miércoles, 12 de octubre de 2016

Espisodio de la independencia nacional

A más de 200 años de la Proclama del Avestruz

En tierras hoy olimareñas, Ramón Villademoros intenta resistir la invasión lusitana

               Las propiedades de Romualdo de la Vega - uno de los primeros adquirientes de las heredades de Bruno Muñoz- ocupaban casi 50 mil hectáreas del hoy departamento de Treinta y Tres, en los albores de la revolución en 1811. Concretamente, el territorio comprendido entre el río Olimar Grande, el arroyo Avestruz Grande y la Cuchilla Grande, en ese entonces el principal camino para acceder desde el sur de la Banda Oriental al recientemente fundado pueblo de Melo (1795).
La inmensidad de las sierras, campos de De La Vega

                 En Melo, precisamente, vivía desde principios de siglo don Ramón Antonio Rodríguez Villademoros Carbajal y Candamo, un asturiano que había arribado a América veinteañero para trabajar como dependiente en la tradicional casa de Ramos Generales Durán de la Quadra. Abraza la carrera de las armas sumándose a la defensa ante las dos Invasiones Inglesas, y tras contraer matrimonio en 1805 con la montevideana Josefa Palomeque, se muda a la incipiente ciudad del Cerro Largo, donde nacen sus hijos (entre ellos Carlos, abogado, escritor y político blanco, estrecho colaborador de Oribe), continuando con su actividad castrense a las órdenes del Virreinato español, en la Guardia de Melo.
                   Corre el año de 1810 y se asoman tiempos de revolución. Comienzan desde Buenos Aires los enfrentamientos armados entre patriotas y realistas, los que paulatinamente se trasladan hacia nuestro territorio. A comienzos de 1811, Montevideo se convierte en sede del Virreinato del Río de la Plata con la radicación del novel virrey Francisco Javier de Elío; y día a día aumenta cada vez más la simpatía de los criollos de la Banda Oriental a favor de la revolución, estimulada por la acción represiva de Elío.
               Días después del Grito de Ascencio del 28 de febrero de 1811, cuando todavía Villademoros formaba parte de las fuerzas realistas, cae prisionero de un grupo de insurgentes criollos, y es trasladado a un cuartel de Mercedes. Ahí conoce al General José Rondeau, de quien se convierte en ferviente admirador y seguidor, y se pasa al bando revolucionario, donde militaba además el caudillo oriental José Artigas.
                Participa activamente de la Batalla de Paso del Rey, y en la Toma de San José del 25 de abril ya era subteniente de caballería a las órdenes del capitán Manuel Artigas. Por aquel entonces ya era solamente Ramón Villademoros. Había perdido la extensión de los apellidos. Pese a no tomar parte directamente de la Batalla de Las Piedras, el 21 de mayo está junto a Rondeau cuando se instala el Primer Sitio a Montevideo.
Otra imagen de las sierras

                   Al verse sitiado, el Virrey Elío acepta la ayuda ofrecida por el Rey de Portugal, que envía un ejército de 4 mil soldados al mando del general Diogo de Souza.  Apenas ingresado a nuestro territorio el jefe del ejército lusitano publicó un manifiesto a los habitantes de la Banda Oriental, sobre las puras y leales intenciones de su Majestad Real que era pacificar las tierras de Su Majestad Católica y no conquistarlas. “No es con intención de conquistar vuestro país, que me determino a entrar en él, el objetivo de mis operaciones tendrá solamente en vista apaciguar las querellas de una revolución que desgraciadamente os inquieta y os obliga a derramar sangre de vuestros propios compatriotas”.
             Al mando de una partida de una decena de soldados y cumpliendo órdenes de Rondeau, Villademoros vuelve a su Melo familiar, a prestar ayuda en la defensa de la ciudad, pero cuando llega se encuentra con que el comandante de Cerro Largo, Joaquín de Paz, había rendido la villa al enemigo “para evitar su destrucción”.
              Los patriotas no creen en esas “puras” intenciones expresadas por De Souza, y Villademoros, actuando en la campaña próxima a Melo, se aboca a reunir fuerzas consiguiendo adeptos para la causa patriota, estando en constante contacto epistolar con su jefe admirado Rondeau, quien en una carta escrita en el Cuartel de Arroyo Seco, le confirma que las marchas y operaciones observados a los invasores “son de enemigos” y le insta a  observar e informar de los movimientos del ejército portugués, recoger ganado y caballadas que pudieran servir, y continuar reclutando paisanos para enfrentar al invasor, “les procurará Ud. hacer los daños q.e pueda, dirigiéndose con la prudencia y pulso q.e exigen las circunstancias. Dios guíe á Ud. M.s años. José Rondeau”.
               Villademoros obedece al pie de la letra, hostigando con guerrillas a simpatizantes realistas y a fuerzas lusitanas.

