Por la época de las diligencias...
Durante los primeros 50 ó 60 años de
nuestra ciudad, prácticamente el único medio de transporte colectivo que se
usaba para el tránsito de pasajeros y correspondencia, eran las diligencias,
que a medida que se fue poblando la zona y fueron emergiendo villas y poblados
a lo largo de su ruta, fueron agregando frecuencias y combinaciones que
constituían una intrincada red de transporte.
Cuando se fundó nuestra ciudad, como es
sabido en la década de 1850, ninguna población quedaba cerca, pero a su vez la
nueva villa estaba en un importante cruce de caminos “natural” para la comunicación entre las ciudades de la
zona este del país: Melo, Artigas (hoy Río Branco), Rocha, Minas, San Carlos y Maldonado, únicas
localidades de la época en el este del territorio. Las distancias desde nuestra
localización, eran en casi todos los casos un poco más extensas que las
actuales, debido a que las rutas en uso en ese tiempo evitaban en lo posible la
mayor parte de los cruces de vías de ríos y arroyos caudalosos, pero también
los grandes bañados que eran tan o más difíciles de cruzar en tiempos lluviosos
que un paso crecido. Melo, Artigas y Rocha, quedaban a unas 30 leguas
aproximadamente, Minas a unas 40 y era mayor la distancia aún a San Carlos y
Maldonado.
Por lo general, del mismo modo, esos
caminos eran también los usualmente usados por las carretas de carga, por los viajeros
jinetes en sus cabalgaduras o los carruajes o carros particulares.
Por lo menos hasta la década de 1890, las
excesivas distancias referidas implicaban que tan difíciles viajes, que duraban
generalmente y como mínimo para esas distancias dos o tres días, se realizaran
con frecuencias que en la mayoría de los casos eran marcadas preferentemente
por el envío de las sacas de correspondencia, ya que el transporte de correo
constituía, para las diligencias y sus empresarios, uno de los principales y más
seguros rubros de ganancia asegurada, y a pesar de existir rutas más o menos
habituales, cada diligencia, de acuerdo a sus preferencias de “posta” y a sus
decisiones personales, tomaban rutas alternativas buscando mejorar
fundamentalmente el flujo de pasajeros.
Por ejemplo, en una publicación de Minas
realizada con motivo del cambio del siglo XIX al XX, publicada en 1900, se
detallan no menos de 6 rutas posibles que se usaban para el trayecto Minas –
Treinta y Tres unido por diligencias. La mayoría de esas rutas, eran saliendo
de Minas hacia el norte: algunas pasaban por Espuelitas, Polanco y Manguera
Azul hasta Zapicán, de ahí a Cuchilla de Olascuaga, la actual María Albina
hasta llegar por el camino de los Molles a Treinta y Tres; otras salían por el
Cerro Arequita hasta pasar el Santa Lucia, ascendiendo por el mismo camino a
veces, y otra cortando por el Paso del Rey (barra del Arroyo Malo con el
Cebollatí), subiendo por Retamosa, Gutiérrez, y derivando a María Albina, o
saliendo a Aiguá por el camino de los Tapes o el de Marmarajá, para luego virar
hacia el Olimar costeando el Cebollatí y subiendo en el Paso Ramón Techera, por
ejemplo. Todos esos caminos, además, tenían sus variantes o desvíos, motivados
la mayoría de las veces por las “combinaciones” con otras diligencias que
realizaban rutas perpendiculares, o simplemente por el “arreglo” o grado de
amistad que tuvieran con los pulperos, comerciantes o puesteros establecidos en
la ruta, o simplemente la residencia de los clientes habituales.
A partir de la década del novecientos
ochenta, se hizo más popular –por más corto y rápido, seguramente- el trayecto
desde las terminales del tren, que en rápida construcción se acercaba cada vez
más a la zona. Viejas publicaciones de periódicos de la zona, concretamente un
aviso encontrado en el órgano de prensa menlense “La Verdad”, en un ejemplar de
1891, publicita el “Itinerario de Invierno” de las diligencias de Gadea y Diogo
“que hacen la carrera de la Estación Reboledo a Treinta y Tres y a Artigas”,
explicando que las salidas son todos los miércoles a Treinta y Tres,
continuando desde ahí hasta Artigas los viernes, desde donde regresa el domingo
y parte nuevamente hasta Reboledo los días martes. El aviso, que indica además que la agencia en Treinta y
Tres estaba ubicada en el Hotel El Peral de Sotelo y Ron, también informa de las tarifas, aunque lo hace
solo en el tramo desde la estación de tren hasta nuestra ciudad, que nos da la
pauta de las “paradas o postas” que hacían en ese trayecto.
