Nostalgias
treintaitresinas
A veces tiñe de gris el ánimo y estimula una profunda tristeza difícil
de resignar, pero en ocasiones, en mi caso casi siempre, dibuja una sonrisa en
la cara y nos alegra el corazón.
La “noche de la nostalgia”, celebrada e institucionalizada
simbólicamente en la noche del 24 de agosto, se ha convertido desde hace ya algunos
años para los uruguayos en la oportunidad en que mayor cantidad de personas
deja de lado otras actividades para salir de fiesta y boliches y baile.

Y cual reflexión común a todos aquellos que ya hemos “doblado el codo”
de la primera juventud, la nostalgia se convierte cada vez más en añoranza,
evocando situaciones, anécdotas y personas. Y entre estos recuerdos –no
necesariamente de bailes y fiestas-, se materializan los amigos de todas las
horas, las anécdotas comunes, y los personajes de la época.
Y hablando de personajes, ¿quién no recuerda, por ejemplo, a “Carlitos”
con su eterna sonrisa contagiosa y su impecable traje negro, bailando y
moviéndose sin ritmo en las pistas del Progreso o del Democrático en los
“bailes oficiales”?
¿Cómo no recordar al “Flaco” Armendáriz filosofando con su eterno
mate, al propio “Cabito” con su silbido o al “Canillita Cantor” Pereira que
religiosamente todos los sábados antes del baile nos lustraba los zapatos al
ritmo de algún tango a viva voz elegido según su propio estado de ánimo?
Y va paso a paso la memoria abriendo puertas, y aparecen clarito en el
London de principios de los 80 Jesús “levantando” quiniela quejumbroso siempre
porque nunca nadie que le hubiera jugado a él acertó, el “Pito Pito” que según
recuerdo era sordomudo pero se hacía entender con sonidos guturales e inclusive
algunos carnavales subió al tablado intentando cantar, “Juan Velorio” y Eduardo
“Lalo” Cabrera, cuya cercanía familiar con nuestro círculo de amistades les
convertía más en cómplices que en objetivo de chanzas.


Injusto sería también soslayar el recuerdo de Baladán. ¿quién no ha
oído alguna vez la frase “-Pique, pique,
que es pa’ Izmendi, dijo Baladán”?
Pío María Baladán Franco, nativo de “El Avestruz” vivía en el barrio Tanco cuando le conocí, en el repecho de Pablo Zufriategui hacia la “Plaza de las Américas”. Ya era un hombre entrado en años. Amigo de algunos, conocido de todos, “gurisero” como pocos, su honestidad y buena disposición le ganaron la confianza de muchos que le encargaban pequeños mandados o trabajos manuales que le permitían ganar su sustento. Su inconfundible carcajada escandalosa, su baja estatura y particular forma de caminar con el cuerpo hacia un lado, le valieron no pocas bromas. Hombre gracioso, de hablar singular, muy trabajador y obediente, una vez alguien le propuso que le acompañara a campaña que tenía que hacer unos trabajos con el ganado, y él, por supuesto, concurrió. Cuando llegaron a la mañana, el dueño de casa junto a un par de ayudantes que tenía ensillaron y salieron al campo a juntar la hacienda, dejando a Baladán de casero para picar leña y prender la cocina, y le dijo: “cuando terminés, no cocines, pero dejá peladas algunas verduras para el ensopado”. Cuando volvieron cerca del mediodía Baladán estaba terminando de pelar las últimas papas de una bolsa de 30 kilos que habían llevado esa mañana.
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Seguramente, muchos más memoriosos que yo recordarán cientos de
anécdotas que construyeron esa magia olimareña que nos da identidad y que forma
parte de la nostalgia. A pesar de
nuestra corta edad como ciudad, siempre hemos tenido los treintaitresinos muy
buenos narradores orales y escritos. No hay reunión –estoy seguro- que
compartan dos olimareños donde no se saque a relucir alguna que deja perplejos a quienes no son del pueblo ni han vivido en él. Y contadores, anécdotas y
bromistas, sin dudas ha habido en todas las épocas de nuestra ciudad. Desde los
famosos Quijano, bromista sin igual o el cura Pererey de principios del siglo pasado,
hasta la broma quizá más famosa de los 80 que hasta fue noticia en los diarios
de la capital, Treinta y Tres ha cosechado un vasto anecdotario, a tal punto
que varias autores han publicado libros con ellas (Luciano Obaldía, Serafín
García, Julio Da Rosa, José Maria Obaldía, Lucio Muniz y tantos otros), y aún
quedan muchísimas más únicamente en la memoria popular

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En fin, existen tantos dichos y
anécdotas que conforman una lista casi interminable.
Le sigo haciendo caso a las alas de la nostalgia, y en su vuelo
rememoro cuentos del viejo Yaro´s, o de Correa, taximetrista de la parada de la
plaza a quien le decíamos el “Siete Colores” por los distintos tonos de pintura
de su viejo Ford 8 del 50 que la mayor parte de las veces debía arrancarlo a
manija. O del panchero Rey, verdadero empresario del ramo que si bien tenía
tres o cuatro “pancheras” sucursales, si no te alcanzaba la plata para un
pancho entero te vendía medio.
“No se si te va a gustar dijo María Olmos”, “No puedo irme ni
quedarme, dijo el Rapay”, o la famosa frase de don Eustaquio contestándole a
Pinho en tiempos más puritanos “yo aprendí a bailar en los quilombos”, y tantas
otras frases o situaciones son parte también de esos recuerdos.
¡Si quedarán cosas en el tintero!!! Vivencias e historias de algunos
que siguen entre nosotros y otros que ya no están, pero que sin dudas, su
recuerdo llena de ternura y puebla de evocaciones a quienes les conocimos y aún
sigue indeleble en la memoria treintaitresina, muchas cosas verídicas, pero la mayoría
exageradas o tergiversadas por el boca a boca popular, que como decía Lacuesta
Denis… “es un hecho históóóricooo…”
Publicado originalmente en "Panorama 33" del mes de Julio de 2013
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