreteles de hilo, botones, broches y
festones en cada cambio de estación. Y no olvidar los misceláneos y de cuidado
personal: peines, peinetas, perfumes, escencias, talco y “jabón de olor” eran
tan solicitados como velas, cuchillos, facones, añil, pólvora, balines, chumbos
y fulminantes.
Estos libros son la demostración fehaciente de la
vieja afirmación que en los boliches de campaña hay de todo, mucho más cuando
se profundiza en la lectura y se encuentran ventas aisladas de casi cualquier
producto: “5 timbres y un certificado”, sombrero y zapatitos de niño, libretas
de papel y sobres, argollas y productos de talabartería, cognac francés, vino
español y caña brasilera o bombones alemanes.
Otra de las particularidades que nos permiten conocer
estos libros es, sin dudas, el precio de comercialización de las haciendas y
productos de la zona en esos momentos específicos. Por ejemplo, en el año 1893,
Martínez y Marín le compran a varios vecinos vacas a 5, 50; bueyes a 8,50; novillos a 7; toros en 5 y 9.
Los cueros, por su parte, valían centavos: 0.08 los lanares pelados, 0.14 el
kilo de vacuno fresco; los borregos a 0.11 y un cuero de yeguarizo a 0.50. Solo
para tener un elemento de comparación, un par de alpargatas costaba 0.40, una
reja de arado 0.60, una botella de caña 0.24, una lata de sardinas 0.20 y ¼
arroba de azúcar se vendía por 0.80 (3 kilos aproximadamente)
Tantos detalles e información se pueden extraer de
estos ejemplares rescatados, que sin dudas el espacio se hace chico para
revelarlos minuciosamente. Sin embargo, otras de las anotaciones relevantes
para construir la “historia chica del pago”, son las relativas al envío de las
mercaderías acopiadas a los compradores capitalinos, ya que en casi todos los
casos, se consignan los nombres de los carreros que conducen las cargas y sus
cargas en sí.
Habría más para destacar en referencias que se pueden
extraer: nombres de los vecinos de la época en la zona y evolución y desarrollo
de las familias, puntos fuertes de producción se pueden deducir basados en la
cantidad de fardos de lana que compraban en cada zafra en el caso de la lana,
por ejemplo, o la cantidad de sacos para trigo que muchos productores retiraban para embolsar sus
cosechas y con seguridad llevar al molino de Perinetti en carretas para volver
con la harina producida, en fin… datos y deducciones que seguramente serán
producto de nuevas entregas.