Urrutia, Oliveres y Escudero: vaivenes, injusticias y ninguneo
Sin ningún lugar a dudas, el escribano Lucas Urrutia fue un hombre de una personalidad fuerte y que al cabo de su vida cosechó tanto amigos incondicionales como enemigos irreconciliables, y esto no es novedad para nadie que se haya asomado a la historia treintaitresina, de la que Urrutia fue protagonista y referencia ineludible.
Son múltiples los episodios de los cuales es centro principal el mencionado Urruria, ya como indudable gestor y motor del progreso y crecimiento treintaitresino en los primeros 45 años de vida de nuestra población, así como arte y parte en negocios y comercios, y –no podía ser de otra manera- en lo que tiene que ver con una nutrida actividad política y de gobierno.
Llegó a Treinta y Tres joven (17 años) y pobre en 1855, a trabajar como dependiente del comerciante Miguel Palacio, y apenas 7 u 8 años más tarde, en 1863, año en que se casó, además, ya era propietario de varias acciones de la Sociedad Fundadora del pueblo, como él mismo afirma en su testamento, lo que supone que en ese corto lapso había logrado la independencia económica y los fondos suficientes para comenzar a capitalizarse. Se recibe de Escribano Público en 1866 y con la obtención del título se intensifica su meteórico enriquecimiento, al tiempo que también crecían proporcionalmente su poder político e influencia. Además de sus actividades comerciales y profesionales, desempeña varios cargos públicos, ya como actuario del juzgado, o como funcionario de la administración municipal. Es muy recordado a nivel local, cuando en la época que se dependía administrativamente del departamento de Cerro Largo, redacta el “Informe a la JEA de Cerro Largo”, donde hace un somero racconto de las actividades realizadas por la administración municipal a su cargo, cargo que ostenta en varios períodos, siendo el último de ellos ejercido a partir de 1894, en que preside la Junta Económico Administrativa (JEA) del novel departamento de Treinta y Tres, del que sin dudas es uno de los principales impulsores, ya que sin su insistencia e influencia con seguridad nuestro departamento no existiría.
Fue también como decíamos al principio adorado y odiado por la población: sumamente combatido, sobre todo por sus enemigos políticos y por los muchos descontentos que cosechó en su periplo de negociados y ambiciones, casi tanto como venerado y adulado por sus correligionarios y “amigos”, al punto que aún en la plenitud de sus vida, cuando apenas había cumplido los 50 años de edad, se nomina una calle con su nombre: la paralela a la actual Gregorio Sanabria, que era donde terminaba la cuadrícula urbana en esa época, designando con el nombre de Lucas Urrutia la siguiente demarcada hacia el sur fuera de esos límites.
Pocos meses después, según un expediente encontrado en el Archivo General de la Nación, fechado en junio de 1893, el entonces presidente de la Junta Económica Administrativa, Gabriel Trelles, solicita permiso del gobierno central para sustituir su por el aún no usado de “General Rivera”, que es el que se designa y hasta hoy permanece. El planteamiento habla por si mismo, cuando expresa textualmente, dirigiéndose al Ministro Bauzá:
La H. Corporación municipal que tengo el honor de presidir, ha facultado al infrascrito para recabar del Ministerio de V.E. la superior autorización tendiente a variar el nombre indebidamente colocado a una calle extra perimetral. Dicha calle, por una anomalía propia del señorío local y personal que viene desde hace tiempo soportando este departamento, con mengua de todos sus inalienables derechos lleva el nombre de “Lucas Urrutia”, que forma una nota del todo discordante en la escala de los próceres de nuestra independencia cuyas calles perennizan sus augustos nombres.
Siendo las vías públicas una propiedad absolutamente nacional cuya nomenclatura debe sujetarse a las disposiciones legales que en ningún caso pueden amparar el hecho de eternizar nombres oscuros para que la memoria venerada de nuestros abuelos se confunda en las mistificaciones vergonzosas de nuestros errores; siendo por otro lado que el señor Urrutia no está rodeado de esos merecimientos patrióticos que solo por actos meritorios y sacrificios se conquista la luciente aureola de ciudadanos beneméritos de la Patria, es deber imprescindible de esta Junta, relegar el nombre del Sr. Urrutia al fallo de la posteridad, quitarlo del medio de nuestros amados patricios, y sustituirlo brevemente por el del General Fructuoso Rivera o D. Venancio Flores.
Y le quitaron la calle a Urrutia, que a pesar que en la siguiente legislatura (1894) gana la elección municipal y preside la J.E.A. , no vuelve atrás esa decisión.
Urrutia fallece sorpresivamente en 1897, aunque sus fanáticos y detractores no le olvidarán fácilmente.
Muchos años después, en el marco de la conmemoración del cincuentenario del departamento, en 1934, como parte de los festejos las autoridades municipales nominan con el nombre de Lucas Urrutia al camino llamado “de la Agraciada”, que llevaba desde la ciudad hasta el cementerio “nuevo” a través de una alameda de eucaliptus (ambos impulsado por Urrutia). Algunos años después, nuevamente fue cambiado el nombre de esa vía de tránsito, que pasó a llamarse en su total longitud con el nombre del General Aparicio Saravia. Y nuevamente Urrutia quedó sin calle.
