Los Zabalegui: desde el martillo a la fábrica
De izq a derecha: Juan José Zabalegui y sus sobrinos José Luis y Nicolás, al fondo, los funcionarios |
Pero por si esto fuera poco, a instancias del primer cura párroco que mucho tuvo que ver también con la fundación de Treinta y Tres, también hubo otra oleada de inmigrantes españoles, que nos dejó en legado nada menos al propio Francisco N Oliveres, o a la familia Vaco, y probablemente los Basaldúa, Hoz y Lacursia e Iza, hayan sido también de los inmigrantes “a demanda”.
Eran épocas duras en Europa y la tierra nueva ofrecía
oportunidades. Ninguno de ellos le temía al trabajo duro: eran en su mayoría
campesinos, con media instrucción, jóvenes y acostumbrados a los trabajos duros
del campo. Acá, se ofrecían tierras para trabajar, no difícil acceso a ganados
y tropillas, y muchos de ellos, ya al verse en estas tierras, explotaron sus
habilidades aprendidas, convirtiéndose ya en trabajadores y artesanos especializados
en tareas manuales (herrería, carpintería, talabartería, zapatería, sastrería,
etc), o en hábiles comerciantes que prosperaron en su mayoría. Algunos, como
Urrutia, con un poco más de inteligencia, quizás, vio la oportunidad de
estudiar para asegurarse su porvenir, y otros como Vaco con su negocio de
balsa, o el propio Oliveres padre, pionero de la fotografía, prefiriendo
innovar para concretar sus metas.
Desde estas mismas páginas, hemos hablado de algunas de esas
familias y parte de sus historias o logros particulares que les aseguran un
lugar propio en la historia comarcana. Nombres que forman parte de la toponimia
treintaitresina como Passano o Perinetti, comerciantes destacados como los
Lapido, Basaldúa, Ungo, Salvarrey, Oliveres y Vaco, constructores de la talla
de Pomatta, y artesanos como Obaldía, Duclós, Saráchaga, Martirena, Decarli o
Goyoaga, que figuran ya en la nómina de los constructores de la iglesia en los
años 70.
Los Zabalegui, ejemplo del esfuerzo familiar
Desde tierras Navarras, también persiguiendo “hacer la
América” y cuando apenas empezaba a desarrollarse nuestra aldea, llegó -entre
muchos más, como mencionamos anteriormente, el joven Vicente Zabalegui. Aunque
pocos testimonios han quedado de esa época, ya en la obra de construcción de la
iglesia, a fines de la década de 1860 y principios de la del 70, Zabalegui
figura como maestro carpintero, y también como proveedor de maderas, por lo
cual es posible presumir que el mismo ya en esa época estuviera establecido con
carpintería, habiendo llegado algunos años antes, casi con seguridad casado y
con sus hijos pequeños. Probablemente a raíz de su posición consolidada en la
sociedad de entonces, donde se construía muchísimo y día a día se necesitaba mano de obra, ese haya sido el
motivo más válido para mandar a buscar su hermano José Joaquín, maestro herrero
quien según una publicación del Centro Empleados de Comercio de los años 40 “se
cumplen sesenta años de su llegada a Treinta y Tres”, y además informa que “no
traía en sus maletas nada más que un montón de esperanzas y una voluntad
inquebrantable para el trabajo, y más adelante afirma que “Treinta y Tres no le
pudo brindar, porque el no quiso, la tibieza de un nido”, haciendo referencia a
su permanente soltería.
En las últimas décadas del siglo XIX, los hermanos Vicente y
José Joaquín Zabalegui, mancomunaron esfuerzos cada uno en su especialidad, y mientras
en 1892 se anunciaban en los periódicos locales como “Carpintería y Herrería de
Vicente Zabalegui, Hno. y compañía, anunciando que “se fabrican máquinas para
alambrar, cocinas económicas, carruajes con elásticos, se componen armas”, poco
tiempo después la firma pasa a llamarse “José Joaquín Zabalegui y sobrinos”,
casi con seguridad a consecuencia del fallecimiento de Vicente, y a la
incorporación efectiva como titulares de la empresa de sus hijos Nicolás y Luis
acompañando a su tío.
Ya al poco tiempo, los anuncios eran más ambiciosos. En El
Comercio, en 1912 se presentaban como “Carpintería y Herrería y Fabrica de
Carruajes y Carros” y en el aviso además de establecer que hay para vender
“volantas y tílburys nuevos y usados”, informan que “se herran caballos de las
4 patas a 90 centésimos y a 1 peso”. En el aviso, consta que el taller estaba
en la calle Manuel Freire “frente a la casa de don Nicolás J. Acosta y al lado
de la escribanía pública de don Máximo R. Anastasía”. Un par de años más tarde,
en el mismo periódico un anuncio le presenta como “Carpintería y Herrería y
Fabrica de Vehículos San Sebastián”, e indica que la empresa está en la calle
Juan Antonio Lavalleja. Como caso
curioso, en ese mismo periódico, pero en el mes de abril de 1913, un suelto
periodístico narra que “en el patio de la carpintería y herrería de Zabalegui
varios obreros de la casa pretendieron solemnizar el día patrio y al efecto
atacaron de pólvora el agujero de un fierro poniéndole arriba una lata vacía de
kerosene, prendiéndole fuego. A su debido tiempo hizo explosión la pólvora y
saltó hecha pedazos la lata, yendo a causarle algunos trozos varias contusiones
en la cara, además de quebrarle un diente, al obrero Macario Alvarez.
Felizmente las heridas no revisten gravedad”.
Este breve pasaje de la mano de algunas publicaciones por distintas
fases en la consolidación y crecimiento de esta empresa familiar de vascos que
hoy nos ocupa, constituye tan solo la primer etapa. A partir de la llegada del
tren a nuestra ciudad, en 1911, el auge de la producción y el movimiento de
bienes y servicios, y la mayor facilidad de acceso a los materiales para la
fabricación y por consecuencia también la posibilidad de mayor ventas, consolidan
la empresa, que se profesionaliza, confeccionando un catálogo de 16 distintos
tipos de carruajes, desde el sencillo carro a la lujosa volanta, pasando por
sulkys, charrets, breaks y carros especializados, con precios que oscilaban
entre los 100 y los 500 pesos de la época. El mencionado catálogo que
pomposamente anuncia “desde 1865”, así como algunas fotos que publicaremos a
continuación, fue rescatado de un contenedor de la basura hace pocos años por
una persona que amablemente lo compartió para que hoy pudiéramos disfrutar de
este pedacito de la historia local arrebatado al olvido.
Y las fotos son pocas, pero hablan por sí solas. Pocos años
más tarde, los tiempos automotrices llegan a Treinta y Tres y usado una palabra
que está aún hoy de moda, los Zabalegui vuelven a amoldarse a los nuevos desafíos
y reconvierten la empresa, que suma la venta y carrozado de automóviles de la
línea de General Motors (Chevrolet, Pontiac, Oldsmovile, Oakland, Buick),
estableciendo no solo el taller mecánico más grande de la época, sino también
un moderno salón de exhibición y ventas, como se puede apreciar en una de las
imágenes que acompaña estas líneas. Se podía entrar por el frente, en Juan
Antonio Lavalleja, justo donde hoy se encuentra la “Galería del Centro”, y salir
por el taller, ubicado en el inmenso galpón que también se ilustra y que aún
hoy continúa en pie, prácticamente incambiado, y hasta conserva el logotipo
Chevrolet en su fachada.