jueves, 7 de noviembre de 2019

Las comunicaciones


Por la época de las diligencias...







                                        Durante los primeros 50 ó 60 años de nuestra ciudad, prácticamente el único medio de transporte colectivo que se usaba para el tránsito de pasajeros y correspondencia, eran las diligencias, que a medida que se fue poblando la zona y fueron emergiendo villas y poblados a lo largo de su ruta, fueron agregando frecuencias y combinaciones que constituían una intrincada red de transporte.
                                        Cuando se fundó nuestra ciudad, como es sabido en la década de 1850, ninguna población quedaba cerca, pero a su vez la nueva villa estaba en un importante cruce de caminos “natural”  para la comunicación entre las ciudades de la zona este del país: Melo, Artigas (hoy Río Branco), Rocha,  Minas, San Carlos y Maldonado, únicas localidades de la época en el este del territorio. Las distancias desde nuestra localización, eran en casi todos los casos un poco más extensas que las actuales, debido a que las rutas en uso en ese tiempo evitaban en lo posible la mayor parte de los cruces de vías de ríos y arroyos caudalosos, pero también los grandes bañados que eran tan o más difíciles de cruzar en tiempos lluviosos que un paso crecido. Melo, Artigas y Rocha, quedaban a unas 30 leguas aproximadamente, Minas a unas 40 y era mayor la distancia aún a San Carlos y Maldonado.



                                              Por lo general, del mismo modo, esos caminos eran también los usualmente usados por las carretas de carga, por los viajeros jinetes en sus cabalgaduras o los carruajes o carros particulares.
                                              Por lo menos hasta la década de 1890, las excesivas distancias referidas implicaban que tan difíciles viajes, que duraban generalmente y como mínimo para esas distancias dos o tres días, se realizaran con frecuencias que en la mayoría de los casos eran marcadas preferentemente por el envío de las sacas de correspondencia, ya que el transporte de correo constituía, para las diligencias y sus empresarios, uno de los principales y más seguros rubros de ganancia asegurada, y a pesar de existir rutas más o menos habituales, cada diligencia, de acuerdo a sus preferencias de “posta” y a sus decisiones personales, tomaban rutas alternativas buscando mejorar fundamentalmente el flujo de pasajeros.
                                             Por ejemplo, en una publicación de Minas realizada con motivo del cambio del siglo XIX al XX, publicada en 1900, se detallan no menos de 6 rutas posibles que se usaban para el trayecto Minas – Treinta y Tres unido por diligencias. La mayoría de esas rutas, eran saliendo de Minas hacia el norte: algunas pasaban por Espuelitas, Polanco y Manguera Azul hasta Zapicán, de ahí a Cuchilla de Olascuaga, la actual María Albina hasta llegar por el camino de los Molles a Treinta y Tres; otras salían por el Cerro Arequita hasta pasar el Santa Lucia, ascendiendo por el mismo camino a veces, y otra cortando por el Paso del Rey (barra del Arroyo Malo con el Cebollatí), subiendo por Retamosa, Gutiérrez, y derivando a María Albina, o saliendo a Aiguá por el camino de los Tapes o el de Marmarajá, para luego virar hacia el Olimar costeando el Cebollatí y subiendo en el Paso Ramón Techera, por ejemplo. Todos esos caminos, además, tenían sus variantes o desvíos, motivados la mayoría de las veces por las “combinaciones” con otras diligencias que realizaban rutas perpendiculares, o simplemente por el “arreglo” o grado de amistad que tuvieran con los pulperos, comerciantes o puesteros establecidos en la ruta, o simplemente la residencia de los clientes habituales.

                                         A partir de la década del novecientos ochenta, se hizo más popular –por más corto y rápido, seguramente- el trayecto desde las terminales del tren, que en rápida construcción se acercaba cada vez más a la zona. Viejas publicaciones de periódicos de la zona, concretamente un aviso encontrado en el órgano de prensa menlense “La Verdad”, en un ejemplar de 1891, publicita el “Itinerario de Invierno” de las diligencias de Gadea y Diogo “que hacen la carrera de la Estación Reboledo a Treinta y Tres y a Artigas”, explicando que las salidas son todos los miércoles a Treinta y Tres, continuando desde ahí hasta Artigas los viernes, desde donde regresa el domingo y parte nuevamente hasta Reboledo los días martes. El aviso,  que indica además que la agencia en Treinta y Tres estaba ubicada en el Hotel El Peral de Sotelo y Ron,  también informa de las tarifas, aunque lo hace solo en el tramo desde la estación de tren hasta nuestra ciudad, que nos da la pauta de las “paradas o postas” que hacían en ese trayecto.

