Historia
corta en tiempo, pero larga en crímenes
El
Clinudo fue un matrero uruguayo, apenas conocido hoy, pero que allá por las
épocas en que Treinta y Tres era apenas una aldea de Cerro Largo con poco más
de 20 años de vida, conmovió profundamente la zona con el coraje loco y las
crueldades innumerables que se le atribuían, y mucho más cuando se le acusó de
los crímenes de la pulpería de Basaldúa y del establecimiento de Menchaca, de
los cuales informamos detalladamente en una anterior entrada de este blog.
Durante
algún tiempo sus andanzas y su crueldad fueron motivo de comentarios
escalofriantes en las ruedas de mate y fogón, en la zona nordeste del país,
principalmente en los parajes que fueron escenario de sus andanzas y crímenes
en los departamentos de Cerro Largo, Lavalleja (comprendiendo el hoy Treinta y
Tres, y Rocha).
Quién era El Clinudo
Sus
orígenes no son fáciles de rastrear.
Según
revela Cédar Viglietti en su documentado libro “El Clinudo” éste habría nacido
entre 1855 y 1860 en la zona de El Valle (en las inmediaciones de la actual
Villa Serrana), departamento de Minas. Según sus propias palabras en
declaraciones judiciales, dijo que había nacido en Punta de las Sierras de
Illescas, en el departamento de Florida, alrededor de 1860. En esta misma instancia, reconoció que apenas
conoció a su padre Francisco Artigas, un pequeño propietario de tierras pobres
que alimentaban a ochenta vacas. Este murió, al parecer, en la defensa de la ciudad
de Paysandú, el dos de enero de 1865, después de pasar mucho tiempo, acaso dos años,
luchando en la guerra civil. De su madre El Clinudo, en sus confesiones, sólo
recordaba que se llamaba Carolina y desconocía su apellido. De esos tiempos de
felicidad agreste, ensombrecidos por el recuerdo de la muerte de su padre y los
trabajos y asedios a que fuera sometida su madre, solo quedaban leyendas y
diatribas.
En
definitiva, El Clinudo quien fue también conocido como “Panta Artigas” y “Manta
Ruana” o simplemente “Manta”, se llamó Alejandro Rodríguez, con la imprecisión
frecuente en la época, aunque el apellido de su padre fuera Artigas y el de su
madre Carolina, ignorado.
Los
datos recabados por Viglietti lo ubican en la década de los setenta del siglo
xix como integrante de las huestes del militar y caudillo de Minas “Manduca
Carbajal” quien tenía estancia en Pirarajá, lo que es confirmado por El
Clinudo, quiñen admitió que estuvo en la
estancia de Carbajal en carácter de agregado, condición que militares estancieros
de la época consentía en su casa a aventureros y bandoleros, con el propósito
principal de evitarse perjuicios y de evitarlos a los vecinos, pues si no
hubiera sido admitidos en ninguna parte, hubieran tenido que vivir siempre a
monte, atentando continuamente contra los intereses de estancieros y
vecindarios desprotegidos.
Manuel
de Brun Carabajal, conocido como Manduca Carabajal, fue un militar de carrera
que participó del alzamiento de 1857 contra Gabriel Antonio Pereira. Fracasada
la intentona conservadora se exilió en Brasil, desde donde regresó en
1859. Hombre fiel a Venancio Flores,
prestó su concurso a la invasión de 1863 con un grupo de seguidores reclutados
en Minas, Cerro Largo, Rocha y Maldonado. Luego del triunfo de la “revolución
libertadora” fue designado jefe político de Minas en 1865 y hasta 1868, cuando
quedó al mando de la región militar que comprendía Cerro Largo, Treinta y Tres,
Maldonado, Minas y Rocha. Falleció el 22 de octubre de 1879.
