miércoles, 5 de junio de 2019

Oliveres intendente


Una actitud diferente: no cobró ni un solo sueldo




                                                            El doctor Francisco N. Oliveres, de quien casi todos en Treinta y Tres ya tenemos al menos referencia, fue sin lugar a dudas uno de los hombres más influyentes en nuestro pueblo a comienzos del siglo XX, a quien se recuerda permanentemente por su donación póstuma de la Quebrada de los Cuervos, su biblioteca y otros legados; por su contribución a las grandes obras y emprendimientos de la época; y por su gran aporte a la historia local y regional a partir de tres de sus libros: Los Pleitos del Ejido, Datos, Apuntes y Recuerdos, y Toponimia de Treinta y Tres y Cerro Largo, entre otras cuestiones.

                                                                Oliveres era un abogado, productor y comerciante que heredó un buen capital y lo multiplicó, apasionado de la cultura en general y de la historia en particular, al punto que la colección de documentos que reunió conforman una colección especial de consulta en el Archivo General de la Nación.

                                                                Pocas maneras mejor de definirle habrá que las palabras que le dedicó Luis Hierro en 1912, cuando por razones particulares Oliveres decidió dejar Treinta y Tres y pasar a residir permanentemente en Montevideo, y que fueran publicadas en su momento por el periódico “El Comercio”.

                                                               En la parte medular de su discurso, Hierro expresó: “Es un hombre de bien. Ama la virtud por instinto... Hace el bien por el bien mismo… Practica el deber como una imposición matemática… El doctor Oliveres es bueno, puro, generoso y grande. Si la honradez, la inteligencia, la integridad, la delicadeza, la generosidad y la virtud no tuvieran nombre, deberían llamarse Oliveres…”   “El doctor Oliveres es un hombre de lucha y un hombre de triunfos. No se ha lanzado a las cuchillas acaudillando multitudes, ni ha sentido ante sus ojos el rojizo resplandor de las batallas campales; no ha ido a las tribunas políticas para hacer campañas eleccionarias, ni siquiera ha escalado puestos públicos…”

                                                                   Unos meses antes de su alejamiento temporal de su Treinta y Tres natal, sin embargo, Oliveres había aceptado transitoriamente el único puesto público que ejerció en su vida, asumiendo la presidencia de la Junta Económico Administrativa, en la práctica Intendente del Municipio, acompañado por Rafael F. Ximénez como Vicepresidente y los señores Tomás Sánchez, Santiago Aycaguer, Constancio A. Fleitas, Isidro Medero y Cornelio Piedra como vocales.



                                                                   En la oportunidad, “El Comercio” sostenía: No es necesario forzar el elogio para decir que la actuación del Dr. Oliveres está unida a todos nuestros progresos locales de varios años a esta parte. Protector de todas las empresas elevadas y hombre de verdadera acción en el terreno de la prosperidad general, el Dr. Oliveres, alejado por completo de la política, imprime norte seguro a todos nuestros movimientos de progreso. Las Exposiciones Feria que con tanta frecuencia han derramado su riqueza en el departamento han tenido en el Dr. Oliveres su más decidido paladín. El Centro Progreso que expresa como institución social nuestra cultura, debe su actual próspero estado a la acción perseverante, a la inteligencia y al bolsillo del Dr. Oliveres. Los puentes han tenido en él un gestor importante. El ferrocarril le debió no pocas energías y, en una palabra, el Dr. Oliveres ha estado presente en una forma activa y distinguida en todas las manifestaciones de prosperidad y cultura de Treinta y Tres. Tal es el hombre que por primera vez en su vida acepta un puesto público. Tenemos la seguridad que su gestión ha de arrancar aplausos a todas las personas desapasionadas”.

                                                                      En el marco de su gestión municipal, según publicaciones de la época, Oliveres se ocupó de poner al día las cuentas públicas, racionalizando gastos y esfuerzos y priorizando los servicios básicos, “para sacar al Municipio del mal momento administrativo que estaba pasando”.

                                                                      Ocupó el cargo en forma interina durante algunos meses, - como lo había anunciado según parece-, y al cumplirse cada mes de su “administración”, trascendía similar noticia en los periódicos de la época: la donación de su sueldo mensual. El primer mes, lo donó a las arcas municipales para hacer frente a pagos atrasados, el segundo, lo destinó para la compostura de una calle en la localidad de Vergara, el tercero, fue destinado a la compra de vestimenta a los niños pobres concurrentes a la escuela. El siguiente, del mes de abril, lo donó al Patronato de Damas (institución benéfica), para ser destinado al auxilio “de los pobres perjudicados a causa de las última crecientes”.


                                                                       “Estos rasgos filantrópicos ponen de relieve al hombre. Es notoriamente conocida la delicadeza de sentimientos que para honra de Treinta y Tres ocupa actualmente la Intendencia Municipal. Las intensas virtudes que forman su carácter le generan el aprecio y respeto de cuantos le conocen, porque el doctor Oliveres, enemigo de vanidades y vanaglorias, ha estado presente en forma activa en todos los infortunios, siendo muchos los hogares desamparados que le deben una hora de alegría y un pedazo de puchero”.

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