Un nombre, dos
hombres de prestigio e influencia regional
Nuestras tierras treintaitresinas han sido, sin dudas, aun desde
antes de ser un departamento constituido, hogar de una estirpe de hombres
destacados que el tiempo se ha ocupado de relegar al pasado, y a lo sumo la
memoria de la historia les recuerda con el nombre de alguna calle, nombre que
la mayor parte de las veces ni siquiera quienes transitan por esa vía de
tránsito asiduamente, tenemos cabal conocimiento de quién fue esa persona y que
méritos generó en vida.
El hecho de realizar una nominación de este tipo sin dudas contiene además del
Fructuoso del Puerto Silveira |
homenaje en si, el propósito de inmortalizar una persona, y no merece ese olvido ni ese desconocimiento. Esta es una de las razones que me impulsó a realizar algunas investigaciones respecto a personas del nomenclátor capitalino, hijos de estos suelos o de destacada participación en hechos del viejo Treinta y Tres.
Uno de esos casos, posiblemente el más emblemático, es el de
quien le da nombre al bulevar de ingreso a nuestra ciudad cuando atravesamos el
Olimar por el “puente nuevo”, Fructuoso del Puerto, que sin dudas se refiere al
caudillo nacionalista fallecido en 1914, pero que también recuerda a su padre,
del mismo nombre, de trágico final en circunstancias aún no esclarecidas.
Fructuoso del Puerto Silveira, el padre, fue asesinado mientras
ocupaba el cargo de Alcalde Ordinario de nuestra ciudad, en el año 1873, en un
episodio confuso, cuando en medio de un clima político departamental muy
tirante entre dos bandos, uno de los cuales tenía precisamente a Del Puerto
como uno de sus cabecillas, y el otro a Lucas Urrutia y al cura Ramón
Rodríguez, se produce un tiroteo en pleno centro treintaitresino, con el saldo
de varias personas heridas y el mencionado Del Puerto, muerto.
El incidente según escribe Luciano Obaldía Goyeneche en su
libro “El Solar Olimareño” (Montevideo, 1970, Imp. Don Bosco), basado en un
testimonio escrito del testigo presencial del hecho don Faustino Hoz Rigada, da
comienzo cuando Elías Uriarte, amigo del Del Puerto y contrario de Urrutia,
pide permiso al Comisario Domingo Ferreira para realizar una manifestación por
las calles de la Villa, permiso que se niega por el mencionado jerarca
policial, que sospechaba que ese acto podría acarrear consecuencias no deseadas.
La situación entre los dos bandos políticos era muy tensa. Recientemente había
asumido una nueva Comisión Auxiliar encabezada por Del Puerto que sustituyó a
la anterior, que presidió Ramón Rodriguez y de la que fue secretario Lucas
Urritia, y Del Puerto y sus compañeros de gobierno, Dionisio Vaco, Anselmo
Basaldúa y el mencionado Uriarte, inciaron su período pidiendo las cuentas y
los archivos a la comisión anterior, con lo cual se había alejado aún más las
posiciones entre los grupos.
En definitiva, a pesar de la negativa policial, la
manifestación se realizó, reuniéndose según la crónica unas 300 personas
encabezadas por Del Puerto y Uriarte, que recorrieron algunas calles céntricas,
hasta llegar frente a la plaza frente a la comisaría, el Comisario que esperaba
con sus policías “en el cordón de la vereda, armados con fusil y de bayoneta
calada”, increpó a los manifestantes acusándoles de desacato, y mientras se
realizaba la discusión a gritos, uno de los guardiaciviles con la punta de su
bayoneta levantaba los ponchos de los paisanos, ante lo cual Brígido Lago,
indignado, le tiró un tiro de revólver sin dar en el blanco. Fue, según cuenta
Hoz, el detonante para un intenso tiroteo que terminó con las consecuencias
antes mencionadas.