            Y es en las vastas tierras de Romualdo de la Vega, patriota de las primeras horas, donde Ramón Villademoros instala su campamento y se aboca rápidamente a cumplir las órdenes recibidas.
El grueso del ejército portugués que había tomado Melo y acampado en sus inmediaciones, parte a fines de agosto hacia Santa Teresa, quedando en la villa una fuerza portuguesa al mando de Manuel Alvares Guimaraens. Enterado en los primeros días de setiembre que en Melo había quedado tan solo esa pequeña fuerza defendiendo la plaza, y contando ya con una tropa cercana al centenar de hombres aunque con muy poco armamento, planea un ataque para recuperar la ciudad. Rondeau reconociéndole ya el grado de Capitán le anuncia el envío de refuerzos para facilitar la reconquista. Villademoros entonces elabora y dirige una memorable proclama, que transcribimos a continuación:

Campamento en el Avestruz, setiembre 15 1811.

Valientes Americanos. Después de tantas fatigas, para recobrar vuestra libertad ¿podréis mirar con indiferencia, que una nación extranjera, venga a poner sobre vuestros cuellos un yugo de bronce? ¿Permitiréis que los portugueses, bajo el fingido pretexto de pacificar entren soberbiamente en vuestros campos, insulten vuestras personas, logren el fruto de vuestros sudores, violen vuestras mujeres y vuestras hijas, dejándoos a un tiempo sin honor, sin libertad y sin bienes? NO. Tenéis un corazón esforzado y al oír estas palabras, me parece ver impreso en vuestros semblantes el furor, la rabia y el espíritu de la más cruel venganza, pues ¿Qué hacemos? Los portugueses que atropellando injustamente vuestros derechos, han entrado en este país, nada más han hecho que violencias, robos, insultos, con el orgullo más insufrible.
  Si cuando dicen que vienen solo a pacificar nos hacen sufrir tanto oprobio; ¿cuál será nuestra suerte, al ser tardos en manifestarles nuestros esfuerzos, si consiguen dominarnos? Mi corazón tiembla con tan triste recuerdo:
Unámonos pues, hagamos ver que somos libres y valientes; caigan hechos pedazos a nuestros pies y vayan tan escarmentados que ni aun acierten la senda que guía a su país, sufran las cadenas que nos labran y confiesen envueltos en miserias y despedazados de un arrepentimiento inútil, que nada es capaz de resistir al hombre cuando defiende sus derechos y la Libertad de su Patria.
  Son muy débiles sus armas: el desprecio con que nos tratan y el concepto que habían formado de que somos cobardes, aseguran mejor nuestra victoria: estoy bien cierto, de que hasta en sueños están ocupados con mil peligros, que ven en una retirada, que aunque es vergonzosa, es el único medio triste de salvar sus miserables vidas. Ya comienzan a temernos y han probado mucho en todas partes los efectos de su locura y de nuestro valor.
 Tiemblen pues, tiemblen al oír el nombre que nos distingue, si prosiguen insultando a unos hombres que han decretado morir con honor a vivir libres.
Ramón Villademoros. 


