Dionisio Díaz: la
leyenda del Héroe del Arroyo El Oro cumplió 87 años
Cuenta la leyenda que nunca
lloró.
Según la mayoría de los testigos que le vieron, las lágrimas no
existieron para Dionisio ni aquella mañana del 10 de mayo cuando llegó al
pequeño poblado “El Oro”, herido y cargando penosamente a su hermanita de casi
15 meses, ni cuando el doctor en horas de la tarde “agrandó” su herida para
practicarle los primeros auxilios, y ni siquiera aún cuando, delirante ya en su
postrer viaje rumbo a Treinta y Tres al otro día, falleció reclamando que
cuidaran a “la hijita”.
Hasta los hombres más valientes lloran en alguna oportunidad: cuando
se quebranta su voluntad, cuando el dolor físico es intenso, cuando se le
arrebatan los afectos, cuando se pierden las esperanzas o simplemente cuando se
llega al límite de la resistencia física. Como dice el adagio popular, “el
hombre cansado, o pelea o llora”. Pero Dionisio Díaz no era un hombre. Era apenas
un niño de 9 años, un niño rural, “gaucho”, si se quiere, criado en la
rusticidad de la campaña, del “interior profundo”. Un niño que según relata la
leyenda, vio destrozada su voluntad, vio sus afectos y su mundo destruidos y
tuvo sin dudas su resistencia física al límite, tras caminar más de una legua,
gravemente lastimado, portando en brazos todo lo que le quedaba, su preciada
hermanita, para regalarle el futuro. Su esperanza estaba intacta.
Y seguramente fue esa esperanza que alimentó su voluntad, secó sus
lágrimas, le otorgó las fuerzas necesarias para vencer el cansancio e hizo
superar la tragedia y las perdidas, para concretar lo que hoy conocemos como la
“hazaña del Oro o de Dionisio”, y que a continuación relatamos no solo como
manera de mantener viva la memoria del hecho, sino también a modo de homenaje a
la memoria, el heroísmo y valentía del protagonista del más claro ejemplo de
amor fraterno en los anales históricos de nuestro país.
LEYENDA DEL NIÑO HÉROE
Juan Díaz era un carrero venido a menos, que nació en
Montevideo en 1855, se crió en Florida, y terminó mudándose en 1902 con su
familia a un campito de 80 cuadras cercano al pueblo El Oro, que había
adquirido, en compañía de su esposa María Rosa, cuatro hijos de ésta de un
matrimonio anterior, ya adultos, y dos nietos de ella muy chicos: Eduardo
Fasciolo y María Luisa, a quien Díaz había reconocido como su propia hija
brindándole su apellido.
Cuando Díaz enviudó, ya los cuatro hijos de su esposa habían
abandonado el rancherío: los dos mayores heredaron el trabajo de carrero, el
menor de los varones, Marcelo, arrendó un campito cercano y trabajaba por su
cuenta y Felicia, la madre de Eduardo y María Luisa, se había casado con
Quintín Núñez y formado su propio hogar.
Durante mucho tiempo, reinó la paz en el rancherío de los
Díaz.
Siendo apenas una jovencita, María Luisa queda
sorpresivamente embarazada, y el 8 de mayo de 1920 da a luz a su primogénito
Dionisio, a quien su propio abuelo presenta en Vergara días después con
indisimulable alegría, al decir posterior de los testigos del momento.
No se sabe con certeza quién fue el padre de Dionisio. El
libro de los maestros Pinho y Rivero, habla con claridad de Quintín Núñez, el
marido de la madre de María Luisa; Serafín J García, quien conoció a los protagonistas,
se refiere a un contrabandista "de bien ganada fama de valiente"; y
Pedro de Santillana, el primer investigador periodístico de los hechos no se
atreve a señalar a nadie.
Pasan los años, la vida rural prosigue con su monotonía y
continuidad, y mientras tanto Dionisio crece alegrando el rancherío. Tiempo
después, María Luisa inicia amores con un vecino de la zona, Luis Ramos, de
quien queda embarazada y tiene a su hija Marina, el 19 de febrero de 1928.
