El Puente y el tren cambiaron la
fisonomía de 33
Desde su
fundación, como es harto sabido ocurrida a mitad del siglo XIX, y hasta principios
del siglo XX, nuestra ciudad tuvo mayores dificultades de crecimiento, debido a
que su localización geográfica la mantenía incomunicada durante muchas semanas
en invierno, y aún muchos días más en las crecientes de las restantes
estaciones. El Olimar y el Yerbal hacia el suroeste cortaban los caminos hacia
Montevideo y la ruta de la Cuchilla Grande; el mismo Olimar y algunos
afluentes, el Cebollatí y los suyos aliados además con el Tacuarí, cegaban en
las crecientes las rutas rumbo a Rocha por el “Paso de Techera”, y lo mismo
pasaba con el camino a Artigas, hoy Rio Branco. Hacia el Norte, el camino hacia
Melo usado en aquel entonces, solo cortaba parcialmente y por poco tiempo en el
Convoy o el Yerbalito, según el paso elegido, y algunos días más en el
Guazunambí, pero el tránsito por el lomo de la Cuchilla de Dionisio primero y
de la Cuchilla Grande después, le hacía un camino sumamente lento.
En los
primeros años del 1900, la culminación del primer puente de madera sobre el
Olimar, y poco tiempo después el arribo del ferrocarril, cambiaron
significativamente las comunicaciones, lo que sin dudas trajo un impulso
multiplicador apreciable a simple vista y en poco tiempo. Como se recordará, a
pesar que el tren llega por primera vez a nuestra capital en 1911, ya desde que
había comenzado la construcción del tramo “Nico Pérez – Treinta y Tres”,
alrededor de 1905, el acercamiento paulatino de la vía relacionaba cada vez más
nuestra ciudad al resto del mundo, comenzando por la capital del país.
Cuando aún el
Puente era tan solo un sueño en la cabeza de pocos emprendedores, y el tren
solo llegaba hasta Nico Pérez, a más de 20 leguas de Treinta y Tres, los viajes
eran de muchas horas a caballo o en diligencias para los pasajeros, y las
mercaderías tenían hasta más de una semana de viaje en carretas de varias
yuntas de bueyes.
En aquellos
años, en esa situación narrada, al periodista Luis Hierro se le convocó desde la
revista montevideana “Rojo y Blanco” para retratar a su localidad en algunas
líneas, escribiendo éste una página de primorosa factura, muy detallada, que
transcribimos a continuación:
Si la vida
de los pueblos es comparable á la vida de los hombres, permítaseme decir que
Treinta y Tres aún no ha abandonado los andadores de la infancia; pero
permítaseme decir igualmente que, en las manifestaciones de la vida nacional,
pertenece á los hombres que no tienen barba.
Sin medio
siglo de vida todavía, sin ferrocarriles que la aproximen á los centros del
progreso, olvidada siempre y siempre trabajada por las discordias que compendia
aquella frase: “pueblo chico, infierno grande”,
Treinta y Tres debe sus progresos únicamente al esfuerzo de sus hijos.
La
incomparable belleza de su suelo, haría de ella una de las más importantes
poblaciones de tierra adentro, si al mérito de su situación topográfica,
llevara unida la simetría de su edificación.
Distante
mil quinientos metros del Paso Real del Olimar, cuyo río no tiene tanta
nombradía como corresponde á su poesía agreste, al sahumerio de sus auras, á la
nitidez de sus aguas y á la espesura del bosque que lo rodea, tiene á veces en
los grandes temporales del invierno, á menos de quinientos metros el invencible
antemural de su desborde.
Separada
por menos de mil metros del arroyo Yerbal (que hace barra en Olimar en frente
de nosotros) disfruta también en las épocas de creciente, del panorama que le
brinda este pequeño, que pretende circundarla con sus brazos acuáticos.
La
edificación de Treinta y Tres es una serie de atentados contra la estética,
aunque el buen gusto contemporáneo viene subsanado los defectos anteriores. Con
escasas excepciones, casi todas las casas son bajas, con grandes barrotes en
las ventanas, que hacen pensar á los viajeros en la proximidad del calabozo.
Sin embargo, entre los hierros abruptos de estas rejas asoma frecuentemente más
de un rostro femenino de perfiles irreprochables y con ojos sonadores. Y
entonces, la presencia del Edén reemplaza al calabozo en la imaginación de los
visitantes.