Y
es justo en este período, alrededor de 1880, quizá sin haber cumplido aún sus
20 años, cuando Rodríguez inició su carrera delictiva y comenzó a ganar “sus
mentas de matrero”. Algunas sustracciones de caballos de las estancias vecinas,
participante asiduo en cuadreras y timba en las pulperías de la amplia zona
dominada por su protector, joven y enérgico bailarín y con éxito con las
mujeres, no demoró en mantener altercados y riñas donde fue templando su
coraje. Una discusión por problemas de faldas, motiva su primer homicidio, un
hombre de apellido Gordillo, pariente de un comisario de Cerro Largo que a
partir de entonces fue su principal perseguidor.
Poco
tiempo después, en una pulpería de Minas propiedad de Ignacio Fernández, hirió
de muerte a un sujeto llamado Felipe Ledesma, con quien discutió por una
partida de taba.
Estos
homicidios motivaron que El Clinudo, todavía a muy corta edad, se haya
convertido en un “matrero viejo”, como llamaban los gauchos, independientemente
de la edad real, a los que eran experimentados en las tareas propias del
matrero: vivir a monte, pelear con coraje, huir con velocidad de las tenaces y
temibles, aunque magras y esporádicas huestes policiales.
Crímenes y condena
Comenzó
así un periplo de crímenes y desmanes, cuyas mentas fueron aumentadas por el
rencor de sus víctimas, magnificadas por la vocación heroica de sus victimarios
y por el temor, el asombro y pesadillas de mujeres y niños; Todos contaban con
miedo y admiración, las leyendas de los gauchos alzados contra la autoridad sin
más armas que algún revolver, un cuchillo afilado, los fletes veloces y un
coraje insolente.
Sindicado
como el jefe de una numerosa pandilla de bandidos que “le obedecían
ciegamente”, se le consideraba partícipe de más de 50 delitos graves, además de
los ya mencionados homicidios y los ataques a la casa de comercio de Basaldúa y
la estancia de Menchaca, se le creía responsable “del asalto a la casa de don
Zoilo Ramírez, en Lavalleja, robándole varias alhajas”; del asesinato “de un
militar en los campos de la Mariscala”; de “haberle dado muerte a un brasilero
en la costa del Cebollatí, solamente para robarle dos libras esterlinas”; la
“muerte en casa de don Ángel Méndez, en Cebollatí, a un joven dependiente
Delfín Silvera”, de haber matado” alevosamente en Santa Victoria a un cadete
del ejército”, y además de su participación “en robos de vacas, en el rapto de dos niñas menores de diez a doce
años en Minas, se le tipificaba él y su pandilla de una larga historia criminal
de no menos de 20 hechos de despojo
violento de dinero, ropas y alhajas, efectuadas a campo abierto o asaltando
poblaciones de campo.
Durante
mucho tiempo, fueron tenazmente perseguidos por la policía de todos los
departamentos del noreste del país, e inclusive se destacaron partidas
militares para colaborar en la búsqueda y captura de la banda.
En
los primeros meses de 1882, viéndose perseguidos de cerca, los matreros se
dividen y separan, diseminándose en la campaña, a pesar de lo cual, uno tras
otro fueron cayendo en manos de la policía. En marzo, Alejandro Rodríguez hacia
ya una semana que se había separado de sus compinches y junto a uno de sus
cómplices, Tomás Corrales, se dirigía hacia Brasil, cuando fue sorprendido y
alcanzado por una partida policial “de la comisaría de Arroyo Malo, al mando de
Segundo Oxley”.
Sumados
a la partida un grupo de vecinos voluntarios, lograron dar con los bandidos
ocultos en “Cerros del Lago” sobre el río Olimar. El 2 de marzo de 1882 rodearon
el escondite de los prófugos y los sitiaron durante ocho horas. Tomás Corrales
se entregó a la policía al parecer de forma voluntaria, mientras que Rodríguez
inició un tiroteo para escapar, sin embargo, solo pudo recorrer unos cien metros
a caballo. Herido de muerte el animal, Rodríguez recibió dos impactos de bala
en el tórax y en la mano derecha y fue inmovilizado con boleadoras”, según reza
la comunicación oficial.