Nunca se supo, ni se sabrá, quién disparó el arma que mató a
Del Puerto. El relato se ha contado por años, con distintos posibles culpables
del tiro en la nuca que le quitó la vida. Algunos afirmaban que la policía
tenía orden de matar a Del Puerto, otros hablaron de algún enemigo político
infiltrado en la manifestación, y hubo también quienes afirmaban que había sido
un tiro infeliz disparado por algún amigo, una trágica confusión en el fragor
de la lucha desatada, e incluso hubo quien acusó al propio cura Rodríguez de
haberse asomado a la parroquia y realizar el disparo mortal con su rifle. Años
más tarde, cuando se realizó la reducción de los restos de Del Puerto para ser
trasladados desde el cementerio de La Soledad próximo a desmantelarse, se comprobó que el proyectil que le causó la
muerte, a juzgar por el calibre, podría haber pertenecido a ese conocido rifle,
aunque no es muy creíble que haya sido Rodríguez.
En tiempos modernos nunca se pudo localizar el lugar de descanso en el cementerio nuevo, a donde suponíamos había sido trasladado. Pistas recientes, entre ellas un documento donde consta la compra y tenencia de un sitio y sepulcro por parte de su viuda, doña Faustina Pimienta en el llamado "Cementerio de los Téliz", próximo a sus posesiones rurales y situado actualmente en la décima sección de Lavalleja, permiten pensar que el traslado de la urna con sus restos haya sido realizado hasta ese panteón que su esposa había adquirido, hecho que no se ha podido comprobar por falta de documentos que lo certifiquen, y por es estado totalmente deteriorado en que se encuentra el sitio de referencia.
Fructuoso del Puerto Pimienta
Según narraciones de la época, Fructuoso se crió en el
establecimiento rural familiar, bajo el ojo atento y severo de doña Faustina,
donde aprendió desde niño las tareas agropecuarias con los trabajadores del
establecimiento. Cuando contó con edad suficiente, concurrió en nuestra ciudad
a la escuela de Jaime Pedrerol Vall, completando los seis años escolares y
volviendo a su hogar en campaña. Según una de sus biógrafos, su familiar
Viterba Del Puerto, al oponerse su madre a permitirle continuar sus estudios en
Montevideo, se dedica a las faenas rurales y muy jovencito se hace cargo del enorme
establecimiento rural ubicado en la costa del arroyo Corrales, entonces
departamento de Minas.
Es en esa etapa, sin dudas, que se forja su férreo carácter,
se tiempla su voluntad, y comienzan a vislumbrarse sus dotes de caudillo,
acostumbrándose a dirigir hombres en el trabajo, y nutriendo su intelecto y su
opinión con influencias como la de su abuelo Basilio Pimienta o la de su
pariente Constancio C. Vigil, y la memoria de honestidad y rectitud moral de su
padre.
Apenas con 19 años de edad, se enrola en las filas
nacionalistas comandadas por el Coronel Agustin Urtubey, ante el rumor de
revolución que corría en la primavera de 1891, que secretamente venía
liderando, entre otros Duvimioso Terra. En los días previos a la fecha fijada,
su proximidad al entorno de Urtubey le permite demostrar su valentía y viveza
criolla. La revolución del 11 de octubre de 1891 muere prácticamente antes de
nacer, cuando las fuerzas del gobierno en una maniobra coordinada desactivan el
peligro apresando a sus cabecillas y organizadores. A raíz de este hecho, se
ordena la detención del Coronel Urtubey y la del delegado de la Junta de Guerra
que estaba de visita en la estancia del jefe blanco, Antonio Gotuzzo, quien era
la verdadera presa deseada por el ejército gubernista. En un despliegue de
coraje y baquía, Del Puerto logra “sacar” al perseguido del pueblo a pesar de
la vigiancia a que estaba sometido, y llevarlo por caminos poco transitados
hasta Nico Pérez, donde Gotuzzo pudo tomar el tren de incógnito a Montevideo,
para luego exiliarse a salvo en Buenos Aires. Este hecho, sin dudas, marca el
inicio del prestigio de Del Puerto, y el comienzo de su carrera política y de
armas al servicio del Partido Nacional.