             El 22 de setiembre, Villademoros recibe la orden esperada: atacar Melo. Un oficio de Rondeau de esa fecha, exhorta a … “emprender esta acción”, extendiéndose en augurios y consideraciones, agregando que “he visto la preciosa Proclama de VM. digna de elevarla al conocimiento de la Exma. Junta”, y señalando por último que asegure al “Vecino D.- Romualdo de Vega a más de su patria se le done desembolsos y se tendra müi precénte el servisio que hace como un particular merito qué contrae”.
              Al mismo tiempo, el enemigo no permanecía estático. Una de las cartas de Rondeau había sido interceptada por los portugueses, y estaban en conocimiento de las intenciones de los criollos encabezados por Villademoros.
Recuerdo a Villademoros y su proclama, en la Escuela 69
           Con el propósito de evitar que se le unieran los 250 hombres de refuerzo comandados por Manuel Francisco Artigas, hermano del prócer, que había enviado Rondeau, aúnan esfuerzos tres partidas portuguesas, una de 73 hombres al mando de Manuel Joaquim de Carvalho, 30 comandados por Bento Lopes, y una tercera de 60 efectivos encabezados por Antonio Pinto de Fontoura, que el 29 de setiembre atacan inesperadamente el campamento revolucionario “en el rincón de la Avestruz, estancia de Romualdo Vega”, según el parte oficial portugués, diezmando las tropas de Villademoros (murieron 37 de los 110 hombres que la componían y le toman muchos prisioneros), escapando perseguido y herido el capitán con una pequeña escolta. Notifica luego a sus superiores su derrota desde “Puntas del Yerbal”. Días después, es capturado y enviado prisionero a Río Grande, donde permaneció en la cárcel hasta ser liberado tras el armisticio de octubre, que dio lugar además al levantamiento del Primer Sitio de Montevideo y al inicio del Éxodo liderado por Artigas.

               Una vez en libertad, vuelve a ponerse a las órdenes del ejército comandado por Rondeau: participa en el Segundo Sitio a Montevideo en octubre de 1812; y más tarde, en setiembre del 13, cruza el río de la Plata para asumir como Teniente de Cazadores en Santa Fe. Acompañó al Ejército del Norte de Belgrano, y cuando Rondeau asume el comando del Alto Perú, Villademoros ahí está. Se encuentra en la vanguardia y es capturado por los españoles en la localidad boliviana de Oruro, y fusilado el 20 de octubre de 1815, por ser español combatiente contra el imperio.
Desfile en conmemoracion de los sucesos, en la Escuela de Avestruz Chico
Foto de los años 70, gentileza de la maestra Adriana Caraballo

             Su retrato, según fuentes de internet no comprobadas, cuelga a la derecha del de Simón Bolívar en el Museo Bolivariano de Lima y sendas calles en Melo y Montevideo le recuerdan por su valiente actuación en defensa de la independencia americana. La escuela N° 69, de Avestruz Chico, también lleva su nombre.

martes, 4 de octubre de 2016

115 años de historia e historias

Sociedad Fomento de Treinta y Tres, más que una agremiación rural centenaria



La Sociedad Fomento de Treinta y Tres, que está celebrando su centenario el presente año, ha conquistado en su tiempo de vida un singular espacio en la colectividad olimareña, siendo desde su creación un punto de referencia y un espacio de desarrollo, de emprendimientos, en impulso de toda la comunidad.