Juan Díaz no veía con buenos ojos la unión de su hija con
Luis Ramos, hijo del Zurdo Ramos, su vecino y rival. Su carácter se había
agriado con los años, a medida que había visto desaparecer su oficio por la
llegada del tren y otros medios de transporte. Y de todas maneras, hay
coincidencia en los testimonios en que siempre se trató de un hombre callado y
de carácter introvertido. No se sabe bien alrededor de qué giraba la rivalidad
entre estas dos personas, pero parece haber sido muy dura. Sumado esto al hecho
de que el hijo de Ramos se metiera a vivir en su casa, y empezase a trabajar
allí, casi contra su voluntad, habría generado en él un resentimiento muy
grande.
Juan Díaz era un hombre callado, bastante bruto según lo
pintan, pero bueno, de acuerdo a la mayoría de los testimonios. Luis Ramos –años
más tarde- fue el único en definirlo como "un hombre de mala
intención".
La noche del 9 de mayo, al otro día del festejo de los nueve
años de Dionisio, Juan Díaz arremetió sorpresivamente contra su hija, la apuñaló
varias veces. Según narra la historia oficial, María Luisa se disponía a
acostar en la misma habitación que su padre cuando se produce el ataque y Dionisio,
intentando cubrirla, recibió un corte en el brazo derecho, uno en la ingle y
otro en el abdomen. Llamando a gritos a su tío Eduardo al ver caer a su madre
muerta, se hizo tiempo para tomar a su hermanita, y huyendo buscó cobijo en el
otro rancho mientras su tío va a enfrentar a su abuelo. Eduardo era rengo.
Apenas siendo un niño, le había mordido una víbora y se le debió amputar un
pie, y a pesar que él utilizaba uno que él mismo se había hecho de ceibo,
utilizaba una muleta para movilizarse.
Fasciolo se traba en lucha con el atacante bajo un parral
que separaba los dos ranchos principales del caserío, siendo gravemente herido.
Se arrastra con sus últimas fuerzas hasta el rancho donde se cobijaba Dionisio
con su hermanita, y ahí fallece, dejando a Dionisio y Marina solos e indefensos
en medio de la oscura noche.
Nadie más se acercó al rancho donde permanecían los niños.
Inexplicablemente, la sed de sangre del matador había sido saciada.
Seguramente se demora más en contar lo sucedido que el
tiempo en que realmente sucedieron. Si como expresa la leyenda sucedió todo
aproximadamente a las 9 de la noche, es fácil suponer que ambos menores pasaron
fácilmente 8 horas encerrados en la oscuridad, con frio, miedo, inseguridad,
hambre e incertidumbre.
A la madrugada, apenas asomaban las primeras luces del día
que le permitieron armarse de valor para enfrentar el campo abierto y cuidarse
del posible atacante, Dionisio opta por dirigirse hasta la seguridad del
poblado donde encontraría quien le brindara ayuda. Tras haberse "cortado una
grasita" que asomaba de su vientre (verificado por los médicos que lo
atendieron después), el niño se envuelve unos trapos sostener la herida, abriga
a su hermanita y con su hermanita Marina en brazos, recorre la legua y pico
hasta El Oro, a campo abierto y atravesando alambrados, cañadas y cerros y
bañados, para arribar cerca del mediodía a la comisaría donde informa de lo
sucedido, no sin antes dejar en la casa de unos vecinos a su hermanita para ser
cuidada.
Una vez en la comisaría, se dispara el procedimiento
policial, y se pide un médico para atender al pequeño, quien recién es atendido
en horas de la tarde por el médico proveniente de Vergara, Antonio Pissano,
quien tras practicarle las primeras curas ordena su traslado hasta Treinta y
Tres, cosa que no se produce hasta la mañana siguiente. En el transcurrir del
viaje, ya a la vista de la ciudad de Treinta y Tres, en las inmediaciones del
molino de Perinetti, muere Dionisio a causa de sus heridas, según cuenta la
leyenda, sin derramar una sola lágrima.
