Un hito en la cinematografía nacional
La película “El pequeño héroe del arroyo del Oro”, calificada en perspectiva histórica como “el único gran éxito taquillero de la cinematografía uruguaya”, y por muchos críticos especializados además considerada “el primer éxito cinematográfico de la historia en el sur del continente”, constituye además el primer ejemplo fílmico nacional verdaderamente popular, ayudado indudablemente por la notoriedad del hecho que lo motiva, y según los críticos de épocas modernas, por ser también la primer película que a través de su sencillez y carencias técnicas, “encierra un hasta entonces no gustado sabor de tierra nativa”, comparándolo con los ejemplos fílmicos de la época, que se constituyen básicamente por documentales e informativas.
Como vimos en forma muy genérica en un artículo anterior de este mismo blog, el film fue realizado por el incansable Carlos Alonso, emprendedor personaje radicado en nuestro medio desde hacía un par de décadas, quien fuertemente impresionado con el suceso, encaró el propósito de elaborar una obra con la cual pudiera dar a conocer a la mayor cantidad de gente posible, el acto de heroísmo del niño gaucho que falleciera trágicamente, en el camino a Treinta y tres casi frente mismo a su domicilio.
Alonso, sin ninguna experiencia previa en cinematografía ni en artes escénicas, apenas acallados los primeros ecos de la tragedia, se abocó a la tarea de plasmar su idea de recoger en una película los detalles del acontecimiento, poniéndose en contacto con la casa “Max Glucksman”, empresa que se dedicaba a la parte técnica/industrial del proyecto.
En una nota de prensa del diario capitalino “El País” donde se anuncia “el próximo comienzo del proyecto de filme nacional”, el autor indica que “la aureola de gloria en que quedó envuelto Dionisio, aquel niño de destino trágico del Arroyo del Oro ha de tener dentro de poco una nueva exteriorización”, resaltando que “servirá de fundamento artístico para la obra la narración de la tragedia que hiciera nuestro compañero Pedro de Santillana”. Pedro de Santillana, aclaramos, era el seudónimo periodístico que usaba el periodista capitalino José Flores Sánchez, quien en una carta cuya copia adjuntamos, firmó en diciembre de 1931 la autorización correspondiente para que Alonso pudiera usar y adaptar “el relato del que soy autor” para la película que se filmará, renunciando además a “percibir remuneración alguna por derechos de autor”.
Así, de esa manera, según los testimonios que se conservan en un completo libro de recortes de prensa de la época conservado por su nieto Juan Carlos Silvera Alonso, hoy residente en Canadá y quien amablemente nos lo compartió en forma virtual, comienza el intenso trabajo que significó la concreción del proyecto.
Alonso se encargó personalmente, de la mayoría de los cientos de detalles que debían atenderse en un proyecto de esta magnitud. Consta también en el mencionado libro de recortes y recuerdos, por ejemplo, las boletas de préstamo y devolución correspondientes de elementos y uniformes policiales usados en la filmación, que fueron conseguidos en la Policía de Montevideo, procurando con cada detalle mantener la mayor rigurosidad estética posible. Como dato anecdótico, ese documento nos permite saber que para la filmación se usaron: dos gorras de gabardina verde, cuatro pares de botas caoba, cuatro uniformes de gabardina verde, y cuatro juegos de corretajes caoba.
También los actores que protagonizaron el film interpretando los distintos personajes, fueron convocados personalmente por Alonso. Ariel Adonis Severino, de apenas 11 años de edad, fue el encargado de dar vida al personaje central de la historia, Dionisio, y la niña Hilda Quinteros es quien personifica a su hermana Marina. En otro de los papeles principales, estuvo el luego reconocido actor, director, escritor y gran locutor Alberto Candeau, entonces jovencísimo que representó a Eduardo Fasciolo, la bella Celina Sánchez en el papel de Luisa, la madre del protagonista y Vicente Rivero, encarnando al loco y malvado abuelo.
La trama, en líneas generales, sigue fielmente el relato construido por Flores Sánchez, el primer cronista, autor del primer libro escrito sobre el tema, que sin duda se trata del hecho novelado por un periodista del crimen, que se convirtió en leyenda y no de la narración histórica y probada, de la cual después, en el correr del tiempo han aparecido nuevas luces y sombras.El film fue filmado -según las crónicas de la época-, en su mayor parte en nuestro departamento, ocasión que aprovechó Alonso, ya que contaba con los medios técnicos y con el personal indicado, para realizar tomas de muchos de los paisajes rurales y urbanos de Treinta y Tres, con cuyas imágenes, además, confeccionó una película documental que tituló “El Departamento de Treinta y Tres”, y que en las posteriores exhibiciones se presentaban como un programa completo, en primera función el documental y como broche la película.