De Reboledo a Cerro Colorado $ 2
De Reboledo a Mansavillagra $ 3
De Reboledo a Illescas $
4
De Reboledo a Nico Pérez $
5
De Reboledo a Zapicán $
6
De Reboledo a Gutiérrez $
7
De Reboledo a T. y Tres $
8
Ya a mediados de la última década del
siglo XIX, (La Paz, 1897) otro aviso anuncia el calendario con el que a partir
del 1º de junio, José Goyoaga hará “la carrera” entre Nico Pérez y “esta Villa”
asegurando que se realizaban “en combinación con el ferrocarril a la
capital”. Este anuncio incluía un viaje
de ida y vuelta cada 10 días aproximadamente: por ejemplo, decía que en Julio
iba a salir hacia Treinta y Tres los días 6, 17 y 27, regresando hacia Nico Pérez el 10, 20 y
31 del mismo mes.
El Heraldo, de Melo, en 1898, al año
siguiente, anunciaba el horario más completo de los movimientos de una serie de
diligencias desde nuestra ciudad a diferentes destinos, bajo el título
“Itinerario de Verano”, y estudiando este aviso se puede concluir que para la
mayoría de las diligencias, nuestra ciudad era solamente agencia “de paso”.
Nos informa, por ejemplo de siete líneas
de diligencia que llegaban “desde Montevideo”, todas en días distintos, a cargo
de los conductores Patricio Pereira, Juan Mieres, José Goyoaga, J. Rodríguez, Juan
Maldonado, Alejandrino Guevara y Paulino Silveira; de ellos, cuatro (Mieres,
Guevara, Pereira y Silvera) seguían su viaje hacia “Artigas”, otro, Juan Maldonado,
proseguía hacia Melo, y dos (Goyoaga y Rodríguez) usaban a nuestra ciudad como
su terminal. El mismo aviso, además, informa que Francisco Sosa hacía
únicamente el viaje entre Artigas y Treinta y Tres ida y vuelta (más adelante
en el tiempo, también se suma Serapio Téliz a este trayecto); Baldomero
Martínez iba tres veces por mes a Picada de Techera (salía por Corrales del
parao, cruzaba Olimar por el Paso de la Laguna y llegaba a destino, desde donde
regresaba); Guillermo Herrera también
viajaba la misma cantidad de veces a Charqueada, mientras que Julián Plá
realizaba con la misma frecuencia un viaje que le llamaban “circunvalación”,
que salía y llegaba a nuestra ciudad insumiendo una semana en recorrer el
interior del departamento por las hoy seccionales quinta, octava y sexta
(Yerbalito, Yerbal, Isla Patrulla, Avestruces, El Carmen, Averías y Olimar
Chico regresando a 33.
Luego de la llegada del tren a nuestra
localidad a principios de siglo XX, el sistema de diligencias vio mucho más
acotadas sus rutas, ya que no podían competir ni con la rapidez, ni con los
precios ni con la comodidad que significaba para la época el viaje en tren, y
es entonces que comienzan a tener mayor relevancia los viajes más cortos y a
lugares de difícil comunicación o a los que el tren aún no llegaba. En 1905,
Pedro Moreira en el diario treintaitresino El Progreso, anunciaba sus viajes a
Nico Pérez “en combinación con la diligencia de Lascano del mayoral Santana
Fernández, tomando la combinación en Gutiérrez”, al tiempo que anunciaba sus
tarifas desde Nico Pérez: a Zapicán $1,50, a “Salaverri” $2, a “Echave” u
Oficina Telegráfica $2,50, a Gutiérrez $3, a “Palacio” $4 y a Treinta y Tres
$5. (Salaverri, Echave y Palacio obviamente eran estancieros en donde esta
diligencia hacía posta)
Otra curiosidad de este aviso, que comunicaba que la agencia en nuestra ciudad era en la casa de comercio de Francisco Ungo, es que se da a conocer que cada pasajero tiene derecho a 20 kilos de equipaje, y que por exceso de peso, se cobrará 4 centésimos por kilo.
Otra curiosidad de este aviso, que comunicaba que la agencia en nuestra ciudad era en la casa de comercio de Francisco Ungo, es que se da a conocer que cada pasajero tiene derecho a 20 kilos de equipaje, y que por exceso de peso, se cobrará 4 centésimos por kilo.
Por último, para cerrar este pequeño
racconto sobre las diligencias y sus rutas, tenemos dos avisos de quien sin
duda fue uno de los últimos mayorales en los caminos olimareños: Angel Muniz.
En La Razón de 1902, anuncia sus viajes hacia Melo, especificando las paradas
que realizaba en el trayecto. La primera era en los Higuerones (comercio de
Juan Sala e hijo), la segunda en la estancia de Antonio Ubilla, la tercera en
lo de Florencio Ortiz, en el Parao, la cuarta en Guazunambí, la siguiente en el
Paso de la Cruz, llegando posteriormente a Melo. Seis pesos en total costaba el
viaje completo, y las encomiendas se cobraban a razón de 3 centésimos por kilo.
En El Comercio de 1912, un suelto periodístico señalaba que “nuestros correligionarios Tomás Alzugaray y
Angel Muniz acaban de establecer una nueva empresa de diligencias cuya línea a
recorrer es de la Charqueada del Cebollatí a Santa Clara de Olimar”, afirmando
que se auguraba que “reportará grandes beneficios al departamento” ofreciendo
un “medio fácil de comunicación entre las zonas referidas”.
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