Juan Díaz fue encontrado cuatro meses después, muerto en una
laguna que alimentaba el arroyo, a pocas cuadras de su casa, sin haberse
aclarado nunca en forma concreta la causa de su fallecimiento
Juan Díaz: ¿culpable o chivo
expiatorio?
Las “leyendas negras” de la tragedia
Muchos claroscuros tiene la “historia oficial” de la
tragedia de El Oro, pese a que en ella víctimas y victimarios mueren todos,
cerrando un círculo perfecto. No obstante, existen en los diferentes relatos
diversidad de versiones fundamentalmente en lo que se refiere tanto a los
motivos que llevaron al desenlace fatal de aquella noche del 9 de mayo, así
como a la identidad del autor o autores de la matanza.
Muchas anécdotas contadas en voz baja, algunas de contemporáneos
y otras incluso provenientes de fuentes oficiales de la época o testigos,
difieren en la narración de los hechos, en detalles a veces banales, a veces
importantes, al punto que la verdad se convierte más en un acto de fe que en
una afirmación contundente.
Existen al menos un par de “leyendas negras” respecto a lo
sucedido, que en realidad son tan sostenibles en su desarrollo como la “versión
oficial”, y en ambas la pregunta que prevalece es si en realidad no habría
habido más actores en la tragedia, y si la desaparición de Juan Díaz no fue
solamente una manera crear un “chivo expiatorio”, de intentar cerrar el círculo
sin involucrar a terceras personas en los sucesos.
La versión oficial extraída de los anales policíacos y
judiciales, de la que se han hecho eco la mayoría de los narradores de la
leyenda, expone a Juan Díaz culpable de los asesinatos, a causa de haberse
vuelto loco y se imputa ese cambio de conducta a diferencias del anciano con
Luis Ramos, el padre de Marina, hijo de su “enemigo” el “Zurdo” Ramos, y aún
los más maliciosos, presumen celos de Díaz respecto a su hija.
Sin embargo, y a pesar de ser una de las menos creíbles, una
de las versiones que cobró mayor notoriedad en épocas cercanas al hecho, relaciona
a Juan Díaz (ex combatiente colorado de la revolución) con el sonado caso del
“Crimen de la Ternera”, donde José Saravia contrata sicarios para asesinar a su
esposa, hecho sucedido algunos días antes que los de El Oro. Esta versión
cuenta que José Saravia habría mandado llamar a Díaz para encargarle del
asesinato de su esposa, y al éste negarse y retornar a su casa, manda gente a
matarlo para cerrarle la boca, y quienes vinieron a cumplir el encargo tuvieron
además que matar a su hija y su entenado que salieron a defenderle. Uno de los
argumentos utilizados por los defensores de esta versión, serían los días de
ausencia de Juan Diaz de su hogar los días previos al hecho, que suponen se
trató de la visita a Saravia, aunque tiene muy poco asidero en otras aristas de
los sucesos.
Otra de las versiones, contada en voz aún más baja, supone
de la presencia de alguien más en el rancho en momentos que Juan Díaz regresa a
su casa la noche del jueves 9. Nombres se manejan muchos, incluso hasta por
parte de historiadores que han escrito acerca de la tragedia: únicamente se
coincide en exculpar a Luis Ramos, quien estaba lejos del pago y cuya ausencia
en el Oro está fehacientemente comprobada por testigos de la época.