Nuestras
calles tienen los nombres de los treinta y tres orientales de Lavalleja; y una
de las nuevas, perdida en el extremo sud de la villa lleva el nombre del
legendario general Rivera.
Esfuerzos
generosos tendentes á hacer más fácil la lucha por la vida á la clase
proletaria, son los originarios de la fundación del barrio General Artigas,
cual si quisiera decir que el que fué padre de la patria en la tierra de su
cuna y padre de los menesterosos entre las frondosidades de las selvas paraguayas,
había de prestar su nombre para servir de consuelo á muchos pobres en el pueblo
de Treinta y Tres.
Tenemos un
edificio público que cuesta á las arcas nacionales treinta y siete mil pesos,
en el cual tienen asiento la Jefatura Política y todas sus dependencias y el
Juzgado de Paz, la Administración de Rentas y Correos y la Junta Económico
Administrativa. Otro edificio público está ocupado por la escuela mixta que
cuenta como asistencia regular más de cien niños, en esta población que tiene
varias escuelas de niñas y de varones (aparte de los establecimientos
particulares de enseñanza) y que no alcanza a cuatro mil habitantes según el
último censo.
La plaza
pública tiene un nombre adecuado para este pueblo de rememoraciones
patrióticas, 19 de abril. En el centro y mirando al sud se levanta la silueta
de Lavalleja, con botas granaderas, dolmán militar, la espada al cinto y la
diestra en la espada. La base del monumento es de unos catorce metros de
elevación; en ella están inscriptos los nombres de los héroes de la cruzada del
25. Esta plaza es nuestro único paseo público.
Existen
dos instituciones sociales y una biblioteca pública que cuenta con más de mil
volúmenes. Una cultura correctísima es la nota resaltante en este pueblito,
porque consuena la belleza de sus hijas con la hidalga deferencia de sus hijos.
Pueblo
tumultuario en años ya pasados y que –como las golondrinas de Becquer- ya no volverán, produjo un día una “pueblada”
que ensangrentó las calles del “chozaje” embrionario. A todas nuestras
contiendas civiles de brazo armado ha concurrido sino con talentos preclaros y
guerreros estratégicos, por lo menos con ciudadanos serenos y denodados.
(…)
Este es mi
Treinta y Tres, la novia de mis cariños intensos, la que ha llenado mi alma con
el santo perfume de nuestras leyendas, la que ha sido cuna de todas mis
ilusiones, de todos mis ensueños y también de mis canas prematuras.
Luis Hierro. Rojo y
Blanco, 1902
Pocos años
después, a tan solo algunas semanas de la inauguración de la línea de
ferrocarril hasta nuestra ciudad, pero que a la actual Villa Sara había llegado
alrededor de 1909 organizado una parada en el kilómetro 330 de la que aún
quedan vestigios, la misma publicación realizaba una nota destacando este
hecho, y significando los cambios más visibles sobre todo en la arquitectura de
la ciudad, cuya parte medular compartimos a continuación, acompañando en esa
ocasión la nota con las fotografías que también compartimos hoy en esta página,
identificadas con el año 1910, y a las que se les ha mantenido en la mayoría de
los casos, su pie de texto original.
Decían
entonces:
Bastante distanciada de
otras por la falta casi absoluta de vías rápidas de comunicación, la Villa de
los Treinta y Tres, capital del departamento del mismo nombre, vivía una vida
precaria vegetando en su vida aldeana, en tanto que las demás capitales de
departamento progresaban visiblemente.
Elevada en el centro de
una de las zonas más ricas de la República, la falta de comunicaciones le
impedía dar salida a sus productos y vivir con el contacto diario con la
capital, pero, felizmente, la hora el progreso ha sonado ya para Treinta y Tres
con la iniciación de las obras del ferrocarril, que en breve quedará librado al
servicio público. La sola iniciación de la obra ferroviaria bastó para que la
pintoresca villa que bordean el Yerbal y el Olimar, despertase de su letargo y
comenzara a ataviarse para bien recibir al mensajero del progreso que en breve
espacio de tiempo la transformará por completo, llevándola a ocupar un puesto
entre las ciudades más florecientes de la República.
Primera vez que corrió el Ferrocarril entre estación Corrales y la "Parada del 330" (Hoy Villa Sara) |
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