Cuando nuestra ciudad contaba con apenas escasos cincuenta años de fundada, y el departamento había sido creado pocos años antes, a fines del siglo XIX, y a pesar que no existen datos concretos de la cantidad de ganaderos y productores agropecuarios en la zona, había ciertamente un nutrido grupo de grandes estancieros quienes siguiendo con las líneas generales de la época, estaban afines a mejorar su producción por medio del mejoramiento de razas.
En ese marco, apenas culminada la revolución del 97, el doctor Juan Antonio Escudero, destacado hijo de estos pagos que mucho hizo por el futuro de Treinta y Tres , promueve en la creación de un grupo de personas interesadas en participar y concurrir a la Exposición de Rocha a adquirir reproductores, en lo que constituye el primer indicio de un movimiento gremial pecuario en nuestro medio.
Según Obaldía Goyeneche, en esa fecha se reúnen en un comercio de la calle Juan Antonio Lavalleja Nº 97, a instancias de Escudero, los señores Bernardo G. Berro, Luciano Macedo, Ricardo J. Areco, Alfredo Aguiar, Isidoro J. Amorín, Braulio Tanco, el coronel Agustín Urtubey, Bautista y Fermín Hontou, Luis Hierro, Andrés Ferreirós, Aureliano Berro, Federico Escudero, Arturo Crovetto, Pedro Aguiar, José R, Gómez, Regino Ipar, Indalecio Rodríguez Rocha, Angel Cal y Domínguez y Pedro Buenafama, acordando constituirse en comisión con tres propósitos bien definidos: participar en la Feria Ganadera de Rocha a celebrarse en marzo de 1900; promover la fundación de un centro social en Treinta y Tres “con fines de instrucción y de propaganda rural, buscando el concurso del vecindario y de la juventud sin exclusiones ni distinción de creencias políticas o religiosas”, y finalmente promover la celebración de un Concurso Feria Ganadera en nuestro medio “en fecha más o menos breve”.
Más tarde, se suman entre otros Fructuoso Del Puerto, Tomás Jefferies, Ramón Lago, José F. Lucas, Julio María Sanz, Carlos Hontou, el coronel Basilicio Saravia, Urbano Mederos, y a medida que los trabajos avanzan, se agregan el doctor Francisco N. Oliveres, Plácido Rosas, Cándido Gordillo, el juez letrado Alejandro Furriol y otros.

Se concretan los tres propósitos: se concurre a Rocha, se funda el Club Progreso y ya a comienzos de 1902, la misma comisión entonces presidida por Bernardo Berro, concreta la realización de la Primera Exposición Ganadera de Treinta y Tres, que se lleva a cabo a principios de 1903 en los terrenos de la “Plaza de Carretas”, predio que actualmente ocupan la Plaza Colón, el Parque Colón y las instalaciones de OSE y del MTOP, con singular éxito, y que merece es si misma ser objeto de otra nota más extensa.
Vienen luego nuevos tiempos de revolución, en 1903 y 1904, y un par de años después de finalizados los enfrentamientos, en 1906, a instancias del nuevo Jefe Político Coronel Basilicio Saravia, algunos vecinos conforman una sociedad llamada Fomento, para celebrar una segunda Exposición en el mismo local donde se llevó a cabo la primera, aprovechando la buena experiencia previa y las obras que permanecían intactas desde la primera. Esta segunda comisión presidida por el Dr. Francisco N. Oliveres, aunque mucho más formal que la primera y con mayor contacto con otras gremiales del país, tuvo una duración bastante corta, ya que tampoco prosperó de la manera esperada, concluyendo con su disolución en el año 1915. No obstante ello, sin dudas, también fue parte importante e influente en el Treinta y Tres aldeano de principios de siglo. Valga para muestra señalar que en ocasión de la llegada del tren a la ciudad cuando la inauguración de la estación, en 1911, fue esa sociedad la que organizó a su costo el banquete popular y el “arco de flores” que recibió a los visitantes.
Por la misma época, también en 1915, a instancias del nuevo Jefe Político, Marcos Bodeán, se constituye una nueva comisión, mucho más formal, adoptando un sistema de sociedad por acciones, en cuya primer asamblea presidida por el Dr. Braulio Tanco, se aprueban los estatutos que regirán la misma, y se realiza la elección de la primer Comisión Directiva, integrada por los doctores Carlos María Uriarte, Oscar Ferrando y Olaondo, Carlos A Larrosa, Marcos Bodeán, Ricardo Barba, Alejo Gorosito, Manuel Buenafama, Salvador Ferrer y Carlos Hontou Aguiar, y que es entonces la sociedad que actualmente celebra su centenario.
Proyecto original del año 20

