Oasis de
actividad social en el Treinta y Tres rural del siglo XX
El Club de Leoncho
Pese a que quedan poco más que paredes de un metro
de alto delimitando el recuadro donde otrora se erigió el Club Armonía de Leoncho,
en la novena sección de nuestro departamento, su breve pero fecunda existencia
ha dejado una huella indeleble en todos y cada uno de quienes de una manera u
otra fueron partícipes de esa experiencia, casi con toda seguridad única en los
parajes rurales olimareños, y me animaría a decir quizá de todo el país.
Apenas algunas ruinas del otrora fastuoso club... |
En efecto, en el alto de la Cuchilla de Olmos, en
plena zona de Leoncho, a una distancia de unas 5 leguas de Vergara y
aproximadamente 4 de la ruta 8 a la altura de los Cerros de Amaro, funcionó
durante unos cuarenta años de forma ininterrumpida un club social rural, que
fue testigo de la mayor parte de los acontecimientos sociales de ese paraje por
entonces numerosamente poblado, que extendió sus influencias a zonas adyacentes
un poco más lejanas.
El Club Social Armonía de Leoncho, también conocido
popularmente como el “Club de Leoncho” o el “Club de Yza”, fue fundado
precisamente a instancias de un destacado poblador de la zona, don Agustín Yza
Pérez, y construido por él mismo personalmente con la ayuda de algunos de sus
hijos y unos pocos vecinos. El propio Yza, según narraron distintas fuentes
consultadas, nucleó alrededor del año 1929 a algunos vecinos con familias
numerosas y les convenció de la necesidad de contar con un lugar donde poder
desarrollar una actividad social periódica que estrechara lazos en la comunidad
y facilitara la buena vecindad y armonía y de esa convocatoria nació el club
que según los mismos narradores citados, juntaba entre 5 o 6 familias vecinas
varias decenas de personas que fueron el núcleo inicial del mismo: los propios
Yza, que tenían 9 hijos, los Batista, que eran otros tantos, los Chaves, los
Pimienta, los Piñeyro, los Sosa, también familias de muchos descendientes y
otros que con el tiempo se fueron sumando, los Cardozo, Alderete, Salvarrey,
Ferreira Chavez, Cuello, Lucas, Quiroga, De León y tantos otros. Fue una
verdadera pena enterarnos que hace muy pocos años, los libros de actas y registros
de socios del club fueron destruidos por una fatalidad climática, cuando tras
volarse el techo de la vivienda donde se les conservaba celosamente resultaron
arruinados por el agua y no hubo más opción que desecharlos. Pero sin dudas, de
acuerdo a las decenas de testimonios recaudados, en su apogeo el club alcanzó
fácilmente el centenar de familias asociadas, la gran mayoría de la zona. El
profesor Ferreira Chavez, uno de los consultados, recordó que su padre fue
durante algún tiempo el cobrador de las cuotas sociales, tarea que realizaba
recorriendo a caballo las distintas estancias de la zona en una tarea que le
insumía varias jornadas.
El club, aunque apenas se puede apreciar en las
notas gráficas que acompañan esta nota, era un edificio amplio, de aproximadamente
20 metros de largo por 15 de ancho, con su frente presidido por una magnífica
puerta de madera de dos hojas y que contaba con dos amplios ventanales
vidriados y de exquisito enrejado a cada lado de ella. Al cruzar el umbral,
recibía a los visitantes un encerado y lustrado piso de tablas de pinotea
amplísimo que tenía rodeado por una galería de bancos que cumplía funciones de
pista de baile; unos metros más hacia el fondo se alzaba una alta tarima en dos
niveles también de madera destinada a los músicos que amenizaban las reuniones,
y sobre el flanco derecho, un prolijo mostrador oficiaba de cantina adyacente a
una serie de mesas y sillas que nunca eran suficientes. A cada lado, o sea, en
cada esquina del fondo, bien separados, los baños para damas y varones: el de
damas, precedido por una amplia habitación usada como “toilette” poblada de
espejos, y el de caballeros junto a otra habitación que funcionaba como
ropería. Sobria pero completamente decorado, se destacaban amplios espejos en
los rincones y una prolija pintura de las paredes le otorgaba la nota de color
y prolijidad que su función merecía.
La institución que mantuvo su actividad, según hemos
podido establecer, por lo menos hasta el año 1960, y se regía en base a unos
estatutos que fueron redactados por su propio fundador Agustín Iza que además
era el propietario del terreno donde estaba enclavado, bien pegado a su casa
familiar, confiaba su administración y funcionamiento a una Comisión Directiva
electa entre los socios, y nuestros entrevistados aún recuerdan con mucho
cariño a varios de sus presidentes, Manuel Chaves, Santos Tomás Costa Barrios y
Aristóbulo Ramos, entre otros.
Múltiples eran las actividades de la institución, ya
que además de las actividades inherentes a este tipo de organizaciones, como la
realización de bailes en fechas clave como feriados, fiestas patrias y
Carnaval, su tradicional elección de la Miss (que dicho sea de paso tuvimos
oportunidad de conocer dos de ellas que aún viven en nuestra ciudad), también
eran usadas sus instalaciones para casamientos, cumpleaños, bautismos y
confirmaciones, relatándonos algunos testigos que periódicamente concurría el
cura de Vergara en su labor pastoral.
