viernes, 3 de febrero de 2017

Suena antigua, una música olvidada…

Apuntes sobre carnavales olimareños

        Estos recuerdos son solamente un esbozo de la historia de los carnavales de la capital  treintaitresina... Los se incompletos, carentes, y agradezco muy especialmente desde ya a los memoriosos que se tomen la molestia de dejar en los comentarios sus propios datos y recuerdos, que puedan llevar en un futuro próximo a elaborar un trabajo más completo de los carnavales...  

                    Pese a los relativamente pocos años de nuestra ciudad, al igual que en otro montón de aspectos, Treinta y Tres tiene también una rica historia y tradición carnavalera, que a pesar de no haber sido siempre identificada como “actividad cultural” y por ende contarse con muy pocos registros de principios del siglo pasado, ya en los febrer
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os de esa época, las autoridades policiales emitían “reglamentaciones” para conservar la tranquilidad ciudadana y evitar excesos durante las “carnestolendas”.
                                  En su libro “Treinta y Tres  en su historia”, el recordado Homero Macedo consigna que ya a finales del siglo 18, las bandas musicales que animaban las “retretas” en la plaza 19 de abril habían incorporado a los instrumentos tradicionales algunos “animadores de las comparsas carnavaleras, como el “Negrito” Larrañaga que tocaba el bombo o el “Pardo” Isabelino que manejaba los platillos”. 

En la misma publicación, Macedo indica además que ya entrado el siglo 19, “Murgas y comparsas desfilaban en corsos y visitaban casas de pobre y ricos” y con “singular brillo animaban veladas musicales”.
                     Mucha agua ha corrido por el Olimar desde entonces hasta nuestros días, y aún los olimareños mantenemos una gran expectativa por el carnaval, que a lo largo de los años ha contado siempre con gente dispuesta a conservar las tradiciones y mantener viva la “fiesta de Momo”.

                      Como se puede observar en una de las notas gráficas que acompaña estas líneas, ya en 1937 había durante el carnaval al menos un “tablado” popular instalado en una calle del pueblo donde animadores amateurs hacían las delicias de grandes y chicos que se volcaban en gran número a participar, requiriendo además de un buen marco de seguridad como también se puede apreciar por la presencia policial presente en la fotografía.
                      

                         Otro documento gráfico relevante, sin dudas, de los carnavales también de los alrededores de los años 30, es la foto que también adjuntamos a estas líneas de un baile realizado en el Club Centro Progreso, en la cual podemos ver una extensa concurrencia ataviada con sus mejores galas como correspondía a una importante
actividad social de la época, y donde rompen los esquemas de austeridad y  formalidad, los detalles como los arreglos de las mesas, los adornos del salón o la gran cantidad de papelitos y serpentinas que literalmente tapizan el suelo del lugar.
                 
     Más acá en los tiempos, las tradiciones orales y la poca documentación existente, nos hablan sin definir años específicos de conjuntos, murgas y comparsas, de músicos y animadores, de "vedettes", de mascaritos, cabezudos y carros alegóricos y de corsos, bailes populares y actividades sociales.
                        A mediados los años 60 comienzan mis primeras memorias carnavaleras. A la noche, salidas familiares a ver el corso, sustos de muerte propinados por los cabezudos de turno o bailes infantiles callejeros en el intervalo del corso frente a la vieja confitería Las Brisas cuando estaba en Lavalleja entre Basilio Araújo y Santiago Gadea, donde hasta hace pocos años estuvo la Farmacia Cortiglia. Mesas y sillas de mimbre
que se instalaban en las veredas y que ocupaban los mayores mientras los niños nos sentábamos en las viejas plegables de lata; los ojos grandes de asombre de descubrir un mundo nuevo y extraño, desde el sifón de soda que dejaban en la mesa para el whisky de mi padre hasta las dibujadas botellitas ámbar de la Crush que nos tenía que durar toda la noche; luces, música y colores que llamaban a la alegría de los niños en tropel hasta que la aparición de los mascaritos y cabezudos nos hacía refugiar en la falda materna.