Algunos años más tarde, en la revolución del 96, nuevamente
se suma a las fuerzas
del veterano Urtubey que se habían reunido en Yaguarón
para invadir en la fecha anunciada, aunque ni siquiera llegan a marchar cuando
la asonada se acalla. La del 97, contando tan solo con 25 años, lo encuentra
integrando las fuerzas treintaitresinas del Coronel Francisco Saravia, hermano
de Aparicio, quien a su vez estaba a las órdenes del jefe arachán Alejandro
Borche, comandante de la División Cerro Largo. Luego del inicio de las
hostilidades, y habiéndose incorporado al ejército revolucionario la División Treinta
y Tres al mando primero de Urtubey y luego del coronel Bernardo Berro, Del
Puerto pide pase a la misma, y ya figurando como teniente es herido en la
pierna derecha en la batalla de Cerros Blancos.
Finalizada la revolución del 97 con el Pacto de la Cruz en
setiembre, vuelve a la paz de su estancia con el grado de comandante, donde lo
aclaman y se destaca como persona leal, ecuánime, y justiciero. Cuenta la tradición que en su casa nunca miró
credos políticos, recibiendo y tratando por igual a unos y otros, afirmando aún
más su fama de bondad y rectitud.
Al tiempo que en épocas de paz continúa ascendiendo su
personalidad en la consideración popular, el prestigio como conductor de
hombres y dirigente político de valía también persiste en ascenso. Fue
presidente de la Junta Económico Administrativa (JEA) en la que actuó junto a
los doctores Furriol, Oliveres, Braulio Tanco, Luciano Macedo y Fermín Hontou,
entre otros, donde conforma una comisión popular con el proyecto de construir
un puente sobre el Olimar, que culminaría años más tarde con la inauguración del
puente sumergible.
Y llega la revolución de 1904, donde es convocado por su
antiguo Jefe Francisco “Pancho” Saravia para ungir como segundo jefe de la
División Cerro Largo, puesto que ocupó siendo depositario de la total confianza
de su jefe, reemplazándole a satisfacción en varias etapas importantes,
reafirmando de esa manera su prestigio de caudillo. Saravia es herido en
Illescas, y la división queda a cargo de Del Puerto, quien enfrenta con éxito a
la vanguardia de Muniz en el Paso del Conventos, en Melo y lleva a buen término
otras acciones menos relevantes.
El mismo día que fue
herido mortalmente el General Aparicio Saravia, en el mismo campo de batalle es
herido nuevamente Fructuoso del Puerto, ve morir varios de sus jefes y
compañeros más apreciados, como Yarza, Antonio Mena o Guillermo García, también
de la División 33, y es trasladado a curarse a tierras brasileñas.
Vuelto a la paz, en 1905, triunfa nuevamente en las luchas
cívicas resultando electo otra vez para la JEA, propugnando siempre por el
progreso y futuro de la localidad, hasta que nuevamente en 1910 el partido lo
llama a revolución, esta vez como Jefe de la División N° 10, tras la muerte de
“Pancho” Saravia. A su convocatoria, junta unos 600 hombres, con quienes
concurre a reunirse con el grueso del ejercito comandado por Basilio Muñoz y
Nepomuceno Saravia. Tras algunas escaramuzas, y ya con las tratativas de paz en
marcha, le toca defenderse del ataque gubernista en el Cerro Copetón, en
Rivera, que consistirá en la última batalla de esa fracasada revolución.
Otra vez en tiempos de paz, vuelto a su estancia y a su
actividad política. estando en la cúspide de su prestigio ya a nivel nacional,
enferma y muere en Montevideo a la edad de 42 años, en 1914, ante la consternación de
todo el nacionalismo que reconoce esa pérdida como “uno de los mejores
servidores”, calificándole como “apóstol de la verdad, de las nobles acciones e
integridad”.
Treinta y tres fue su cuna, a la que amó, mezclando los
afectos del terruño y de la patria con el amor de la familia y del hogar. Al decir de su amigo Javier De
Viana, en su discurso de despedida en el cementerio: “ciudadano de puras
virtudes, enseña inmaculada del nacionalismo.”