En pocos años, una nueva directiva presidida por Tanco adquiere el primer campo de la sociedad, 73 hectáreas en las que se realizan las primeras instalaciones necesarias para realizar ferias, que empiezan a celebrarse a partir de 1920 y que alcanzaron sumas de verdadera importancia. En ese mismo año se adquieren otras 118 hectáreas para ampliar el local.  La bancarrota de 1922 arruinó también a esta sociedad: las ferias no producían y no había recursos para atender las deudas, pero la voluntad y tesón de directivos y socios muchas veces utilizando recursos propios personales, hicieron frente a la situación hasta concretarse, en 1930, el arrendamiento de local de feria, con propósitos comerciales, a la forma Izmendi, González y Aramendi. Uno de sus principales, el martillero Isidro V. Izmendi, y sus descendientes, mantuvieron esta relación de arrendamiento hasta entrados los años 90, por más de 60 años, en los cuales se consolidó el local con obras y trabajo que le convirtieron sin dudas en uno de los mejores del país.

La Sociedad Fomento de Treinta y Tres, a lo largo de su historia, ha celebrado ferias y exposiciones ganaderas, que han sido parte fundamental en su misión de propender al desarrollo de la ganadería, pero además ha sido pionera en expandir esos eventos a muchísimas ramas menores de la actividad rural, como concursos avícolas, de razas suinas, de lana, de esquila, de vellones, de arboles, de jardines, de actividades agrícolas, de lechería, en fin, concursos que en su momento nuclearon a quienes se dedicaban con preferencia a esos rubros y que luego fueron derivando cada uno en sus propias agremiaciones de productores.
Pero no solamente en el ámbito rural se destacó la Fomento: en el ámbito educativo, por ejemplo, ha sido benefactor de muchas escuelas rurales (desde la donación de las 5 hàs de la escuela 28 de Villa Sara hasta otorgamientos de fuertes sumas para obras a otras de la séptima), del liceo departamental, con importantísimas donaciones en metálico, o de la Escuela Industrial, que la institución luchó tanto por conseguir para el medio. La fomento, incluso, desde mediados del siglo pasado y por lo menos hasta la última década, otorgaba distintas becas de estudio técnico y universitario a estudiantes destacados de secundaria en las ramas asociadas con el campo.
A nivel social, mucho debe también nuestra ciudad y departamento a la Fomento y sus directivos de las primeras épocas: desde múltiples obras de caminería departamental y nacional (las rutas 8 en los años 30, su continuación a Melo, la ruta a Passano, la ruta 18, la construcción de puentes y alcantarillas, la fuerte defensa de la construcción de la vía a Río Branco, etc. Son acciones que han contribuido eficazmente, con iniciativa y actuaciones y muchas veces hasta con importantes sumas, al progreso departamental en sus más amplios intereses.

Sin lugar a dudas, fue una institución netamente localista, comprometida con los intereses sobre todo del departamento, pendiente de sus problemas y atentos a discutir y propender soluciones o paliativos. Podríamos destacar decenas de ocasiones, como aquella en 1923 cuando se declara una epidemia de Carbunco y la Fomento a su costo manda vacunar todos los bovinos de las áreas urbanas y “de los pobres que no puedan pagarlo”, o en los años 40 cuando se arrecia en la lucha contra la sarna ovina y la garrapata vacuna, que la institución contrata dos funcionarios y los pone a la orden de la Policía Sanitaria del departamento “durante el tiempo que sea necesario”, como consta en actas.
Ha sido también, en su doble función de sede de remates feria y locación para los deportes hípicos que se llevan a cabo en su pista desde los años 20, el motor impulsor y de crecimiento del entonces Pueblo Lavalleja, hoy Villa Sara. En ella misma, han trabajado y prosperado directa o indirectamente la mayoría de las familias de la zona.
Ha sido sin dudas intérprete gremial de un nutrido núcleo de productores y ha procurado además favorecer la educación y mejoramiento de la campaña y sus pobladores, con innumerables acciones educativas, culturales, recreativas y comerciales a lo largo de su fecunda existencia, y al decir de su actual presidente durante la inauguración de la última exposición celebrada días pasados, comprometida a continuar en la senda de ser en todo tiempo, parte importante del presente y el futuro de Treinta y Tres.