Los carros del corso encabezado por “Chichí” que llevaban reinas o esculturas en papel maché y que nos divertíamos en atacar con papelitos y serpentinas desfilaban cansinamente, mientras las murgas pasaban por la vereda atestada, con su redoblar de bombo y platillos y la infaltable gorra recolectora. En el entretiempo que demoraban en dar la vuelta por el mismo circuito, la gurisada aprovechábamos para juntar los papelitos, volver a enrollar algunas serpentinas rescatadas o participar de divertidísimos bailes en la calle. Durante el día, al regreso del día de playa en el río, la “guerrilla” de agua de la cuadra, donde cualquier envase servía de “pomo” y de la que aunque participábamos todos los “gurises”, no se salvaba ni la doña de bastón que se le ocurría atravesar el territorio de guerra, aún a costa del reto de los mayores.
                        
             Algunos pocos años después ya más cerca de los años 70, la actividad principal se trasladaba en horas tempranas a las inmediaciones de alguno de las decenas de tablados que se erigían en toda la ciudad, y que cada vez más con el pasar de los años buscaban inventar actividades colaterales a su cometido principal de funcionar como escenario de músicos populares, murgas y hasta orquestas que amenizaban la noche, y fue así que se comenzaron a organizar concursos de reinas infantiles, carreras de
embolsados, de mozos y muchas otras actividades extra pese a lo cual no abandonábamos los consabidos “pomos” y los más pudientes ya adquirían las primeras “bombitas” de agua.
                         Los tablados y su entorno son por sí solos merecedores de un capítulo aparte. Desde la exquisitez de sus diseños y escenografía, verdaderas esculturas y obras de arte de cuya magia no escaparon artistas plásticos del renombre de Mancebo Rojas o Pepe Sosa complementados exquisitamente por
el arte popular de geniales advenedizos, hasta los cientos de anécdotas protagonizadas en su mayoría por improvisados presentadores que hacían las delicias de grandes y chicos. Son famosos en la tradición popular, por ejemplo, los “gags” protagonizados por el “Gavirola” o por “Abejase” (en realidad Abefase) y tantos otros cuando se “atrasaba” algún número y había que llenar el tiempo vacío: las publicidades que ayudaban al pago de los números musicales y que la mayoría de las veces eran improvisadas por los animadores a partir del simple nombre de la empresa auspiciante.

    Tal vez uno de los debes más grandes de la historia reciente olimareña es la postergación y el olvido de los cientos de personas que hicieron una verdadera identidad pueblerina del carnaval olimareño a lo largo de los años. Ya casi nada más que imprecisas memorias quedan en pocos, por ejemplo, de los entonces populares “asaltos” que se
llevaban a cabo generalmente los miércoles de la semana de carnaval, y que se extendieron posiblemente hasta recién iniciados los años 70. Personalmente supongo que tuvo mucho que ver con la extinción de esta costumbre la instauración de la dictadura en el año 73, en el marco de la restricción de las libertades que se puso inmediatamente en práctica. Los “asaltos” eran en esa época una costumbre bastante enraizada, que consistía en “barras” de amigos que se reunían para disfrazarse y salir en forma conjunta a irrumpir por “asalto” en los bailes de los clubes sociales, procurando no ser identificados, realizar travesuras e irse antes que fueran descubiertos.  Son

también abundantes las anécdotas de estas actividades, desde los muchos que se disfrazaban de mujer y “enamoraban” algún muchacho toda la noche, hasta un caso puntual de un matrimonio que hasta hoy continúan juntos, que se conocieron una noche ella disfrazada e in identificable con un trabajado antifaz, que solamente le reveló la cara a su pretendiente segundos antes de entrar a su casa tras haber bailado y conversado toda la noche.
                     Seguramente en todos quienes peinamos canas, aparecen en la memoria cuando hablamos del carnaval de antes, los “Bohemios” de Juan Raposo o el “Petiso Coto” con su mejor
humor payasesco, o las murgas Alegres Profesores, Titulados sin Diploma y Andá a Cantarle a Gardel, entre muchas otras. Quedan vigentes para muchos también algunas famosas letras de “sucesos” comarcanos cantados con picardía y mordacidad por estos trovadores populares, como aquel recordado cuplé referido a un baile en el Centro Comercial: “no sé si te acordás, nena, que noche fenomenal, pasamos la noche aquella en el centro comercial”, o los excelentes
recitados del “Gordo Pelota”, los bailes gesticulantes del “Pistola” o del “Negro” Mansilla, el placer de ver a “Lalá” Ramón Curbelo literalmente “desarmarse” bailando tocando el redoblante y el hondo sonido de los bombos magistralmente hechos por “Pepino”.