Higinio
Vázquez, Jefe Político de Cerro Largo comunicó el apresamiento de Rodríguez al
juez letrado departamental, Feliciano Carré Calzada y según Vázquez, Rodríguez en
un interrogatorio realizado por el subdelegado de Treinta y Tres y luego en la
comisaría departamental, en Melo, confesó espontáneamente “haberse hallado durante
el asesinato de Menchaca y López, y ser ciertos todos los demás crímenes que se
le imputan”, espontaneidad difícil de
creer si tomamos en cuenta que El Clinudo recibió al menos tres balazos y que
su estado de salud era en extremo delicado.
El
19 de marzo, es trasladado a Montevideo para ser juzgado por sus crímenes, y se
le nombra defensor de oficio al doctor Eduardo de Lapuente. Sus heridas seguían
en mal estado y en abril lo llevaron al Hospital de Caridad. El año siguiente
el sumario continúa, y se designó abogado sustituto al Dr. Pedro Sáenz de
Zumarán tras la renuncia del anterior. El juicio oral y público, se inició el
29 de julio de 1884 en Juzgado de Crimen de Segundo Turno a cargo de Jorge H.
Ballesteros. Estaban presentes los jueces de hecho sorteados para entender en
la causa y los tres procesados, ya que a El Clinudo se agregaban Modesto Sosa y
Tomás Corrales, dos de sus compañeros de correrías.
El
Clinudo, según las crónicas, vestía bombacha y saco negro, sombrero blando del
mismo color y un brazo aún herido. Cuatro horas se prolongó la lectura de los
expedientes, ante no menos de cincuenta personas. El Clinudo negó haber
cometido la mayor parte de los crímenes de que lo acusaban. Pero ante una
pregunta del juez sobre si había matado a Ledesma (por una disputa de juego) y
a Gordillo (por un asunto de mujeres) respondió: “No, señor; yo los maté, pero
no soy culpable porque ellos me buscaron y los maté en defensa propia”. Le
preguntaron si sabía firmar y El Clinudo respondió negativamente. El jurado
pasó a deliberar y volvieron casi inmediatamente a sala con un veredicto de
culpabilidad y al día siguiente se conoce la sentencia: condenando a Alejandro
Rodríguez a la pena de muerte, mientras que los otros bandidos reciben penas
menores: Modesto Sosa, diez años de. prisión y trabajos públicos; Tomás
Corrales, seis años y trabajos públicos.
La
condena a muerte del Clinudo fue apelada y finalmente sustituida por una
condena a quince años de prisión, con los trabajos forzados ineludibles,
gracias a la intervención de un nuevo abogado Juan Ximénez, quien logra
modificar la sentencia inicial. La justicia lo había considerado culpable de
por lo menos cuatro muertes, cuando presumiblemente aún no había cumplido 22 años.
Esta
es en síntesis la triste historia de este gaucho malo, que a los 24 años fue
condenado a muerte y después de pasar 15 años en las cárceles montevideanas, al
cumplir su pena se encontró solo, literalmente sin ropas, sin armas ni trabajo
y ni un vintén, y finalmente se suicidó en un cuarto de pensión, degollándose con
su propio cuchillo, el único bien terrenal que le quedaba.
Mi abuelo, don Elbio Rosario Carbajal, era sobrino de Manduca, peleo en la revolucion de 1904, y en 1905 mato un comisario por querer obligarlo a votar y tuvo que escapar del pais durante 25 años hasta que el presidente de turno le otorgo el perdon y pudo volver al pais...
ResponderEliminarTambien era de Piraraja...
Yo soy Nestor Omar Santos Carbajal, hijo de Eloisa Carbajal Fonseca y Nestor Santos Bonilla...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCrónicas poco difundidas, que forman parte de nuestra historia...
ResponderEliminarYo leí el libro del clinudo era guitarrero
ResponderEliminarFascinante las historias y leyendas de éstos personajes del Uruguay rural.
ResponderEliminarAtrapante historia..acabo de escucharla en .La cruz del zur ...gracias
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