Los más populares músicos de la época, tanto de
Vergara como de Treinta y Tres, eran contratados para amenizar las actividades
bailables. Los más memoriosos recuerdan incluso la presencia en una oportunidad
de una orquesta que no era de la zona.
Muchísimas más son, también, las anécdotas
recordadas por los entrevistados. Desde testimonios de grandes “campamentos”
donde ponían a dormir a los infantes en ponchos y mantas acomodadas en el suelo
de algún sulky o de las piezas adyacentes a los baños, hasta la memoria
sorprendida de quienes recuerdan a los encargados de darle “bomba” a los
faroles a mantilla que iluminaban la noche de Leoncho. De las “montoneras” de
sulkys, carros y “cachilas” formado largas filas frente al Club hasta el
“piquete” de don Agustín lleno de caballos y el alambrado adornado por decenas
de recados aguardando la madrugada y el largo retorno a casa. “Particularmente recuerdo una acerca del
comportamiento de una pareja ya veterana que eran de los primeros en llegar al
baile”, me confiaba uno de los entrevistados, “que siempre ocupaban una mesa en un rincón desde donde podían observar
la actividad, y allí pasaban la noche “relojeando” el comportamiento de los
muchachos y muchachas. A eso de las 3 de la mañana, cuando el baile estaba en
lo mejor, la doña se perdía por unos minutos y aparecía de mate y termo y se
cascaban a matear mientras todo el mundo seguía de bailongo”.
Agustín Yza:
un hombre extraordinario
Sin dudas y a pesar que el tema central de estas
líneas es dar un pantallazo del insólito Club descrito, es imposible no hacer
una mención especial y detallada de don Agustín Yza Pérez, hombre que a medida
que se comienza a conocer, destaca innegablemente
Agustín Yza Pérez, español de nacimiento, vino a
nuestro país a la edad de 14 años, aproximadamente en el año 1889, con toda
seguridad en busca de oportunidades, y contando con alguna parentela en el
noroeste de nuestro departamento fue que arribó a tierras olimareñas. Si bien
no ha quedado constancia ni siquiera oral de sus primeros años en nuestro país,
se sabe con certeza que pocos años más tarde estuvo trabajando en el paraje de
la Buena Vista, en las cercanías de Vergara, y todo hace suponer que fue en
esos tiempos, ya alrededor de 1900, que conoció a quien sería su esposa, doña
Rosa Batista Baudean, hija del también español venido de las Islas Canarias don
Andrés Batista. Con ella tuvo sus primeros hijos en los albores del siglo XX,
afincándose en un campo de pocas cuadras vecino a la casa de su suegro,
comenzando una vida de trabajo intensivo e innovaciones que le permitieron con
el paso de los años ampliar sus propiedades y sostener una numerosa familia sin
grandes apuros económicos.
Fueron junto a su esposa Rosa padres de ocho hijos. Contando
con corta edad, una de sus primeras hijas, Elena, sufrió una enfermedad (quizá
poliomielitis) que le produjo invalidez, y el tenaz español sin dejarse vencer
por la contrariedad, adquirió varios libros de medicina que hoy llamaríamos
“alternativa”: cómo curar con agua, con plantas, con miel, con barro… los estudió a fondo y confiado en su
aprendizaje intentó (aunque sin éxito) curar a su hija. Sin amilanarse tampoco
por ello, comenzó poco a poco ejerciendo el arte aprendido en beneficio de
vecinos y amigos, ganándose con los años buena fama con sus prácticas curativas
que se fue extendiendo hasta traspasar las fronteras de la zona al punto que
venían a consultarle enfermos desde lejanos parajes.
Hombre de amplia visión, y convencido de las
necesidades básicas del aprendizaje, fue el constructor de la escuela Nº 46 en
uno de los límites de su propiedad a pocos metros de su casa, donando además el
terreno a primaria en el lugar que hasta el presente ocupa la mencionada escuela,
que supo contar con más de 50 alumnos en su época más floreciente.
Pocos años antes, había construido en piedra su
domicilio, en el año 1925 tal como reza el cartel sobre la puerta principal de
su casa y que se puede apreciar en la foto de esta misma página, e
inmediatamente después que la escuela, erigió el Club.
En el transcurso de esos años, además de productor
agropecuario tradicional, fue de los primeros apicultores de la zona,
propietario de una extensísima quinta de árboles frutales, principalmente cítricos,
de los que también pocos rastros quedan. Cuentan los testimonios que mediando
los años 50, varios viajes de camión hacía hacia Treinta y Tres don Kapek en
épocas de cosecha, cargando cajones y más cajones de fruta.
Ya en épocas cercanas al fin de las actividades en
el Club, Yza y su esposa festejan en él sus bodas de oro, ocasión en la que
posan junto a toda su familia, hijos, cónyuges y nietos para la única foto
tomada en la institución que me fue posible conseguir, y que también publicamos
a continuación.
Sin dudas, la historia y la obra de este hombre
excepcional, fallecido hace casi 50 en setiembre de 1967, es un ejemplo más de la
vida de otras épocas, de los ilustres desconocidos y olvidados trabajadores
rurales que construyeron desde su pequeño mundo la grandeza de nuestro Uruguay
actual.
(Articulo publicado originalmente en "Panorama 33" en Mayo de 2014)
(Articulo publicado originalmente en "Panorama 33" en Mayo de 2014)