                         Ya en los principios de los ochenta, acompañando la apertura democrática, aparecen los primeros esbozos olimareños de las “murgas modernas”, con la llegada de “La Paloma” y los “Payasos Criticones” primero, y casi inmediatamente la creación de “La Obrera” y “Tirate que hay Arenita”, que aunque me comprenden las generales de la ley, como se dice habitualmente, cabe decir que a mi juicio fue el punto de inflexión para transformar las murgas olimareñas de agrupaciones tradicionales a un nuevo estilo de murga más “profesionalizada”, más preocupada por la innovación, por la integración de nuevas técnicas en la renovación del espectáculo.

                      Referentes ineludibles de estos últimos 30 años de las murgas olimareñas son sin dudas César “Amarillo” Puñales, director y fundador de “la Arenita”; Ramón Fleitas, impulsor, alma mater y comodín de los “Payasos”; y tantos más como “Pochón”, “Coronel” y el propio “Pistola”, testigos invalorables de la historia de la fiesta de Momo que algún día deberá contarse con más detalle. Personajes inolvidables, siempre recordados, valores fundamentales en estos relatos, como Ariel Rodríguez, Carlitos Perdomo, el “Negro Richard, el “Gordo” González y tantos otros ya desaparecidos no podrán dejar su testimonio oral, pero sin dudas su huella en el carnaval olimareño y sus legados no serán fácilmente olvidados.
                

 Desde mediados de los 80, entonces, es que crece y se expande en los carnavales el fenómeno murguero, llegando en el punto más alto de esta tendencia a salir 6 o 7 murgas en el mismo carnaval: las ya nombradas “Payasos Criticones” y “Tirate que hay Arenita”, la “Reina del Olimar” cuya alma mater fue el “Gordo” González, una murga infantil respaldada por los “Payasos”, incluyendo la experiencia de la murga mixta “La Auténtica”, integrada por hombres y mujeres y el retorno a las
tablas de los “Profesores” en una nueva y aggiornada versión. No debemos olvidar tampoco mencionar aun con corta vida, las murgas “Conformate” y “Orgullosamente Mujer”, integrada esta última solamente por  damas. Competencias regionales, nacionales e internacionales se engalanaron con la presencia de murgas olimareñas siempre dando pelea por los primeros lugares donde se destaca en primer premio obtenido por “La Arenita” en el festival latinoamericano de música “Musicanto”, desarrollado en Santa Rosa, Brasil.

               A partir de entonces, algunos años más, otros menos, cada vez más actores populares se fueron sumando a la fiesta de Momo olimareña: los dúos cómicos cuyo ejemplo más sobresaliente fueron los “Canta Raro” a lo largo de sus diferentes integraciones, un equipo de Humoristas liderados por Alejandro Rojas y Esteban Orgambide que cumplieron una etapa de singular suceso, las escuelas de samba con orígenes en los Filhos da Rúa que luego diera paso a dos o tres agrupaciones más, y el retorno al carnaval treintaitresino de las comparsas, “Olimarada del Candombe” y “Primos Lubumba”, por ejemplo.

               Seguramente muchas personas, agrupaciones y anécdotas y actividades habrán quedado en el tintero. No tengo dudas que faltó mencionar la participación de los barrios, sus espectáculos, corsos,  “carros” o mises; o las empresas que como Lyda desde hace muchos años participan de la fiesta; o los bailes en los centros de barrio, o cientos de personas anónimas que año a año aúnan esfuerzos y ponen su granito de arena para que siga siendo exitosa la fiesta de Momo. 

1 comentario:

  1. Muy bueno excelente relato que nos regresa a la adolescencia

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