Esta versión, de la que hay tantas variantes como presuntos
culpables, se centra en supuestas costumbres licenciosas de María Luisa, de las
que tampoco existen pruebas. Una variante habla que la fiesta de cumpleaños de
Dionisio, la noche anterior y pese a la ausencia de Juan Díaz, se celebró con
un concurrido baile en el que no faltaron vecinos, policías y parientes. ¿Qué
habría pasado si a la noche siguiente, confiado en que María Luisa estuviera
durmiendo sola sin saber que el viejo había regresado a su asa, hubiera llegado
sorpresivamente un visitante con intenciones amorosas?, se preguntan los
defensores de esta versión. Y se responden: muy posiblemente se hubiera “armado
lío”, y el viejo peleado con el intruso, su hija que se interpone y cae herida,
viene Eduardo y se mete en la pelea, ya en el patio, Dionisio sale y se
entrecruza siendo herido, en el medio del entrevero de una noche que como se
destaca en la versión oficial era muy oscura.
Víctor Prigue: el taximetrista que trasladó a Dionisio |
Esta misma versión sostiene que si el “visitante” era
alguien influyente y con “buenas amistades”, la mejor justificación para
ocultar su presencia es culpar al desaparecido Juan Díaz, máxime si, como creen
quienes se afilian a esta interpretación, el viejo ya estaba muerto y
“fondeado” en la laguna cercana. Esto explicaría, además, algunas
“imperfecciones” y cabos sueltos tanto en el parte policial emitido por el
Comisario Da Rosa al dar cuenta de los hechos, como en el informe que el Juez
de Paz de Vergara Correa eleva al Juez Letrado departamental, donde –según se
indica en el libro de Pinho y Rivero-, hasta se cambia el nombre de uno de los
testigos que concurren a presenciar el sitio del crimen y se miente acerca que
no pudo interrogar a Dionisio porque el doctor le administró “anestesia
general” para curarle. Este aspecto está refutado por las declaraciones de
varios testigos que Dionisio fue curado sin anestesia, ya que lo afirman tanto
el propio médico como el policía Yelós que estaba con el.
El Dr. Antonio Pissano, quién atendió a Dionisio en la
comisaría y realizó las autopsias de los fallecidos, 22 años después de los
hechos en un reportaje a la revista “Mundo Uruguayo”, cuenta su conversación
con el niño mientras le realizaba la cura, narración que coincide en muy poco
con el relato oficial. El médico cuenta que Dionisio aseguró que él estaba
durmiendo en otra piza contigua a la de su madre cuando sintió gritos. Al
entrar a la habitación vio a su madre en el suelo y sintió ruido de pelea en el
patio. Se asomó a la puerta y en eso ve que el “rengo” se acerca al parral y
cuando lo ve le pide que le alcance su cuchillo, y que cuando se lo estaba
acercando ve que éste caía al tiempo que siente que lo hieren a él. Pissano
afirma entre otras cosas que “le preguntamos si sabía quién era el matador y
nos manifestó categóricamente que en la oscuridad no había visto, pero creía
que era el abuelo”.
Aún cuando existen muchos detalles más que darían para un
amplio debate acerca de casi todos y cada uno de los puntos de la tragedia, sin
lugar a dudas todas las versiones son concordantes con respecto a que más allá
de los motivos que provocaron los sucesos y por encima de quién fue el culpable
del doble o triple asesinato, la hazaña del “pequeño héroe del arroyo El Oro”
es de proporciones épicas y está por fuera de toda discusión. Que un niño de
apenas 9 años con una peritonitis doble por herida de arma blanca, tras haberse
desangrado toda la noche o al menos parte de ella, haya caminado más de una
legua con su pequeña hermanita en brazos, es sin dudas un hecho excepcional, y
cuya evocación en nuestro país, es hoy sinónimo del amor fraternal en su máxima
expresión.
Muy buena contribución a la historia pérdida detrás de la leyenda. Un caso de un horrendo múltiple homicidio que se cierra de apuro con un asesino muerto incapaz de defenderse y el olvido gracias a la increíble y oportuna hazaña del niño "nacido para el martirio" como llegarán a sostener sus apologetas.
ResponderEliminarLa hermana vivía cuando se cumplieron 50 años, salió un reportaje en tv nacional entonces
ResponderEliminar¡Excelente investigación! Llevo desde pequeño, fascinado con esta historia que nos han contado de pequeños y es cultura general.
ResponderEliminarmarina vive en 33.
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