Escarbando la memoria..

Una feria en el recuerdo




Las ferias ganaderas han sido fundamentalmente a partir de fines del siglo XIX, una actividad común a prácticamente todos los pueblos del interior del país, y el Treinta y Tres de entonces también se realizaban periódicamente.

En sus comienzos, los remates eran realizados en campo abierto. Se convocaba a los vendedores para una fecha y un lugar específicos por parte de los organizadores, y llegada la fecha se recorrían los lotes rematador y compradores montados a caballo o en carro, y se iban vendiendo los animales ofertados.

A principios del siglo XX, la mejora en las comunicaciones que significó la llegada del tren y de los primeros automóviles que obligaron a la mejora de las carreteras y la construcción de puentes, entre otros motivos, provocó que cada vez más se buscara realizar las ferias en lugares donde compradores venidos de pagos lejanos tuvieran más facilidad de llegada, por lo cual los lugares donde se efectuaban las ventas se fueron concentrando en ciudades y lugares poblados. Eso hizo, además, que se debieran acondicionar espacios con comodidades para tal fin, lo que dio lugar al nacimiento de los “locales feria”, que prácticamente no han cambiado sus características básicas hasta nuestros días: un “pista” donde se muestran y ofrecen los ganados a la venta, “mangas” de encierre para encerrarlos una vez vendidos, “calles” de entrada y salida de la pista, un palco para observar el transcurrir del evento con comodidad, y la tribuna del rematador.

En nuestra ciudad, sin temor a equivocarme, el más viejo y conocido de ellos es el de la Sociedad Fomento de Treinta y Tres, situado en Villa Sara.
Por los años setenta, desde algunos días antes de cada feria, comenzaban a llegar al “Fomento” las primeras tropas de ganado que se remitían para la venta.
Yo conocí esta actividad y viví ese entorno desde mis primeros años: mi padre llevaba más de 20 años trabajando en el escritorio Izmendi, y en épocas de vacaciones, no lo dejaba en paz hasta que accedía a llevarme a la que quedaba más cerca, la feria mensual que hacían en la Sociedad Fomento de Treinta y Tres, en Villa Sara. Era una fiesta para mí: el “Canela” Medina, que era el cantinero principal y siempre me recibía con un “crush” aquella de la botella ámbar que en mi inocencia pensaba que era un regalo que me hacía, y después me corría hasta el “puesto” de dona “Flora” primero y al de “Don Sabino” después, donde nunca faltaban pasteles y tortas fritas recién hechas.
Eran épocas de una feria que duraba varios días, en las que se reunían miles de cabezas de lanares y vacunos y caballos, que se vendían en jornadas larguísimas que comenzaban a la mañana y solo se suspendían cuando ya la luz no era suficiente para ver correctamente.

Pero, como mencioné antes, la actividad no se limitaba a los días específicos del remate y venta de las haciendas, sino que el singular movimiento comenzaba algunos días antes, con el arribo de las primeras tropas, generalmente de grandes lotes de lanares, que caminan mas lento y con más dificultad, provenientes de campos de todos los pagos del departamento. Más tarde, pero aún en días previos, comenzaban a llegar las tropas mixtas, luego las de vacunos.