La película a nivel nacional fue estrenada en proyección privada por invitación en el cine Rex Theater el domingo 13 de marzo de 1932, mientras que en nuestro medio se realizó la presentación pública en la sala del Teatro Municipal, en la noche del viernes 15 de abril del mismo año, como lo anuncia el programa adjunto, sesión a la que concurrieron 273 espectadores a un costo individual de un peso la entrada, según se puede discernir del recibo de pago de los impuestos correspondientes, que también publicamos en esta misma página.
En épocas de su estreno, “El niño héroe del Arroyo del Oro” fue una película muda, que a la usanza de entonces, en los momentos culmines de la trama, se publicaba una placa con los diálogos. Esta característica sin dudas destacaba la labor actoral del elenco, quienes debían hacer comprender a los espectadores todos los sentimientos por los que atravesaban los protagonistas, tanto en los momentos felices, como en los dramáticos, tristes o simplemente rayanos con la locura, en el caso del “viejo”. Muchos años después de su estreno, no se conoce la fecha a ciencia cierta, se le agregó sonido a la filmación original, anexando diálogos, música y sonidos ambiente que mejoraban notoriamente la producción, pero sufriendo como consecuencia la supresión de los letreros intercalados. La película se exhibió regularmente en todo el país, hasta los años cincuenta, cuando ante el fallecimiento de su gestor e impulsor, abandona el circuito de salas comerciales de todo el país, principalmente del interior, donde era programa habitual.El periplo y su recuperación
Tras el fallecimiento de Carlos Alonso, en 1953, según una crónica realizada por José Carlos Alvarez de Cinemateca Uruguaya, la familia del autor entrega el film para su comercialización a la empresa Remates Sarandí, junto a otras sesenta latas de películas que contenían el resto de su obra cinematográfica, entre la cual se destacan documentales de casi todos los departamentos del interior del país, filmados todos en la década de 1930, y la fusión de partes de ellos que conformaban una película de largometraje que Alonso había titulado “Mi madre patria”, y que también tuvo mucha aceptación del público, y recorrió en muchas oportunidades las salas cinematográficas nacionales.
Siempre según la versión de Cinemateca, toda la obra desaparece de esa casa comercial en el año 1954 “sin dejar rastros”, habiéndose conocido versiones en el sentido que la película había sido traída a Treinta y Tres por su viuda, pero hoy sabemos que esto no es correcto, en primer lugar porque Alonso era viudo desde el nacimiento de su segunda hija, muchos años antes, y segundo porque un acervo de esa magnitud habría ameritado al menos una mención en alguno de os periódicos ocales de la época, y no hay registros de ello.
Alvarez, además, sostiene que “trece años después, en la feria de Tristán Narvaja, se ubican algunas ajadas fotos de la película y por esa vía se llega hasta el Cerrito de la Victoria, donde en un rancho se descubren un par de rollos del negativo” de la versión muda, sin conseguirse más noticias de resto de la película ni de los demás rollos, ni siquiera otras pistas, y “por entonces e da por definitivamente perdido el resto del film”.
Más adelante en su relato, el jerarca de Cinemateca cuenta que a fines de 1974 tuvieron conocimiento que una de las hijas de Alonso, que vivía en Montevideo, probablemente tuviera una copia de la película, que se recupera a mediados de 1975, “prácticamente como una masa herrumbrosa de celuloide en proceso de descomposición, con latas perforadas y deterioradas y nitrato a punto de producir combustión espontánea”.
En este proceso de búsqueda y recuperación del film en la que colaboran Cinemateca Uruguaya y Cine Arte del Sodre, se logra finalmente recuperar la totalidad de la imagen, utilizando parte de negativos y parte de copia positiva. Se perdieron, sin embargo, la banda sonora (nunca se recuperó el negativo de sonido) y también los letreros de la primera versión muda original. “Milagrosamente, culmina el informe técnico, las imágenes así restauradas de la película, mantienen casi siempre la calidad fotográfica original salvo en los últimos diez minutos, cuya restauración en un primer momento pareció imposible de lograr”.
En la Dirección de Cultura, seguramente cedida por Cinemateca Uruguaya, existe una copia de la película restaurada, que en su parte inicial tiene, además, imágenes de aquel primer documental que siempre le acompañaba en sus giras de exhibición en el interior del país.