De Reboledo a Cerro Colorado     $ 2
De Reboledo a Mansavillagra        $ 3
De Reboledo a Illescas                  $ 4
De Reboledo a Nico Pérez             $ 5
De Reboledo a Zapicán                 $ 6
De Reboledo a Gutiérrez               $ 7
De Reboledo a T. y Tres                $ 8      

                                              Ya a mediados de la última década del siglo XIX, (La Paz, 1897) otro aviso anuncia el calendario con el que a partir del 1º de junio, José Goyoaga hará “la carrera” entre Nico Pérez y “esta Villa” asegurando que se realizaban “en combinación con el ferrocarril a la capital”.  Este anuncio incluía un viaje de ida y vuelta cada 10 días aproximadamente: por ejemplo, decía que en Julio iba a salir hacia Treinta y Tres los días 6, 17 y  27, regresando hacia Nico Pérez el 10, 20 y 31 del mismo mes.
                                               El Heraldo, de Melo, en 1898, al año siguiente, anunciaba el horario más completo de los movimientos de una serie de diligencias desde nuestra ciudad a diferentes destinos, bajo el título “Itinerario de Verano”, y estudiando este aviso se puede concluir que para la mayoría de las diligencias, nuestra ciudad era solamente agencia “de paso”.

                                                Nos informa, por ejemplo de siete líneas de diligencia que llegaban “desde Montevideo”, todas en días distintos, a cargo de los conductores Patricio Pereira, Juan Mieres, José Goyoaga, J. Rodríguez, Juan Maldonado, Alejandrino Guevara y Paulino Silveira; de ellos, cuatro (Mieres, Guevara, Pereira y Silvera) seguían su viaje hacia “Artigas”, otro, Juan Maldonado, proseguía hacia Melo, y dos (Goyoaga y Rodríguez) usaban a nuestra ciudad como su terminal. El mismo aviso, además, informa que Francisco Sosa hacía únicamente el viaje entre Artigas y Treinta y Tres ida y vuelta (más adelante en el tiempo, también se suma Serapio Téliz a este trayecto); Baldomero Martínez iba tres veces por mes a Picada de Techera (salía por Corrales del parao, cruzaba Olimar por el Paso de la Laguna y llegaba a destino, desde donde regresaba);  Guillermo Herrera también viajaba la misma cantidad de veces a Charqueada, mientras que Julián Plá realizaba con la misma frecuencia un viaje que le llamaban “circunvalación”, que salía y llegaba a nuestra ciudad insumiendo una semana en recorrer el interior del departamento por las hoy seccionales quinta, octava y sexta (Yerbalito, Yerbal, Isla Patrulla, Avestruces, El Carmen, Averías y Olimar Chico regresando a 33.


                                                     Luego de la llegada del tren a nuestra localidad a principios de siglo XX, el sistema de diligencias vio mucho más acotadas sus rutas, ya que no podían competir ni con la rapidez, ni con los precios ni con la comodidad que significaba para la época el viaje en tren, y es entonces que comienzan a tener mayor relevancia los viajes más cortos y a lugares de difícil comunicación o a los que el tren aún no llegaba. En 1905, Pedro Moreira en el diario treintaitresino                                                           El Progreso, anunciaba sus viajes a Nico Pérez “en combinación con la diligencia de Lascano del mayoral Santana Fernández, tomando la combinación en Gutiérrez”, al tiempo que anunciaba sus tarifas desde Nico Pérez: a Zapicán $1,50, a “Salaverri” $2, a “Echave” u Oficina Telegráfica $2,50, a Gutiérrez $3, a “Palacio” $4 y a Treinta y Tres $5. (Salaverri, Echave y Palacio obviamente eran estancieros en donde esta diligencia hacía posta)
                                                        Otra curiosidad de este aviso, que comunicaba que la agencia en nuestra ciudad era en la casa de comercio de Francisco Ungo, es que se da a conocer que cada pasajero tiene derecho a 20 kilos de equipaje, y que por exceso de peso, se cobrará 4 centésimos por kilo.


                                                          Por último, para cerrar este pequeño racconto sobre las diligencias y sus rutas, tenemos dos avisos de quien sin duda fue uno de los últimos mayorales en los caminos olimareños: Angel Muniz. En La Razón de 1902, anuncia sus viajes hacia Melo, especificando las paradas que realizaba en el trayecto. La primera era en los Higuerones (comercio de Juan Sala e hijo), la segunda en la estancia de Antonio Ubilla, la tercera en lo de Florencio Ortiz, en el Parao, la cuarta en Guazunambí, la siguiente en el Paso de la Cruz, llegando posteriormente a Melo. Seis pesos en total costaba el viaje completo, y las encomiendas se cobraban a razón de 3 centésimos por kilo. En El Comercio de 1912, un suelto periodístico señalaba que  “nuestros correligionarios Tomás Alzugaray y Angel Muniz acaban de establecer una nueva empresa de diligencias cuya línea a recorrer es de la Charqueada del Cebollatí a Santa Clara de Olimar”, afirmando que se auguraba que “reportará grandes beneficios al departamento” ofreciendo un “medio fácil de comunicación entre las zonas referidas”.

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