Muchas de las tropas, eran conducidas por los propios patrones y sus empleados, o sea los productores dueños de las haciendas, aunque las más venían a cargo de “troperos”, profesionales del transporte de ganado por tierra, sabios ejecutantes de una profesión que el tiempo y la modernización se encargaron de desaparecer. Como en todas las profesiones, existían tipos distintos de troperos. Estaba el “capataz” de tropa, persona de amplio conocimiento de caminos, pasos y pastoreos, con amplia capacidad en manejo del personal y hombre de honestidad a carta cabal, ya que era depositario y responsable no solo del ganado a su cargo, sino de los dineros y gastos que implicaban la tropeada. Luego estaban los “peones” y entre ellos distintos “especialistas”: punteros, laderos, el encargado del campamento, etc.
Y cuando las tropas empezaban a caer a la Fomento, los “patrones” y capataces de tropa, luego de dejar sus respectivos animales “bien acomodados”, asegurándose que contaran con agua y pasto suficiente dentro de las condiciones de la época del año, dejaban algunos peones “haciendo ronda” (cuidando que los animales no se dispersaran y se entreveraran con los de otros dueños) a la espera de las órdenes del capataz de feria, máxima autoridad incontestada de los movimientos de los ganados dentro del local.
Acomodada la tropa los troperos “pueblereaban”, ataviados con sus mejores pilchas y pingos, hasta el día del remate, ya fuera a visitar amigos y parientes, realizar trámites o simplemente a pasear o de compras, que daban vida y movimiento a restaurantes, pensiones y hospedajes.
Llegado el día de la feria, tempranito de la mañana el lugar era un hervidero de actividad, con decenas de gauchos rondando los animales vacunos haciendo “fila” para entrarlos a la pista a venderse, en una larga secuencia de tropas y jinetes que se perdían en la distancia mirándolos desde lo alto de la tribuna.

Los lanares, encerrados en los bretes o corrales situados al correr de la línea de la vía férrea, tenían que ser también muy bien vigilados por sus propietarios o encargados, ya algunas veces al día, cuando pasaba algún tren de los entonces habituales, el ruido asustaba muchísimo a los animales y se producían escapes y entreveros.
Normalmente, en épocas de zafra, las ferias duraban dos y tres días, con miles de animales a la venta. El primer día, las ventas en sí comenzaban luego del mediodía con los grandes lotes de ganados seleccionados, dando tiempo de llegar cómodamente a los compradores venidos de lejos; ya en esa época habían empezado a venir fuertes “invernadores” que llegaban en sus avionetas y aterrizaban en el propio predio del local, aunque la mayoría venían en auto. Los días siguientes, se comercializaban el resto de los animales.

En mi lo que despertaba más curiosidad, era indudablemente la personalidad y forma de vida de los gauchos. Ese peculiar estilo, esa forma de ser del hombre de campo y sus costumbres. Cuando caía la nochecita, tras terminar las tareas, decenas de ellos se juntaban en torno a fogones  repletos de calderas de lata y presas de carne puestas a asar, y tras aprontar el consabido mate, se producían jugosas charlas que yo escuchaba absorto. Las experiencias de los troperos en el camino, las anécdotas de “bandideadas” en tal o cual pago, las muchas veces subidas de tono discusiones sobre su pingo o su perro, los datos de un buen “guasquero” o un mejor domador, todos temas cotidianos que se misturaban con alguna “mentirilla” que todos sabían que lo era pero la dejaban pasar con una sonrisa o la respondían con otra un poquito más grande. Ahí salían a relucir los distintos caracteres; estaban los bromistas, los taciturnos, los pensativos, los orgullosos, los más pudientes y los más menesterosos confraternizando en un ambiente donde lo principal y tangible era el respeto. En años de compartir muchas de estas tertulias, obviamente que si vi algún enojado, pero nunca presencié ningún lío, a pesar que todos portaban un facón y cuanto más grande, mejor.

Luego de finalizada la feria, se producía la partida de las tropas que se repartían para todo el país, pero principalmente hacia el sur, y además el regreso a casa de estancieros y peones, cabalgando hacia sus hogares, llevando en sus maletas y en caballos de carga el surtido que debía durar hasta la próxima feria, y portadores de nuevas historias para contar en su pago y a sus familias, trasmitiendo las novedades conocidas en el importante acontecimiento.