Ya no es el de madera, pero para los olimareños sigue siendo el Puente Viejo
Desde antes de la fundación de nuestra ciudad, en 1853, atravesar el río Olimar en el Paso Real se hacía relativamente fácil en épocas de sequía, pero sumamente dificultoso en las demás, a pesar de la existencia durante muchos años de balsas y botes que cumplían el servicio del pasaje de pasajeros y mercaderías, obviamente a cambio del pago de un peaje.
Esta situación, que antes del establecimiento de la villa complicaba a los viajeros que en los distintos medios de comunicación de la época transitaban por el camino de la Cuchilla en su paso hacia Melo o Artigas pero tan solo a algunos vecinos que vivían en las cercanías, se generalizó y se tornó un verdadero entorpecimiento para el tránsito y el comercio a medida que se fue poblando la nueva localidad. Con el correr de los años se fueron mejorando los servicios de paso, con botes más grandes y balsas de diferentes tamaños y calados, hasta que entonces que al alumbrar la ciudad sus primeros 50 años de vida, un grupo de vecinos emprendedores y comprometidos con el futuro, se organizan para lograr construir un puente que facilitara las comunicaciones con el sur del país, idea que si bien ya había sido planteada muchos años antes por Lucas Urrutia, constituyéndose en uno de los pocos proyectos que no logró concretar, desde esa época no había pasado de ser una aspiración de unos pocos, que veían poco posible su concreción.
Sin embargo, frente al empuje de algunos vecinos progresistas, reunidos en el recientemente fundado “Centro Progreso”, se constituyen comisiones para trabajar en tal sentido, correspondiéndole la presidencia de la misma al Dr. Francisco N. Oliveres. Entre otros, integraban además ese movimiento Braulio Tanco, Fructuoso del Puerto, Fermín Hontou, Luciano Macedo, el Dr. González Hackembruch, Manuel Cacheiro, José Mª Lete, Luis Hierro y Javier de Viana.
Realizadas las primeras gestiones, se envían representantes a la capital del país a plantearle la idea personalmente al entonces Presidente José Batlle y Ordóñez, quién aprobó el emprendimiento, comprometiéndose a que el estado contribuiría pecuniariamente y con logística del entonces Ministerio de Fomento (hoy MTOP), condicionado a que un gran porcentaje de los recursos necesarios fueran integrados por los vecinos de Treinta y Tres.
Conseguidos los recursos necesarios y aprobado el proyecto técnico correspondiente, luego de los enfrentamientos civiles de la revolución de 1904, se pone en marcha la obra que se finalizó en el verano de 1908.
Para la inauguración, que según el propio Oliveres en su libro se llevó a cabo el 8 de marzo pero de acuerdo con algunas publicaciones de la prensa de la época tuvo lugar el día 15, se convocó a la población a una fiesta popular donde no faltó ni la música ni el tradicional asado con cuero, y se realizó un acto protocolar en el que hicieron uso de la palabra varios de los propulsores de la idea.
El puente inaugurado en aquella ocasión, estaba construido con madera dura importada de Paraguay, que llegó hasta la estación de Nico Pérez en tren para ser trasladada luego en carretas hasta nuestra ciudad, madera de la que aún se conservan algunos ejemplares siendo los más apreciables aquellos que conforman una escultura realizada por el olimareño Díaz Valdés enclavada junto a la Ruta 8 actual.
El viejo puente soportó estoicamente el embate de cientos de crecientes durante muchísimos años, pero al final el río lo venció culminando el siglo, llevándose palo a palo en su corriente, hasta que no pudo ser más transitado, a pesar de un par de ambiciosas “reparaciones” que alargaron su final hasta la gran creciente de abril de 1998, que le rompió definitivamente.
Años más tarde, el municipio asumió la construcción de un nuevo puente, que aunque fue erigido con las más modernas técnicas y materiales, conservó el estilo, medidas y otras características de su antecesor, completando nuevamente la postal olimareña de los tres puentes que tan orgullosamente nos representa en el mundo entero.
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