Finalmente, sin seguridad de la fecha exacta, pero con certeza en el marco de las celebraciones del centenario de la ciudad, en 1853, nuevamente otra calle es nominada con el nombre de Lucas Urrutia, como se llama aún hoy la calle que pasa por el frente de la Escuela Nº 65 y por la Plaza de las Américas.
Francisco N. Oliveres
Nacido en Treinta y Tres en 1872 y bautizado en la parroquia lindera a la casa de comercio de su padre, “La Barcelonesa”, frente a la plaza 19 de abril, Francisco Nicasio Oliveres Queraltó fue no solamente un abogado exitoso, sino que también un productor rural de vanguardia, filántropo sin límites, historiador e investigador de primer nivel en el ámbito nacional y local, y partícipe e impulsor de los principales proyectos locales de principios de siglo XX. Presidente histórico de la sociedad Fomento y del Club Centro Progreso, lideró movimientos culturales de las más variadas disciplinas, y publicó diversas obras literarias y folletos. Integró y presidió en alguna ocasión el Instituto Histórico y Geográfico Nacional, integró la Sociedad de Historia y fue también activo agente en el rescate de la historia departamental. Su obra más importante en el área de la Numismática, aún se considera por los especialistas como material de consulta ineludible.
Durante las primeras décadas del siglo XX, su quinta de frutales “Las Delicias”, luego fraccionada para formar el actual barrio del mismo nombre, fue paseo obligado de la sociedad olimareña, y la avenida de ingreso a la casa habitación, totalmente plantada de palmeras, se convirtió en la Avenida de las Palmas recientemente designada con el nombre del General Líber Seregni.
Oliveres, al fallecer sin descendencia en el año 1944, legó por testamento su establecimiento situado en la Quebrada de los Cuervos en parte(365 hás) para la Intendencia Municipal para la creación de la actual Zona Protegida, y el resto de unas mil hectáreas a Salud Pública (hasta hace poco Campo Huija, en manos del Ejército) Dejó legados importantes también en dinero y propiedades para el Hospital, Liceo Departamental y Educación Primaria, dejando además todos sus documentos históricos al Archivo General de la Nación que mantiene un colección con su nombre, y su colección de monedas al Museo de la Moneda administrado por el Banco de la Republica.
Gracias a toda su importancia y el destaque de sus actuaciones, el Dr. Oliveres fue homenajeado por las autoridades municipales de Treinta y Tres, nominando por decretos aprobados en la Junta departamental tres calles en todo el departamento que llevarían su nombre: una en la localidad de María Albina, de la que fuera impulsor y de los primeros propietarios de terrenos, otra en Villa Sara, sustituyendo el nombre de calle Roma (la calle de ingreso a la Sociedad Fomento) por el de Francisco N. Oliveres, y en la propia ciudad, decretando que la calle Juan Antonio Lavalleja al norte de Joaquín Artigas se llamase con su nombre, como se puede ver en las copias de los decretos que acompañan estas páginas.
A pesar que esos decretos existen y están vigentes, dos de ellos no se han cumplido nunca por parte de la Intendencia, ni siquiera para confeccionar correctamente los planos. La calle Roma de Villa Sara sigue siendo Roma y Lavalleja es siempre Lavalleja y no cambia nunca de nombre. Solo en María Albina se respeta su nombre en el nomenclátor.
Dr. Juan Antonio Escudero
Menos conocido, seguramente, pero no por ello menos importante para la historia departamental es el doctor Juan Antonio Escudero, abogado de orígenes olimareños con su actividad profesional centrada en Montevideo, que resultó pieza fundamental en todos los proyectos de progreso de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Dueño de gran parte de lo que hoy es el Barrio Artigas, tiene entre sus multiples méritos, por ejemplo, ser el donante de la Plaza de Deportes.
Fue un incansable luchador por la evolución genética de las haciendas nacionales, formando parte de la Asociación Rural del Uruguay y en su calidad de representante para la zona, fue el impulsor de la reunión de productores y comerciantes que dieron lugar luego a la concreción de la mayor parte de los adelantos de la época: el Club Progreso, la primera biblioteca: la primera exposición Agropecuaria e industrial, el puente sobre el Olimar, la llegada del tren, etc.
La calle que comienza en Juan Antonio Lavalleja y termina en la plazoleta frente al Cuartel, durante mucho tiempo se llevó el nombre del prohombre olimareño, que fue cambiado para nombrarla con el actual nombre de Manuel Antonio Ledesma, que por entonces se creía que era el nombre del “Negro Ansina”. Hace años que se sabe que ese nombre no es correcto, que no pertenece a nadie, pero aún así se mantiene la injusticia de haber olvidado del nomenclátor a uno de los grandes hombres de la historia treintaitresina.
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